Idas y vueltas
Acabamos de terminar la visita guiada ‘Idas y vueltas’ recorriendo via Giulia y Via della Lungara. Sobre los plátanos del río nubes de estorninos bailan en un cielo mientras un aplauso como alas que se tocan marca el ritmo de un brindis de gratitud por Javier Reverte, por las palabras de su Otoño Romano que hemos leído. Tras saludar a algunos amigos y cruzar el Puente Sisto charlando con Chiara desato mi bici mientras me pregunto ¿Qué me queda tras esta visita guiada?
Hace dos horas estaba bajo un tenue sol otoñal en este mismo punto y, sin embargo, todo me parece distinto. Las cosas que han ido apareciendo al visitar la ciudad, al compartirlas con otras personas, se quedan dentro pero no sólo como recuerdos. Son evocaciones, llamadas que llaman a su vez a otras, como cuando estábamos en el patio de la iglesia nacional española. No queríamos salir -¡qué bien se estaba en ese juego!- pues en cada esquina intuíamos historias que jugaban al escondite.
Lo que queda del día
Salimos del patio y la luz iba declinando. Aunque tuviéramos un tiempo mucho mayor de 2 horas siempre sería poco, sabría a poco lo que queda del día. Siendo tan grande el tiempo que se fue en las vidas de tantos que ya no están con nosotros pero también en la nuestra -el pasado es el único que vemos- hacer planes para pasear en dos horas recorriendo esa inmensa historia es entrar en el mar y querer abrazarlo. Eso sí, seguramente nos empapamos. Y siempre podremos volver a chapotear mientras estemos bajo este sol. No lo podremos aferrar pero ¡qué hermoso lo que queda del día! Somos conscientes de que lo pasado no volverá pero, al mismo tiempo, de todo ello algo ha quedado en las cosas, en los lugares, en las palabras, en los recuerdos. Nos riega, baña y sumerge. Dulce es naufragar en este mar.
El pasado 7/11 paseando por Roma de la mano de Javier Reverte y su Otoño Romano
Dos días antes había paseado por via Giulia pero esta vez solo, yendo a estudiar en la biblioteca de Montserrat. Iba pensando ya en estas ‘Idas y vueltas’ cuando a mi lado pasó un hombre más o menos de mi edad, diciendo en voz alta ‘Certo, se sei andato poi tornerai’ (Pues claro, si has ido luego volverás). Imaginé que estaba hablando al teléfono utilizando unos auriculares inalámbricos. Sin embargo, poco después volvía a decir ‘certo, se sei andato poi tornerai’. Aceleré el paso para adecuarme al suyo y noté como esa frase que podía tener un sentido perfecto caía en la locura de una repetición insistente.
Estamos todos idos y de vuelta de esta realidad que no nos da tregua. Y es una cuestión crónica, un tiempo que, al durar, no cura sino que agrava. Me doy cuenta que tengo momentos de desánimo, momentos en que no quisiera ver a nadie y menos aún mirarme a mí mismo, momentos incluso en los que hablo solo. Hace dos días me di cuenta de que la única cosa que me diferenciaba de aquel paseante al que llamaríamos loco era la frecuencia, los lapsos de un tiempo sin tregua ni cambio: una cuestión crónica. Y entonces tuve miedo por cuánto dura lo que nos está pasando ahora, temiendo que no pase y se nos quede pegado, idos y sin vuelta.
Lo que quedó de un día, tras la visita
Viajar a otro tiempo. Una visita guiada es para mí salir de la crónica repetición, un juego con reglas distintas a la cotidianidad, un teatro con tantos personajes en los que nos podemos calar, entrar en la cueva de Montesinos rompiendo las ataduras de la cordura.
De hecho, el otro día, al pasar por via di Sant’Eligio, pude viajar hasta el siglo VII para recordar a Eligio o Eloy, en romano Aló. Me imaginé en la corte del rey franco Clotario II mientras Eloy trabajaba honestamente y con arte entre oros y piedras preciosas sin que se le pegara la locura de la avaricia. Viajé con él cuando convertido en obispo de Noyon recorría la costa norte de Francia. Contemplé el mar oscuro con sus mareas que al fin se paraban ante una muralla de dunas en donde decidió construir una iglesia: Dune-Kerke.
