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El Renacimiento, cuando se traza la calle Clementina que atraviesa los huertos a los pies de la colina del Pincio, es el momento en el que nace este acceso a la ciudad. Aún no se llamaba via del Babuino, pero ya se había delineado como arteria principal para entrar en Roma. Desde las murallas, Porta Flaminia y Plaza del Popolo, miramos hacia la izquierda y escogemos esta calle, dejando las otras dos y sus promesas, tantos otros lugares que ver, para aventurarnos en los espacios y personajes que nos salen al encuentro.

Tridente

Sigmund Freud, cuando finalmente llegó a Roma, ciudad deseada y soñada, pero también huidiza, quedó fascinado. Desde su primer viaje en 1901 volverá en varias ocasiones. Aquí realizó un encuentro muy especial con el Moisés de Miguel Ángel. Tanto es así que en 1913 escribirá una obra enteramente dedicada a él. Sus visitas cotidianas, sus reflexiones, lo que le decía e incluso lo que iba descubriendo de su historia personal, de su condición de judío, de su separación con C. Jung, formaban parte de su vida romana. Una ciudad estratificada, en donde el pasado subyace y, a veces, aflora.

Salvando las diferencias, os confieso que yo también sufro una especie de fascinación por un personaje de piedra. En mi caso no se trata de una obra maestra cuya belleza y perfección sobrecogen. Por el contrario, quizás por predestinación o casualidad, se trata de una estatua de sileno, comúnmente llamado babuino. Su fama se debe a sobre todo a un motivo: es una de las estatuas hablantes que en las calles de Roma, en muchos casos por no tener cabeza o tenerla tan desfigurada, son la voz de tantos, de todos, de cualquiera con un poco de ingenio: la “congrega degli arguti”.

Esto ya me la hace amable, pues lleva el verbo dentro y en torno palabras. Así la conocí antes de que silenciaran los muros, adecuándolos al nuevo rostro de calle chic y céntrica a la que da nombre. Un nombre de mofa y salvajemente irreverente, casi de pandillero, con un jefe bulo. Nomina sunt consequentia rerum. Nombres que siguen, que desvelan la realidad.

Un “babuino”, simia protuberante por delante y por detrás, recibe la dignidad de prestar su nombre a esta calle justo a mediados del siglo XX, cuando ha perdido ya su fuerza y desparpajo. Ahora lo siento cohibido ante los escaparates, incómodo en las elegantes entradas de los hoteles o escapando de los desfiles de moda turística.

estatuas hablantes babuino

Artistas en Via del Babuino

A pesar de todo, el babuino es mi estatua, con la que dialogo las muchas veces que por allí paso. Un saludo y una conversación en la que él habla mucho y yo escucho.
Como buen sileno me cuenta secretos del bosque de la Urbe. Tan feo es por fuera como rico por dentro. Tesoros fabulosos cuyos escondites solo él conoce porque escucha sin que nadie lo note quizás porque piensan que es un trozo de piedra más.

Apolo, el sol, enamorado, aparece de repente cada mañana y, casi sin aliento, nos dice: ‘Meliora latent’, enardecido en su carrera tras Dafne. Lo que descubre, la belleza, lo vuelve deseoso de lo que solo imagina. Un deseo que quiere ir más allá de cualquier límite, incluso de la libertad o del bien y, por tanto, violento. Palabras que incluso una academia de sabios utilizará como lema y servirán de inspiración para la famosa escultura de Bernini en la Galleria Borghese, pero que mi sileno es capaz de cambiar, encauzar hacia otro camino. Él las hace verdad sin violencia, pues bajo su fealdad se esconden las mejores cosas. No nos paremos ante las apariencias y confiemos en lo que puede celarse dentro. Si la belleza puede enardecer y animar hasta la violencia, el sileno nos pide constancia y confianza en lo inesperado.

Mi amigo Oscar M. Prieto, escritor y horticultor, dos ocupaciones para rendir culto, lo descubrió. Es más, el Babuino incluso lo convenció para que, ante su Beatriz, le permitiera que su rostro de piedra fuera el que pronunciase palabras secretas y enamoradas que mostrasen lo que llevaba dentro.

Trilussa

Contribuye a hacerme más querido mi ya preferido babuino saber que en esta calle, cuando casi entramos en Piazza di Spagna, nació Trilussa. ¿Quién será este señor? Uno de los poetas romanos y en romanesco que más me gustan. Con su espíritu agudo hasta a los animales hacía hablar y pensar, dotándoles de esa libertad de la que participa también esta simia – estatua y que se podría resumir en una frase que escuché atribuida a Antonio Machado:
Acaso la libertad no está en decir lo que se piensa, sino en pensar lo que se dice.

