Shelomoh Ibn Verga narra a mediados del siglo XVI en su dramática crónica Sefer Shebet Yehudah la llegada de los judíos sefarditas a Roma en 1492. Acompañados en 2021 por Marco, sefardita también él, abrimos las puertas de la Sinagoga de Roma para disfrutar de un viaje emocionante. Entramos con él en el templo de la religión, aún practicada, más antigua de la Ciudad Eterna.
La sinagoga y el Ghetto
Ibn Verga cuenta cómo estos judíos de Sefarad, como llamaban a España, al llegar a la ciudad estuvieron acampados en las afueras, a lo largo de la vía Appia. En efecto, los judíos romanos habían pedido al papa Borja, Alejandro VI, que no los hiciera entrar. Desoyendo esta petición permitió que se establecieran en Roma. No podían entonces imaginar que unos 60 años más tarde, en 1555 otro papa, Paolo IV, los iba a confinar, señalar y coaccionar con diversas normas.
En el Museo Ebraico, bajo la sinagoga, podemos leer una copia de la bula con la que se inicia el Ghetto, el barrio judío. Parece estar ante una declaración autoritaria, como la de un padre llegado al colmo de la paciencia, del absurdo (Cum nimis absurdum), desesperado ante un hijo que por mucho que insista no se doblega a su voluntad. Eso, un absurdo, pues el papa habría podido enclaustrar en el Ghetto una familia cualquiera compuesta por una María, José y Yeshua.
Una medida que el papa adopta cuando ante la reforma protestante, su barca hace agua por muchas partes. Si se lucha contra los herejes, se castiga con dureza a los judíos. Un castigo que durará, con épocas de mayor o menor apertura ¡300 años! Sólo Ferrara, Livorno y Torino, dentro de Italia, quedarán como islas de una cierta tolerancia.
Muros entre hermanos
Los muros, entre el resto de la ciudad y el Ghetto, o entre vecinos, son siempre un reconocimiento de la imposibilidad de llegar a otro tipo de acuerdo, la defensa de una zona con características distintas que se quieren preservar. En ese sentido quien se siente amenazado enjaula o se enjaula, dependiendo de su poder, pero siempre para meter ‘cum feris ferus’. Y si no lo eran antes, el odio justiciero de quien se siente tratado injustamente ¡cuántas veces convierte en fieras a los enjaulados!
Ahora bien, también solemos intentar resolver el problema de la cercanía con quien no queremos soportar marchándonos o echándolo de casa. ¡Cuántos padres habrán dicho, ‘eso se llama puerta’! Casi dos mil años de rencillas y muros han creado desconfianzas y enormes distancias.
Marcar las diferencias, los confines, entre los diversos ‘edot’ de la comunidad judía o entre cristianos y judíos parecía tanto más necesario cuanto más cercanos estaban. Por ejemplo, desde que llegaron a Roma los matrimonios entre judíos castellanos y catalano-aragoneses eran tan raros que, al parecer, no se había dado ninguno antes de 1557.
Y es que todo empezó como un problema más entre los judíos de Roma.
Ya a mediados del siglo I, entre los varios grupos, se empezaban a notar unos bastante rarillos, seguidores de un cierto Cresto. Se distinguían de los otros, en palabras de Saulo de Tarso -un judío fariseo estudioso y profundamente cumplidor de la ley, no como aquellos otros 12, la mayor parte ignorantes o que no cumplían los preceptos- porque se reconocían como hermanos ‘judíos y gentiles, esclavos y libres, hombres y mujeres’. Eran tan peculiares que empezaron a llamarles ‘cristianos’, porque el tal Cristo fue un judío muy especial, rabí y maestro pero también blasfemo condenado a muerte.
Estos judíos diversos que no renunciaban a la Ley y los profetas pero la interpretaban en una forma nueva, seguidores de un ajusticiado, no entraban dentro de los acuerdos entre el pueblo judío y el poder imperial. Eran cristianos y eran raros, aunque al principio las autoridades romanas parecían intentar protegerlos de quienes detentaban el poder dentro del judaísmo. Poco a poco, aparecieron como una secta más peligrosa si cabe de los otros judíos a los que Roma había propiciado una terrible guerra con destrucción y diáspora. Naturalmente, para resolver también este problema lo mejor era eliminarlo.
