El viernes 31 de mayo por la tarde, una voz como una espada sutil y afilada, rasgó el aire en San Pietro in Montorio. Era una de las Sibilas en Roma, que haberlas haylas.
«Jesucrist Rei, Universal,
Homo i ver Déu eternal,
del cel vindrà per a jutjar
i a cada un lo just darà.»
Las Sibilas en Roma
Mª Ángeles Ferrer con una voz que desvelaba el sentido de la historia, nos hacía presente profecías que se siguen vistiendo de melodías medievales. Antiguo hecho contemporáneo en la voz y gestos de Mª Ángeles. Arranca un pequeño jirón del telón del tiempo abriendo un resquicio para desear el futuro cielo.
Con ella una Sibila bajó a nuestro lado.
A ellas, siempre las encontramos en lo alto, en los arcos, lugar de las voces lejanas, antesalas de historias contadas en tiempos remotos y con lenguajes extraños. Ángeles, sin embargo, pasó a nuestro lado con sus palabras que nos anuncian un juicio y una gran abogada nuestra: «a vostro Fill vullau pregar». Con su espada paulina estoqueó nuestra imaginación y sentidos.
Su paso me dejó alegría, como debió de suceder a tantos, en tantas noches de Navidad. No es un canto tenebroso, aunque hable de juicio y de premios o castigos. Es la seguridad gozosa de que al final en la historia se alcanzará el espejismo de la justicia. No sé cuánto camino nos falte o podremos hacer como humanidad, pero esta música, como el Juicio Universal del Cavallini en Santa Cecilia, nos invita a seguir caminando. Hay una meta, hay un final en el que tantas injusticias típicas de todas las historias, tantas glorias y triunfos, serán pasados por el crisol que todos los pobres cristos de esta tierra algún día podrán contemplar. Y si eso no basta a quienes más o menos conscientes jugamos a ser dioses, no sé qué otras armas utilizará el profeta.
Además, su canto es sobre todo un canto hecho carne, que emociona hasta sentir un escalofrío (qué bonita la palabra italiana ‘brivido’). De hecho, las Sibilas eran las que se habían hablado de una palabra hecha carne, de una virgen que daría a luz como signo de alegría, de luz que entraría en el mundo. «Palparemos la palabra invisible.» Escuchamos que hay una respuesta: podremos tocar lo que hasta entonces no formaba parte de la historia. Este viernes pasó a formar parte de la mía.
Sibila Delfica en Santa María del Popolo, obra del Pinturicchio
Jóvenes y ancianas, con las facciones y el color de la piel que nos hablan de lugares lejanos. Reinas magas que aparecen en la noche de Navidad no gigantescas y pesadas con la resignación del futuro ineludible, ni encapuchadas con una arcana fuerza adivinatoria sino en carne y hueso, tan cercanas, desvelando del sentido de la realidad presente, desenmascarando con la luz de lo que sucederá más tarde lo que no podemos o queremos ver.
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Sibilas en la iglesia de Santa María della Pace realizadas por Raffaello Sanzio poco después de que Miguel Angel hubiera pintado la bóveda de la Capilla Sixtina
Estas mujeres, y muchas más como Casandra, regalan palabras proféticas, anuncios, advertencias y esperanzas. La mayor parte de ellas fueron desoídas, con necesidad de intérpretes o utilizadas para el propio interés. Pero cuando ellas en persona, en sus palabras dichas con vehemencia, te llevan de la mano, puedes fiarte y bajar hasta los infiernos de la ciudad de Dite o los Campos Elíseos. Así hizo Eneas arriesgándose a tener la Sibila Cumana como guía en esa parte tan maravillosamente compleja de su viaje. Profetisa que hace revivir el pasado.
La Sibila y Eneas durante el viaje al infierno del libro VI de la Eneida. Decoraciones de palazzo Chiocci en Gubbio
Dies irae
Dos días después, el domingo, pasé por el precioso pueblo de Celano en la región de los Abruzos, bajo el imponente castillo Piccolomini y el monte Tino. Allí volvieron como un eco las palabras del franciscano Tomás unidas en mi imaginación a la música:
- Dies iræ, dies illa,
- Solvet sæclum in favilla,
- Teste David cum Sibylla!
David y la Sibila, sacro y profano, todo el universo de la revelación. La profecía era cosa de hombres en Israel y las mujeres, las Sibilas, son la voz de la verdad irradiada más allá de las fronteras de la sangre o la alianza. La lluvia, desde lo alto, se ve que no sabe de fronteras y hace germinar brotes en donde buen terreno hallare.
El profeta Oseas y la Silbila Délfica en los apartamentos Borgia dentro de los Museos Vaticanos pintados por el Pinturicchio
Los libros sibilinos
La gran fortuna de las Sibilas fue que consiguieron escribir sus palabras, palpables y de incalculable valor.
La Sibila Cumana, la más famosa en tierras itálicas, paragonable al santuario de Delfos, habría escrito 9 libros. La anciana Amaltea se los ofreció al rey Tarquinio (el Soberbio según Plinio o Prisco según Varrón) por un precio enorme. El rey despreció la propuesta como irrisoria. En respuesta a este rechazo la anciana quemó tres de los libros y volvió a proponer al rey los 6 restantes por el mismo precio. El rey, molesto, volvió a rechazar la propuesta, aunque esta aparente locura lo llenaba de curiosidad. Cuando la anciana se presentó de nuevo ante el rey sólo con 3 libros y solicitando de nuevo la misma cantidad de dinero, el rey, muy impresionado, aceptó.
Desde entonces los tres libros se consultaban a través de un grupo de hombres que los interpretaban. Se recurría a ellos sólo en caso de necesidad ante graves momentos de crisis o decisiones ante las que se jugaba el destino de la ciudad. El resto del tiempo estaban escondidos en una urna de piedra en el templo de Júpiter Máximo en el Campidoglio. Libros salvíficos pero también terribles que sólo unos pocos podían leer. Libros que había que custodiar con sumo cuidado sin permitir que se consultasen libremente. Poder sacro y sapiencial unidos y controlados bajo llave. Leerlos o difundir su contenido estaba castigado con la muerte, con el mismo suplicio que los parricidas.
Augusto con la Sibila como origen de la iglesia de Santa María del AraCoeli
Esos libros ardieron durante el incendio del 83 a. C. pero Augusto se decidió a recopilar noticias y textos de los mismos en Eritrea y en otras partes del Imperio conservándolos en el templo de Apolo en el Palatino. El riesgo para las autoridades, entonces, fueron la cantidad de textos, más o menos originales e interesados, que provocaron la decisión de quemar muchísimos libros como apócrifos sibilinos.
Palabras sibilinas, que muestras y esconden, pues contienen insondables profundidades de significado que sólo se desvelan a los iniciados. Confiar en poseer el conocimiento del futuro puede ser un poder pero también se corre el riesgo de una falsa esperanza. Qué se lo digan a Majencio que durante la batalla de Puente Milvio seguramente se acordaría de la interpretación que le ofrecieron: ‘en ese día perecerá el enemigo de los romanos’. Estilicón en el s. V los destruyó para evitar el uso que se hacía de ellos en contra de sus decisiones políticas. Fin bastante previsible de los profetas.