Muy cerca, justo enfrente, en la otra acera, vivieron Malwida, Wagner y Valadier, por citar algunos entre los más famosos. Y acompañándoles podemos encontrarnos con Nietzsche, Liszt o Chateaubriand. Un mundo del siglo XIX, del Grand Tour, en una zona que poseía numerosos y buenos hoteles dedicados a los viajeros. Tras entrar en la ciudad por Porta del Popolo, las carrozas se dirigían o bien directamente por via di Ripetta (entonces via Leonina) hacia el Vaticano, o bien hacia la cosmopolita Plaza de España. La cercana via delle Carrozze, de hecho, nos indica dónde estaban los establos y estacionamiento de estos vehículos.

Una calle de la periferia, cerca de la puerta de la ciudad, es un buen lugar para artistas con poco dinero y ‘familiares’ de nobles o prelados. En esta calle, en 1666 nació una voz que encantó el mundo de aquel entonces. Se la conoció como Giorgina, aunque su nombre fuera Angela Maddalena Voglia. Una voz que encarnaba la fuerza y la belleza de Roma. De ahí que se la contendiesen tantos y que el embajador español, marqués de Cogolludo, la quisiera en su corte y luego vice-virreina en Nápoles. Una voz que hizo historia nacida en via del Babuino.

Via del Babuino nos lleva fuera de Roma

Esta calle no es solo una invitación a entrar en la ciudad y quedarse. Quien aquí se encuentra nos interroga e invita a conocer lugares lejanos. En este sentido, vía del Babuino es un estupendo lugar para incentivar nuestra curiosidad y ampliar los horizontes de la urbe al orbe.

Por ejemplo, el colegio griego y la iglesia de san Atanasio. El babuino, estatua hablante, nos trae palabras de Oriente. Nos hace escuchar y mirar hacia una historia en la que brillan los colores, el saber y la fuerza de oriente. Tras la conquista de Constantinopla por los turcos, Roma pasa a ser refugio para muchos exiliados. Pero Roma, también para muchos, es el lugar en donde prepararse para volver a lo que en ese tiempo eran territorios de confín.

Siempre de oriente, esta vez escapando del cruel invierno, también venían a disfrutar del suave clima mediterráneo, tantos rusos. Los que podían, claro. Al llegar, buscaban un hotel que fuera una corte, continuando conversaciones y relaciones iniciadas en Moscú o San Petersburgo. Lo encontraban en el Hotel De Russie.

Casi como si fuera el portero de un local, el babuino, recostado, nos espera junto a la entrada del bar que en su día fue estudio del escultor Tadolini. Muy cerca está también el taller de otro famoso escultor: Antonio Canova. Con él podemos viajar hasta la París de 1815 para descubrir, tratar y traer a Roma muchos de los tesoros que habían sido llevados a Francia en tiempos de Napoleón.

visita literaria bar tadolini via babuino
Entrando en el bar Tadolini, al lado de la fuente del babuino.

Oriente se une a Occidente en via del Babuino. Una calle en la que residían muchas personas llegadas desde los Estados Unidos. En el número 107 vivió Emily Bliss Gould. Ella fue la fundadora de la primera guardería de Roma, quizás sabiendo que para evitar los horrores de una guerra civil como la que estaba devastando su país, había que poner sólidas bases.

Occidente de libertad y de esclavitud que busca junto al Babuino un espacio en el que el color de la piel no nos deje aparte. Si incluso un sileno tiene un lugar en Roma, yo también. Edmonia Lewis encontró en Roma la oportunidad y libertad que no le supo entregar su tierra natal. Ella es para mí otra de las ricas sorpresas, secretas, que me sopló esta estatua pues la había visto pasar de camino al estudio de Canova. El más hermoso blanco mármol finalmente nos muestra que es digno de los golpes de esta artista y de contener las formas de los pueblos más lejanos. Roma pone el mármol, una sintaxis de arte, para que cualquier ser humano lo haga suyo, lo fecunde y haga salir a la luz las criaturas que lleva dentro.

forever free escultura de edmonia lewis en roma 1867
Forever free, escultura de Edmonia Lewis realizada en Roma 1867

