Santa Maria della Pace – Santa María de la Paz (junto a plaza Navona)
Paseo por el centro de Roma transportada por la confusión festiva, atraída por las luces, los colores y el riudo vital de plaza Navona. Me pierdo en via del Governo Vecchio y entre los palacios llenos de vida y sinfonías cotidianas en via della pace. Aparece entonces ante mí la fachada convexa en blanco travertino de un edificio, una iglesia: Santa Maria della Pace.
Unas columnas de inspiración clásica me llaman la atención preanunciándome un mundo renacentista y barroco. El acogedor pórtico semicircular separa el edificio dal contexto urbano.
Las iglesias muchas veces nacen en los sitios más humildes, cotidianos, por diferentes y heterogéneas razones. El hecho, por ejemplo, de surgir en un lugar en el que hay abundancia (Santa Maria dell’Orto), o en una colina llena de historia (Sant’Andrea al Quirinale), o simplemente para valorizar un oficio común en un determinado sitio (Sant’Eligio degli Orefici).
Historia de Santa Maria della Pace
Sant’Andrea de Acquarenariis era una pequeña iglesia que debía su nombre a los vendedores de agua de la zona. En aquel lugar se recogía el agua del Tevere y se purgaba la arena.
La iglesia tuvo este nombre hasta el 1480 cuando, según la leyenda, un soldado borracho lanzó una piedra contra la imagen de la Virgen situada bajo el portico. De la inerte figura coló un líquido caliente y vivo: la representación de la Virgen empezó a sangrar.
Papa Sisto IV fue informado de lo ocurrido, visitó este lugar y garantizó la reestructuración del edificio. Además, eligió un nuevo nombre para la iglesia: “Santa Maria della Virtù”. Pero ¿qué virtud mejor que la paz? Ella es la “virtud activa”. La paz es esa condición que es como un edificio: “hay que construirlo continuamente” (Concilio Vaticano II).
En los últimos años del 1400, durante el pontificado de Inocencio VIII, la iglesia pasó a llamarse Santa Maria della Pace para conmemorar la “paz de Bagnolo” (1484) con la que se concluye la Guerra di Ferrara.
Junto al nuevo nombre a la iglesia también le fue asignado un aspecto nuevo. El responsable de la primera reestructuración fue Baccio Pontelli. A su lado, el Chiostro del Bramante nos introduce en un precioso edificio del Renacimiento que actualmente acoge numerosas muestras de arte contemporáneo.
Más tarde, a mediados del siglo XVII el papa Alessandro VII hizo restaurar el edificio a Pietro da Cortona. Él realizó la fachada barroca como si fuera un gran escenario para el público que se encontrase en una supuesta e ilusoria plaza. De hecho, nos encontramos en el centro de un cruce de tres caminos.
Entrando en Santa Maria della Pace
La iglesia presenta ahora una nave central que termina en un altar. Al centro un cuadro de la Virgen y el niño Jesús. Bajo la cúpula, cuatro capillas de diversos autores cada una con increíbles historias y obras de arte.
Dejando atrás el ruido de la ciudad y entrando en la iglesia se nota inmediatamente a la derecha una pequeña capilla que resalta por el brillo negro del bronce.
El “Cristo transportado por los ángeles” es una obra de Cosimo Fancelli y se encuentra en el centro de la capilla Chigi. Esta capilla, la primera a la derecha, fue encargada por Agostino Chigi y decorada por Raffaello en el 1516. Este último realizó el fresco superior “sibilas y ángeles”. Parece ser que este fresco fue motivo de desacuerdo entre Raffaello y Michelangelo que acusaba al primero de plagio, según nos cuenta Giorgio Vasari en su libro dedicado a las vidas de famosos artistas.
Levantando un poco más la vista, en lo alto podemos ver otro fresco que representa a los cuatro profetas. Fue realizado por Timoteo Viti después de la muerte de Raffaello.
Las maravillas de la Capilla Cesi
La siguiente capilla de la derecha no puede dejar de llamarnos la atención. Entramos en ella a través de un arco, imponente y armonioso a la vez, que delinea y dibuja la capilla Cesi. Una puerta a otro mundo.
El autor de los fresco de la capilla es otro artista muy importante: Rosso Fiorentino. El mecenas Angelo Cesi quiso utilizar la capilla como lugar de sepultura para su familia y cuando se decidió a reestructurarla mantuvo la temática anterior que la dedicaba a la Anunciación. Cesi encargó la decoración de la capilla a Giovanni Battista di Jacopo (el Rosso Fiorentino) que tuvo que enfrentarse con dos grandes artístas del Renascimiento italiano. Sus dos obras maestras fueron “la creación de Eva” y “la expulsión del Paraíso”.
En el enfrentamiento con Raffaello e indirectamente con Michelangelo, el Rosso Fiorentino intentó encontrar una conciliación entre ambas personalidades y métodos. No lo consiguió y por ello optó por una reinterpretación de los dos estilos que admiraba. Es evidente la correlación entre los dos frescos del Rosso y la iconografía de la Capilla Sistina, pero la fantasía y originalidad que Rosso Fiorentino intentó alcanzar transformó sus frescos en incomparables.
En frente a la capilla Chigi y a la capilla Cesi se encuentran otras dos capillas muy diferentes entre sí y de las demás. Cada una es excepcional y única.
Capilla Ponzetti
La capilla Ponzetti fue encargada por el cardenal Ferdinando Ponzetti a un pintor que con su estilo es uno de los emblemas del Renacimiento en Roma: Baldassarre Peruzzi. Él compuso la entera capilla pintando la Virgen con el niño, acompañada por las santas Brigida y Caterina y el mismo cardenal Ponzetti. Realizó también los frescos en el espacio absidal con escenas bíblicas.
Un estilo totalmente diferente es el de la capilla Mignanelli. La luminosidad, claridad y resplandor de la pintura son acentuados por la aureola de mármol recabado del templo de Júpiter. Marcello Venusti representó en este contexto a la Virgen en gloria acompañada por los santos Ubaldo y Jerónimo.
Al lado de la solemne pintura hay dos bustos realizados por Raffaello da Montelupo en conmemoración de dos personajes: Girolamo de’Giustini y Pietro Paolo Mignanelli.
Bajo la cúpula
Acercándonos al altar, tras las estatuas de la Justicia y de la Paz hechas por Stefano Maderno, se descubren dos singulares y originales obras de una artista especial. Se trata de dos frescos “la asunción de la Virgen” y “el Eterno entre ángeles y santos”, que son algunas de las obras más famosas de la pintora Lavinia Fontana.
Lavinia Fontana fue un personaje singular y en algún modo revolucionario a finales de 1500. Mujer y pintora, Fontana se puede considerar como emblema de un feminismo que respeta la figura concreta de la mujer en cuanto tal, distinta, con sus fascinantes y extraordinarias cualidades. Una mujer que luchó por el respeto, por la consideración de las propias características singulares en cuanto mujer que son además una diferencia sustancial. Una diferencia que los hombres tienen que respetar pero que, en primer lugar, nosotras mismas podemos mostrar con orgullo.
Este complejo de diferentes historias, estilos y personajes revela cómo la diversidad, la imperfección de lo que se manifiesta en cuanto solitario, autónomo, diferente y parece disuelto puede ser en realidad una obra de arte. Nos vemos sumergidos, entonces, en un complejo hermoso de obras distintas que juntas hacen un conjunto, una realidad total en la que nada te turba. Un hermoso himno a la paz en Roma.