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Tivoli

villa adriana tivoli

Cada vez que con mi bici recorro la via Tiburtina -y sucede con mucha frecuencia- con la imaginación me veo en Tivoli. En italiano no hay tildes pero sería esdrújula. En latín tampoco hay tildes y se dice Tibur. Para más señas Tibur Supernum como aparece en el libro VII de la Eneida y en el escudo de la ciudad. Al final de esa avenida llena de tráfico llamada Tiburtina estaban los bosques, la frescura, la belleza de Tivoli.

Tivoli desde Roma

Estas son las palabras que mi amigo Alberto Rodríguez escogía para presentar Tivoli, ese cofre del tesoro que la mar arrastró hasta la arena de Roma. Cuando yo pienso en Tivoli, evoco mi primera visita a la ciudad. ‘’¿Nunca has estado en Tivoli?’’, me dijo Chiara. ‘’Lo más lejos de Roma que he estado es el Circeo’’, le contesté. Su respuesta no pudo demostrar más mi ignorancia: ‘‘¡pero si Tivoli está más cerca aún! Además, con lo mucho que te gusta Roma, en Tivoli puedes aprender mucho de ella.’’

Y así comenzó mi historia con Tivoli. Curiosamente, como Alberto, también desde la via Tiburtina. Pues ella te lleva a Tivoli… físicamente. En mi caso, comencé mi historia en Roma viviendo a los pies de la Via Tiburtina y mi camino me llevaba a Tivoli. Así que, en un sentido… mi aventura romana era la propia via Tiburtina. Con gran entusiasmo, Chiara me esperaba en el barrio del Eur para dirigirnos a esta ciudad, por aquel entonces, desconocida para mí.

Presentando Tivoli

A los pocos minutos ya quedaba claro que no estábamos en Roma, un verde paisaje se abría a ambos lados de la carretera. Montañas y colinas llenaban la vista. Algunas de estas colinas, estaban bellamente coronadas por algún pueblecito de aspecto medieval. Tonos marrones suaves llenos de luz y otros verdes intensos coloreaban el lienzo en que se había convertido la ventana del coche de Chiara. ‘’Bello, vero?’’, me preguntaba. ¡Caray si era bonito! Descubriría al aparcar y dar los primeros pasos por Tivoli que esta pequeña ciudad pegada a Roma era eso: un tesoro marrón y verde de bonito equilibrio entre historia y naturaleza. Sin adentrarnos todavía, ya podía imaginarme por qué Adriano la había escogido para su villa de verano.

Pero ahora nos tocaba conocer otra de sus villas, uno de sus mayores tesoros: Villa d’Este.

Villa d’Este

Caminando por sus preciosas calles empedradas, saludamos a una curiosa escultura de Pomodoro que me recordó a la que está presente en el Patio de la Piña de los Museos Vaticanos. Poco después, bajando y subiendo por estrechas callejuelas, llegamos a la entrada de Villa d’Este donde nos esperaba Deborha. Una de las guías de EnRoma con la que, casualmente, había hecho mi primera visita al Coliseo. También con ella haría mi primera visita fuera de Roma.

Deborha nos saludó con alegría y, junto con el resto del grupo, otros colegas guías y de la oficina, esperamos a los que llegaban tarde mientras comentábamos la actualidad y lo que estaríamos por ver. Desde fuera, Villa d’Este no parecía tan inmensa como luego se descubrió.

Con elegancia y amor por su trabajo, Deborha nos hizo un interesantísimo recorrido por el interior de la mansión de la villa. Nos contó como el cardinal Ippolito d’Este II, apenado por su frustrada candidatura a Papa, aceptó el puesto de gobernador de Tivoli construyendo esta majestuosa villa, Villa d’Este. El interior del lugar era fascinante, ricamente decorado con calurosos frescos y con bellísimos techos ‘’alla grottesca’’. Fruto del arte renacentista de la época.

Sin embargo, lo que más me impresionó fue el jardín. Sobre todo sus fuentes. Para empezar, la calle de las 100 fuentes, la antesala que ya te indica la grandeza de lo que el exterior de Villa d’Este te deparará. Recorriendo este increíble pasillo, llegamos a un precioso mirador hacia Roma. En la lejanía se podía ver incluso la cúpula de la basílica de San Pedro. Girando sobre nosotros mismos, el conjunto de fuentes ‘’gobernadas’’ desde lo alto por la fuente de Neptuno es de las cosas más bonitas que recuerdo de mi experiencia en Roma.