Vía del Babuino también nos lleva a otro país, pero mucho más cerca: el Vaticano. En esta calle residía y trabajó Gioacchino Falcioni. Él fue el artista que trajo desde Otricoli y restauró el maravilloso mosaico que ahora podemos contemplar, sorprendidos y admirados, en la Sala Redonda de los Museos Vaticanos. Además, casi jugando con la fuente del Babuino, al otro lado del bar Tadolini, dos palabras en un dintel (Erulo Eroli), parecen pronunciadas por un duende que acompañe al sileno del bosque. Nombre secreto de un conjuro, rima para verso de queimada o quizás de viento alocado. Nombre que fue de un pintor y fabricante de tapices. Él los hacía danzar incluso en la fachada de la mismísima basílica de San Pedro, volando al son de campanas, engalanando la iglesia de piedra como la espiritual con sus santos.

Via Margutta

Al hablar de vía del Babuino, no podemos dejar de citar Vía Margutta. Son dos compañeras inseparables y comparten numerosas aventuras. Aquí, por ejemplo, podríamos encontrarnos con los talleres y residencia de muchos pintores que, sobre todo en el siglo XIX, la hicieron famosa. Ahora aloja numerosas galerías de arte y la muestra anual de los 100 pintores de via Margutta.

paseando por via margutta 100 pittori Paseando por ella podemos ver la placa que nos recuerda que el mismísimo Picasso trabajó aquí en 1917. Este fue el lugar desde el que pudo contemplar Roma y encontrar un carnaval nunca visto y modelos que le permiten ir más allá de la perfección. No solo. En Roma, Picasso pudo volver a su casa en via del Babuino, tras haber visitado el cielo del arte divina de Raffaello, acompañado por el artista italiano Prampolini, guía para tan especial viaje, y ver la tierra con ojos distintos. Dibuja bajo el influjo del humanismo italiano para poder componer sus propias frases.

¡Atención! No es un lugar tan plácido como parece. Esta es una calle que, cuando menos te lo esperas, se transforma en gigante. Es suficiente invocar el nombre de Margutta y corremos el riesgo de que se nos aparezca Margutte, un bribón, enorme, deforme, ingenioso y escudero de Morgante. Él es un personaje importante escapado de un largo poema de Luigi Pulci, escritor del siglo XV. Margutte no solo da nombre, sino también carácter a esta senda que recorre la falda de la colina sobre la que se alza villa Medici. Via Margutta es escudera fiel del Babuino.

taller picasso via margutta

Como podéis ver, esta calle nos reserva muchas sorpresas. Además, en verano es una de las más frescas de la ciudad. Será por su sombra, por la brisa que baja de villa Borghese, o por la cantarina fuente rional del Lombardi que, desde 1927, es capaz de lavar pinceles de piedra.

Yo creo, de todas formas, que su frescura viene de sus patios. En ellos la naturaleza y los cuentos de hadas se cuelan en la ciudad. Bajan como la lluvia por la escalinata de Piazza di Spagna, lenta, cálida, abundante y sintiéndose en casa. Higueras y sueños de princesas como los de Vacaciones en Roma nos hacen entrar en un mundo más dulce. Via Margutta es el final de una historia llamada Roma, con el que todos nos volvemos a casa contentos.

via margutta vacaciones en roma
Residencia de Gregory Peck, el periodista Joe Bradley en Vacaciones en Roma (Roman Holiday)

Via del Babuino, un himno a Roma

«Sole che sorgi libero e giocondo,
sul colle nostro i tuoi cavalli doma;
tu non vedrai nessuna cosa al mondo
maggior di Roma.»

Sol que naces libre y jocoso,
sobre nuestra colina tus caballos doma;
tu no verás nada en el mundo
mayor que Roma.

Inno a Roma, de Fausto Salvatori, texto al que puso música G. Puccini en 1918.

Estos versos nos recuerdan los Carmen Saeculare de Horacio. Palabras para festejar y palabras que crean una imagen de Roma, renovada y llena de esperanza. El sol, con su carro, entra también por Plaza del Popolo y recorre Via del Babuino corriendo por una ciudad que lo quiere y lo odia. En sus balcones y ventanas, se asoman personajes de todas las épocas para saludarlo o espiarlo con temor.

Entre el gentío, sin embargo, un sileno lo ve pasar recostado, quizás por efecto del vino, en este bosque de piedras. Feo, peludo y sin formas agraciadas, como un vagabundo, esconde en su interior la riqueza de las tragedias de Roma, fábulas y palabras sin cuento. Un conocimiento que el sol, a su paso, deja en la sombra, y que él nos desvela en intimidad.

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