Tres siglos más tarde los miembros de esa secta judía se hicieron mayoritarios en el Imperio, llegando incluso a la cúspide del poder imperial. Los judíos, súbditos dependientes especialmente de los reyes, como decía Shelomoh Ibn Verga, seguirán entonces las vicisitudes del Imperio y los diversos reinos cristianos o musulmanes que fueran.
Una historia milenaria en Roma
Las inscripciones en las catacumbas romanas nos hablan de la existencia de varias comunidades judías en la Roma del siglo I: la augustea, vernácula, agripense, la volumnense de Trastevere y Monteverde, etc. Cada una era una sinagoga que se reunía en lugares de oración, citados por Juvenal con el nombre griego de ‘proseucha’.
La pequeña Roma de la época medieval recibió la visita de uno de los escritores de la península ibérica que se han quedado grabados en mi recuerdo: Abraham Ibn Ezra, poeta, filósofo, lingüista, exegeta, matemático y astrónomo natural de Tudela.
Recordando un judío español en Roma
Ibn Ezra abandona tierras españolas en el 1140 a causa de ‘la cólera de los opresores’, en este caso los fanáticos almohades que tanto daño habían hecho en las aljamas de Al-Andalus. Su primer destino fue Roma en donde pasó 5 años intensos. Aquí, su fecunda cultura floreció en conversaciones y libros con aromas griegos, árabes y cristianos de las huertas hispánicas. De hecho, su maravilloso Comentario al libro Job que tanto me gusta lo escribió en Roma.
Sin embargo, la pequeña comunidad judía romana, bastante tradicionalista, no lo veía con buenos ojos. De ahí que decidiera abandonar la ciudad para seguir su peregrinar por Europa, enriqueciendo y difundiendo su sabiduría.
Por esos años vivió también en Roma Pietro Pierleoni, de familia hebrea amiga de Gregorio VII y que había contribuido a la elección de Pascual II. Fue uno de los personajes más influyentes de la ciudad y su hijo, también Pietro, llegó a ser cardenal y antipapa con el nombre de Anacleto II. Una torre de su familia aún se conserva cerca del Teatro di Marcello y me recuerda su historia cuando paso por allí.
A Roma llegaron muchos judíos cuando fueron expulsados de Inglaterra en el siglo XIII, de Francia en el XIV y de España a finales del siglo XV. Nuevas diásporas en una historia sin paz.
Además, durante el siglo XV, con la difusión de la peste, inició una nueva época de miedos, denuncias y persecución de los judíos, también en Roma. Ante este clima hostil muchas familias dejaron el Trastevere para vivir más cerca unos de otros en la zona del Portico d’Ottavia.
Las ‘5 scole’
Tras algunas luchas internas -en las familias o con los que tenemos al lado, son las más frecuentes -, ya convivían en el siglo XVI las 5 Scole (la Castellano-francesa, la Catalano-aragonesa, la Siciliana, la del Templo y la Nueva) en un mismo edificio. A pesar de las diferencias rituales, no había distintos modelos intrasinagogales de matrimonio lo que favorecía los cambios y relaciones entre las diversas ‘scole’. Incluso los de tradición siciliana habían renunciado a la costumbre de casarse con sus primas hermanas.
Los mayores motivos de luchas que acentuaron las diferencias entre las ‘scole’ fueron por la propiedad y gestión de los espacios colindantes y, a veces, compartidos entre las 5. Siempre muros de por medio que marcaban las diferencias aunque fueran mucho mayores los motivos para compartir. Cuanto más cercanos más parece que necesitamos marcar las diferencias.
Por ejemplo, cuando en 1558 la ‘scola’ castellana solicitó la unificación con la catalana por ser muy similares, esta solicitud no favoreció que se unieran sino todo lo contrario, que permanecieran separadas durante siglos, mientras que la castellana y la francesa, muy distintas en cuanto a ritos, siguieron unidas.