Saboreando Tivoli

Estuvimos por los jardines de Villa d’Este durante más de una hora saboreando y exprimiendo cada rincón gracias a los conocimientos de Deborha. Ya hacia la una del mediodía y con la visita finalizada, tocaba saborear otras cosas, pues el hambre llamaba.

Cuatro de nosotros nos fuimos juntos en busca de un lugar donde reponer fuerzas y charlar sobre lo visto y aprendido. Fue Alice la que propuso ‘’Oíd, ¿y si optamos por un bocata de porchetta? En Tivoli están buenísimos!’’ Todos estuvimos de acuerdo. Además, yo nunca había probado la famosa porchetta así que estaba contento por poder conocer otra cosa nueva aquel día.

Fuimos a un pequeño bar local donde gente de la casa hacía con cariño y cuidado los platos. Nos atendieron de forma muy amable y… ¡qué ricos estaban aquellos bocatas! Con ellos, buena conversación y un sabroso café, tuvimos un exquisito paréntesis.

Villa Gregoriana

Alice y su amigo se fueron así que, como al principio de la jornada, nos quedamos Chiara y yo. Como ella ya conocía Tivoli, me mostró el centro histórico, realmente acogedor y atractivo, hasta que llegamos a un lugar impresionante donde nos paramos. Asomándonos al borde de la calle, la misma parecía haberse convertido en un acantilado. Tivoli se hundía allí en un profundo oasis natural de agua, pequeñas cascadas, restos arqueológicos y flora. Al fondo se veía, en el otro extremo de aquel ‘’acantilado’’, un templo de Vesta. ‘’¡Qué maravilla!’’, le comenté. ‘’¿Verdad? Esta es la Villa Gregoriana’’, me dijo sonriendo al ver que me había impactado tanto.

Allí nos quedamos un buen rato. Unos amigos de Chiara vinieron a saludarla y fue también una ocasión de compartir su opinión sobre Tivoli.

Villa Adriana

Tivoli me había encantado pero el cielo comenzaba a teñir aquella jornada de naranja. La noche tocaba a la puerta y teníamos que volver a Roma. Por dentro pensaba lo mucho que había disfrutado, pero otra pequeña voz decía: ‘’¡Caray! Y aún me queda por ver la Villa Adriana…’’

El emperador Adriano escogió Tivoli, la antigua Tibur, para levantar allí una maravillosa residencia imperial que utilizaba sobre todo en el periodo estivo. Había escuchado mucho sobre ella. Sobre su increíble Teatro Marítimo. Cuántas veces, viendo imágenes de aquel mágico lugar, había imaginado a Adriano paseando por aquella especie de isla atemporal pensando y reflexionando. Poder pisar su casa y pasear por donde él lo hacía en su rincón de paz me parecía algo casi imposible. Y, sin embargo, lo es. En Tivoli, lo es.

También evoco en mi mente esa imagen de Adriano en Villa Adriana cuando visito el Museo Gregoriano Egipcio y me encuentro con muchas obras egipcias con las que el emperador decoraba su villa. Aunque no todas eran egipcias, también romanas. Y también romanas con estilo egipcio. Una de mis favoritas es la escultura de Osiris-Antinoo, el amante de Adriano, Antinoo, hecho dios egipcio.

Imagina la grandeza de la villa que, si con sólo ya impresiona, aun tiene todo por descubrir: el palacio de la misma, la academia, el teatro griego, el estadio… ¡todo un mundo!

Visitar Tivoli

Muchos son los motivos por los que visitar Tivoli fue especial. Es especial. No puedo ser lo suficientemente insistente en que lo hagas sin dejar de hacerle justicia. Y es que es un lugar que merece mucho la pena. Además, su cercanía a Roma (unos 30 kilómetros) hace que sea una excursión muy sencilla y cómoda. Se podría describir casi como una oportunidad.

Hay todas las facilidades. Nosotros organizamos visitas a Tivoli desde Roma con excursión a Villa Adriana y Villa d’Este para que no tengas ni que pensar en cómo llegar, comprar entradas, etc. Reservas y todo está en nuestras manos. Lo único que te queda es sumergirte con nosotros en esta bella aventura llamada Tivoli, a orillas de Roma.

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