En Roma hay muchas cosas que ver. Quizás por eso algunas las dejamos de lado, casi como una defensa. Os cuento, sin embargo, lo que vi en un paseo por Roma, una mañana.
Me encontraba en un cruce de dos avenidas cerca de San Lorenzo Extramuros. En un cartel publicitario que anunciaba un nuevo modelo de teléfono, leí estas palabras, rigurosamente inglesas: «I’am what I do» Yo soy lo que hago. Tras un momento de incredulidad, la sorpresa dio paso a la indignación y al enfado, sin saber bien por qué. Y esta vez no la dejé de lado. Publicidad con éxito, diría yo.
Mientras el semáforo me sacudía sacándome del estupor con su luz verde imaginé la frase de este anuncio puesta junto a otro instrumento, por ejemplo una lavadora. ¿Os imagináis qué efecto? Sería casi un insulto, como si lavar la ropa nos convirtiera en lavadoras, un trabajo servil aunque utilísimo allí donde los haya. Lo que soy es lo que hago pero con el teléfono, con la conexión a las redes siempre disponible. No vaya a ser que deje de existir. Lo que soy está en manos a un teléfono y nosotros pasamos a ser sus instrumentos.
‘Yo soy lo que hago’ se distancia muchísimo de ‘yo soy lo que han hecho’. Otros me han hecho, otros han hecho miles y miles de cosas que yo recibo y me hacen. Otros con su vida me hacen ser lo que soy o me condicionan para que no sea otra cosa. También es muy distinto de ‘yo soy lo que podría ser’ o ‘yo soy lo que no hago’, definiciones que por negación, completan todo un mundo de realidad.
Hace tiempo se decía ‘yo soy el hijo de…’ o ‘yo he estudiado…’ o ‘yo soy de tal pueblo’, incluso se utilizaba, colmo del absurdo, ‘yo soy Alberto…’ Un nombre y nada más. Lo que yo hago puede ser importante como ‘dedicación’ o profesión e incluso por sus consecuencias pero no creo que pueda determinar lo que soy. Nunca me gustó el paso de ‘hago una tontería’ ergo ‘soy un tonto’.
Sin embargo, siguiendo lo que se nos dice, todo cambia con un teléfono. Hago todo y, ergo, todo puedo ser. Al fin, un pantocrator moderno.
Al mismo tiempo, con un teléfono hago y deshago, hago muchas tonterías y las seguiré haciendo, incluso tonterías opuestas que podrían parecer actos geniales. Uno, ninguno y cien mil.
Tanto por hacer… sin un teléfono
Hace tiempo alguien decía que por sus frutos los reconoceréis. Pero los frutos no son el árbol. Y los únicos frutos válidos, lo que hago, no tienen por qué ser sólo productos de un teléfono móvil. En algunos casos sería pedir peras al olmo.
No obstante, como dice la frase inspirada en la parte inferior de la publicidad, la ‘inteligencia artificial’ viene en nuestra ayuda. Así, todos damos peras. No hay que preocuparse por el uso divergente de la propia inteligencia. Él piensa a todo y todo lo hace.
Mientras tanto, estoy a punto de concluir mi paseo por Roma pasando junto al Verano, frío y silencio de mañana. ‘Yo soy lo que hago’. Pedaleo. Un motor a combustión de azúcares. Es así que la frasecita me parecía incluso peor de ‘yo soy lo que tengo’. Al fin y al cabo lo que tengo puede ser recibido. Es más, muchísimas de las grandes y cotidianas cosas que contemplamos en Roma son fruto de una época, de unas manos que no tuvieron nada que ver con un teléfono móvil. Lo que se hacía pretendía seguir lo que se era.
Los instrumentos, de esta forma, se afinaban para conseguir hacer algo que te subsistiera, con un ser que incluso la misma naturaleza temía. Y ahí están, arrojadas a su existencia en la ciudad. Las tenemos, esperando el contacto directo con nuestras manos, con nuestra mirada, con lo que hemos leído y pensado. No se dejan reducir a lo que yo y mi teléfono podamos hacer con ellas. Tenerlas implica una forma de respeto, de aceptación, que el ‘hacerlas’ destruye.
Aunque la mona se vista de seda
Imaginé -extrañas asociaciones del pensar- lo que podría haber dicho el bueno de Lutero viendo esta publicidad o lo que diría Miguel de Molinos o el mismísimo Agustín con su ‘ama y haz lo que quieras’. El postulado de que lo que hagas pasa a ser lo que eres es peor que la peor pesadilla de la controversia ‘de auxiliis’.
¡Qué cosas raras pasan en la historia! Y ¡Qué raro soy! ¿A quién se le ocurre pensar o cuestionar lo que ya nadie ‘hace’? A casi nadie interesa ni bicho viviente se pregunta ¿mi libertad, mi persona, es la que hace las cosas o las cosas que tengo que hacer son fruto sólo de la voluntad de otro, por los auxilios o condicionamientos que recibo? ¡Vaya pregunta! Deja todo en manos a un teléfono que será tu única libertad y empeño. El lema ahora, como en la publicidad, pasa a ser ‘eres lo que haces, no importa quién lo haga ni cómo ni para qué’. Más aún, como decía aquella otra frase terrible de la publicidad de la Mercedes: ‘The best or nothing’. O lo mejor o nada.
De esta forma, eliminamos a todos los viandantes mediocremente vivos o que, aunque nos falte muy muy poco, estamos sólo rozando la perfección. ¡Qué lucha por ser los mejores con los parámetros de un coche o de un teléfono! ¡Cuántas personas no pueden o no saben hacer y son mucho más de cualquier producto, siendo incluso más de los que existen sólo revestidos por el éxito y poder de los medios! Monos, muy monos nos quedamos.
Un quieto paseo por Roma
Juego con las palabras y paso de Molina a Molinos. Para Miguel de Molinos lo mejor que se podía ‘hacer’ era no hacer nada. Renunciar incluso a la palabra para, en quietud, disfrutar simplemente de la presencia del amado. Locuras. Y se lo hicieron experimentar en los 9 años que estuvo en la carcel antes de morir. Sus rivales jesuitas y Luis XIV seguramente tenían un móvil último modelo o se dedicaban a la publicidad, dando voz a lo que tantos no piensan. Sólo lo que hacían pasaba a ser lo que eran.
Llego ante la oficina y ato mi bici al palo de siempre. Nadie me ve en la pequeña plaza desierta por la hora y el frío. Realmente soy un donnadie al no hacer las cosas que cuentan, las que se reconocen como productos de calidad, las que se pueden compartir y contar, contando con el favor de tantos. Y de ahí a que, sin esas ayudas divinas en forma telefónica que todo lo pueden hacer, lo que yo soy sea nada es un paso.