Sin puertas, sin Ghetto
Con Pío VI y la invasión napoleónica se recrudeció el antisemitismo, con la acusación de estar aliados con el invasor, de no ser suficientemente autóctonos, leales, romanos. Éste fue uno de los múltiples clichés que más se usaron para distanciar con suspicacias, alimentando también el miedo entre los judíos ante los que ‘no eran circuncidados’. Tan cerca físicamente y tan lejos por largas historias de sospechas.
Las tropas francesas trajeron la igualdad de derechos y equiparación entre todos los ciudadanos, también los judíos. Sin embargo, en 1814, con Pío VII de nuevo en la ciudad, los judíos tuvieron que volver a vivir en el Ghetto. Sólo en 1848 con Pio IX se destruirán las puertas y el muro del Ghetto suprimiéndose la obligación que tenían de asistir a las predicaciones obligatorias: una especie de ‘sermón’ y rapapolvos para echar en cara los errores.
No dejo de pensar en esos padres que intentan convencer a sus hijos a la fuerza. Y pienso también en la paciencia de los hijos que intentan respetar a sus padres sin dejar de vivir la propia vida. ¡Qué difícil equilibrio entre decir lo que uno piensa, leal con las propias ideas, y tratar con cariño, respetando la libertad!
Mientras Marco hablaba no he podido dejar de recordar una preciosa poesía de Umberto Saba, sintiéndome al mismo tiempo, hijo y padre. Incomprensiones, tensión, dones, parecidos y distancias. Historias de relaciones familiares que tienen tantos matices comunes con la historia de los judíos en Roma.
«Mio padre è stato per me “l’assassino”;
fino ai vent’anni che l’ho conosciuto.
Allora ho visto ch’egli era un bambino,
e che il dono ch’io ho da lui l’ho avuto.
Aveva in volto il mio sguardo azzurrino,
un sorriso, in miseria, dolce e astuto.
Andò sempre pel mondo pellegrino;
più d’una donna l’ha amato e pasciuto.
Egli era gaio e leggero; mia madre
tutti sentiva della vita i pesi.
Di mano ei gli sfuggì come un pallone.
“Non somigliare – ammoniva – a tuo padre”:
ed io più tardi in me stesso lo intesi:
Eran due razze in antica tenzone.»
Mi padre fue para mí ‘el asesino’
hasta los veinte años cuando lo conocí.
Entonces vi que él era un niño,
y que el don que tengo de él lo recibí.
Tenía en su rostro mi mirada azulada,
una sonrisa, en miseria, dulce y astuta.
Trotamundos peregrino
más de una mujer lo amó y mantuvo.
Él era alegre y ligero; mi madre
todos sentía de la vida los pesos.
Escapó él de la mano como un globo.
«No te parezcas -advertía- a tu padre»:
y yo más tarde en mí mismo lo entendí:
eran dos razas en antigua tensión.»
Distancias seculares
Si las cosas no son o no me hacen sentir como yo quiero, las elimino o lo intento, al menos, estando a la larga. Y esto, sobre todo, en relación a lo que nos asusta (virus, tiburones o asesinos) pero también hacia otras cosas más inocuas como las arrugas, algunos embriones o Angelo que huele mal y duerme bajo el arco de via Dora en el elegante Coppedè.
Me doy cuenta de que todos, personal y socialmente, actuamos así. Parece natural. Lo que consideramos que nos puede poner en peligro lo alejamos, enjaulamos o eliminamos si no encontramos algún poderoso límite.
Uno de los interrogantes más dolorosos de la historia es encontrar respuestas a por qué los judíos, por el hecho de serlo, asustaban o incomodaban (espero utilizar bien el verbo en pasado) ¿Por qué en el 696 d.C. durante el reino del visigodo Egica fueron reducidos a esclavitud y todos sus bienes confiscados? ¿por qué fueron expulsados de Inglaterra, Francia y España, obligados a la conversión por el rey Manuel de Portugal en 1497 y confinados en el Ghetto de Roma en 1555? Y, sobre todo, ¿por qué más allá de cualquier límite imaginado fueron exterminados durante la IIª Guerra Mundial como una banal solución final?