Sonreí entonces al pensar que tenía que contárselo a mi amigo Diego. Seguro que gracias a esta visita él es capaz de llegar de Roma a Dunkerque en un segundo, viajando además hacia el pasado. És tan amante del cine -no habrá dejado de ver ‘Dunkirk’ de Christopher Nolan- que podrá convertirse en uno de los 300.000 soldados aliados que consiguieron escapar de una marea de muerte segura entre esas dunas.
Todo esto queda tras una visita guiada. Unas pocas palabras que van construyendo un relato en el que nosotros nos vestimos con la imaginación. Tengo ante mí todos esos vestidos para poder interpretar una gran multitud de papeles a lo largo de los días porvenir. A veces creo que incluso nos podemos quedar dentro de alguno de esos personajes en lo que nos quede de vida. Zarpo así siendo Giovanni Caboto o como Salvador Bermúdez de Castro dejo cualquier viaje y embajada para vivir en la Farnesina.
Vemos piedras, como las de la iglesia de Sant’Eligo degli Orefici y podemos estar luchando entre cañonazos y espadas con Bernardino Passeri, famoso orfebre que perdió la vida rodeado de lansquenetes durante la primera batalla del Sacco de Roma.
Iglesia de Sant’Eligio degli Orefici en via di Sant’Eligio, una pequeña bocacalle de via Giulia
Vemos una cúpula bajo la luz del atardecer y nos damos cuenta de que las palabras son como pequeños templos, lugares en los que alzamos la vista a la cúpula celeste de nuestras noches para descubrir con esperanza que siguen brillando las estrellas: nos templa damus, tu sidera pande. Te damos templos, tu cuelga estrellas. Una hermosa oración que Rafael dejó en letras doradas en la cúpula de la iglesia de Sant’Eligio. Momentos que quedan tras una visita en los que una mano nos indica esas estrellas para no terminar lunáticos.
Una visita guiada que me lleva a noviembre de 2013
“Paseé casi todo el Día de los Muertos por la ciudad, y no sólo no vi un muerto, sino que toda la urbe era un hervidero de turistas inquietos, llenos de vitalidad, que no dejaban un solo hueco libre en los restaurantes. Me costó encontrar un bar en el que me dieran un bocadillo de ‘porchetta’, sentado en un taburete, junto a la barra. Y la apresurada camarera casi me lo tiró encima. Quizá porque percibió mi acento español y conocía la historia de los Borgia y la del Sacco de Carlos V.
Los árboles se desnudan lentamente. Y los plátanos que cercan la estrecha carretera que asciende, sinuosa, las caderas del Gianicolo hacia la Academia de España, parecen grandes candelabros de pálida superficie. El suelo está tapizado por anchas hojas secas recién caídas que desprenden un leve olor a carne muerta. Por el alto cielo viajan nubes jugosas, a menudo negras. Huele a lluvia. Se presiente invierno, aunque los días son cálidos. Y la luz de los atardeceres cae sobre Roma acerada y espléndida.”
Con estas palabras de Javier Reverte se concluía la visita… o empezaba lo que luego quedaría de ella. Podía ahora comprobar cuántas cosas cambiaron en sólo 7 años. Podía contar cuántas se habían ido para siempre y cuántas seguían volviendo con la naturaleza y la resistencia de lo construido. Idas y vueltas en las que a paso de tortuga me doy cuenta de que mías son tan sólo las cosas que puedo llevar conmigo.
«Omnia mea mecum porto» grabado de Gabriel Rollenhagen comentado por Joaquín Huertas.
Y, sin embargo, locuras de la vida, me queda esta profunda convicción tras la visita guiada: mi tesoro, lo que más quiero, no está conmigo sino contigo. Tecum mea.