Trilussa, Carlo Alberto Salustri
El 21 de diciembre de 1950 moría el gran poeta romano Trilussa. Hay tres lugares de Roma que me lo hacen presente con su humor, saber y casi el sabor de sus palabras. Son palabras gustosas, que traen aromas de Roma y sus gentes.
El primer lugar es la plaza que lleva su nombre, en el Trastevere, donde se encuentra un pequeño jardín con una estatua dedicada a él.
El segundo me lo encuentro como una agradable sorpresa en el edificio en donde murió santa Catalina de Siena, cerca del Panteón. En ese ‘palazzo’ conviven, además, una capilla y un teatro en la misma sala. Un buen lugar para recordar a Trilussa y estas mezclas tan romanas de santo y profano. Se trata del Centro Romanesco Trilussa en Piazza Santa Chiara 14.
El tercero es un rincón del Cementerio del Verano en donde creo que está contento de recibir visitas. Es un recodo muy animado del cementerio. Os cuento de mi última visita por estos lares.
Adentrándonos por el camposanto, tras la primera parte del Quadriportico, seguíamos caminando por la avenida central. A la vera del camino, mientras íbamos rodeados de monumentos, no podíamos dejar de saludar al gran actor y cantante Ettore Petrolini, otro romano de pro, buen compañero tanto para reír como para llorar.
Justo entonces, cuando estábamos a punto de dejar la avenida para dirigirnos a la ‘rampa Caracciolo’, un anciano nos preguntó si sabíamos por dónde ir a la tumba de Trilussa. Le dije que también nosotros íbamos hacia allí y que podía acompañarnos. Mientras caminábamos con buen espíritu, casi como si se tratase de una romería, recordábamos momentos de la vida de Trilussa hasta que, casi al final fue nombrado ‘senador de por vida’, aunque en palabras suyas era ‘senatore a morte’. La veía tan cercana… y no se equivocó pues murió 20 días después de recibir el nombramiento.
Un poeta para ver Roma
Con su voz romana el anciano señor (en la foto siguiente el quinto por la izquierda) nos recitó esta poesía de Trilussa, con la música y gestos de quien la ha hecho suya:
Mentre una notte se n’annava a spasso,
la vecchia tartaruga fece er passo più lungo
de la gamba e cascò giù
cò la casa vortata sottoinsù.
Un rospo je strillò: “Scema che sei!
Queste sò scappatelle che costeno la pelle…”
– lo so – rispose lei – ma prima de morì,
vedo le stelle.
La tortuga
Mientras paseaba una noche
la vieja tortuga alargó un poco el paso
de su pierna y se cayó
con la casa patas arriba.
Un sapo le gritó: «Qué tonta eres»
Estas son salidillas que te cuestan la piel…»
-Lo sé, le respondió ella, pero antes de morir
veo las estrellas.
Nos atrevemos, osamos y quizás acabamos, como la pequeña tortuga, en una situación difícil. El arte de ver las estrellas en vez de pensar en la desesperación o la muerte cercana es algo muy romano. No se hace hincapié en la perseverancia, en la lucha que logra vencer los obstáculos. No. Pero tampoco es la resignación del que cínicamente dice que todo está bien, que todo vale, que nada importa.
Sólo quien tiene deseo, quien ha oído hablar de las estrellas y hasta entonces no las había podido ver, puede descubrirlas como un bien que consuela de cualquier otro dolor. Tener deseo, tantos, de tanto, es lo que hacer ver no sólo una parte sino también lo que está más allá. Donde el sapo sólo veía dolor y muerte ella conseguía ver las estrellas. El orgullo del caído que no es un consuelo sino un saber, la contemplación de lo hermoso, distante, brillante pero cierto y seguro en la oscuridad de la noche y de la dificultad.
Felicidad
Mientras subimos por la ‘Rampa Caracciolo’ se nos une otro componente del Centro Romanesco (Angelo Blasetti, el segundo por la derecha en la foto). Nos habla de la reunión que los congrega ante la tumba de Trilussa. Un poeta de la lengua de Roma pero también de sus calles, de su vida cotidiana. Caminando con los dos me parecía que Trilussa, redactor de ‘Don Chisciotte di Roma‘, nos había tendido una trampa para poder subir juntos. Unos españoles que acompañaban a unos italianos mientras disfrutábamos con el sonido y significado de sus palabras en romanesco. A Cervantes, peco de presunción, le habría encantado pasear ese día con nosotros.
Llegamos al recodo de la subida en el que se encuentra su tumba en primer plano. Detrás, bajo techo, me acerco a acariciar la tumba del arquitecto Arnaldo Brasini cuyos trabajos me saludan con frecuencia en la entrada del Bioparco, en via IV Novembre o en Piazza Euclide. Pero, silencio. Ya empiezan a hablar recordando con afecto al alto, bigotudo daliniano y quijotesco, poeta romano.
A modo de epitafio, sobre su tumba que recupera como adorno un antiguo sarcófago, hay una placa. En ella, unas palabras que son como un cartel de carretera que indica un lugar hermoso y, al mismo tiempo, una herencia para quien cumpla lo que dicen:
«C’è un’ape che se posa
su un bottone de rosa:
lo succhia e se ne va…
Tutto sommato, la felicità
è una piccola cosa.»
Una abeja se posa
sobre un botón de rosa:
chupa y se va…
En fin de cuentas, la felicidad
es una pequeña cosa.