A lo largo de toda la historia en tantas ciudades los judíos han vivido compartiendo espacios y vivencias de barrio, compañeros de juegos o de estudio, como mi amigo Giuseppe Caló que me saluda con afecto cada mañana. Y regularmente, se han visto alejados cuando no perseguidos o eliminados con oscuras acusaciones. El 27 de enero 2024, día de la memoria, en la Casina dei Vallati, una exposición, organizada por Giorgia Calò, recordará a su abuelo Alberto, papá de Giuseppe. Mi tocayo fue traicionado por un vecino que vivía en viale Regina Margherita, y deportado. Hoy podemos revivir lugares y personas que han hecho de Roma una casa a la que volver, con una familia, donde curarse pero también donde recordar las heridas.
Cierto, es el destino de muchas minorías, como el pueblo armeno, pero no conozco otros casos en los que estas discriminiaciones hayan perdurado tanto bajo los más diversos pretextos o sin ellos, en formas tan violentas y con un corpus legislativo tan tristemente extenso.
Tendré que volver a leer el comentario de Ibn Ezra sobre el libro de Job para ver si entiendo algo. Sólo espero que de ese dolor y persecución no surja la violencia como solución. Es lo más lógico y lo tenemos a la vista en tantas guerrillas, grupos de ‘liberación’, en represalias para defenderse de injustos ataques.
Una historia milenaria de sobrevivencia, de consciente y profundo saber de que lo recibido es mucho más de lo que alcanzamos con el cumplimiento o las propias fuerzas se esconde en estos versos del salmo 43. Sin saber bien cómo al fin el cordero y el león pastarán juntos.
«Porque no fue su espada la que ocupó la tierra,
ni su brazo el que les dio la victoria,
sino tu diestra y tu brazo y la luz de tu rostro,
porque tú los amabas.»
La gran Sinagoga
La construcción de las murallas de contención del Tíber y la demolición de otros viejos edificios en el angusto espacio del Ghetto dio lugar a un espacio sobre el que se decidió la construcción de la nueva Sinagoga.
En vez de construirla en Prati, se quiso realizarla aquí como una forma de dar nueva vida a un espacio que durante siglos había significado miseria, restricciones y confinamiento.
En ella, de todas formas, confluyen algunos elementos del edificio que formaban las ‘5 schole’, como los candelabros de bronce de la Catalana y dos cátedras de mármol de la Siciliana y Castellana. Injertos de historia que siguen viviendo en este nuevo tronco.
Alto y alegre como una palmera se levanta el Tempio Maggiore, sin naves, muros ni capillas. Una construcción que trae a Roma sabores orientales y que no quiere ser la reconstrucción de ningún templo antiguo. Es el espíritu de inicios del siglo XX que trayendo diversos elementos arquitectónicos babiloneses y griegos, crea con el arte de Costa y Armanni, un espacio nuevo que destaca en el centro de Roma.
En la larga historia de los judíos en Roma empezaba una nueva época a la sombra de esta palmera. Sentado, muy cerca de ella, Giancarlo de Castro hoy nos narra cómo se oscureció el cielo de su niñez con la peor de las tempestades. Se salvó refugiado en un convento, pero el vendaval se llevó en octubre de 1943 muchísimas vidas de familiares y amigos deportados.
Hoy, aquí, junto al Tíber, volvían con su voz otras antiguas, repetidas palabras:
«Junto a los ríos de Babilonia, allí nos sentábamos, y aun llorábamos.» (Salmo 137)
Su cítara, sigue colgada en esta palmera. Muda sigue cuando Marco nos cuenta su recuerdo del antentado de 1982. Muda, cuando los ojos caerán más tarde en la herida profunda, sin cicatrizar, abierta en el cemento que vio derramarse la vida del niño Stefano Gaj Tachè.
A pesar de todo, la Sinagoga se alza firme hacia el cielo como un cedro. Sobre nuestras cabezas un arco iris nos sigue hablando del final de un castigo y el inicio de una alianza. Sigue anunciando tiempos en los que los mares de lágrimas y ríos de dolor se retiren. Y de esta forma, a finales del siglo XIX o inicios del XXI, ojalá podamos salir, como Noé del Arca, hacia una tierra capaz de recibir la maravillosa diversidad de la vida.
Hasta el gorrión ha encontrado una casa;
la golondrina, un nido
donde colocar sus polluelos:
tus altares, Señor de los ejércitos.