«Si no hubiera creado el paraíso, por ti lo crearía.» Son las palabras amorosas que ponen título al éxtasis de Santa Teresa. Se trata de una escena de encuentro íntimo que el arte de Bernini nos muestra. Pero esa escena, es también una revolución en la consideración de lo que es el ser humano. Somos polvo y nada, pero se diría que hacemos perder la cabeza al mismísimo Dios. Este contraste tan fuerte, esta protesta contra nuestra pobreza, recibe en Santa Maria dell’Anima respuestas en formas de arte. Todo aquí es ‘miseria e nobiltà’: polvo seré, más polvo enamorado.
Revolución en Santa Maria dell’Anima
Entrar en Santa Maria dell’Anima me trae a la memoria las palabras de A. Camus en sus Carnets: “Todo el espíritu revolucionario cabe en una protesta del hombre contra la condición del hombre. En ese sentido, bajo formas diversas, es el único tema eterno del arte y la religión. Una revolución se cumple siempre contra los dioses, comenzando por la de Prometeo. Es una reivindicación del hombre contra su destino, cuyos tiranos y títeres burgueses no son sino pretextos”.
La apacible serenidad de la fachada de Santa Maria, en esta preciosa y tranquila calle dell’Anima, detrás del bullicio de Piazza Navona, hoy se convierte en reivindicación. Quizás esta protesta es la misma que experimentó Martín Lutero durante su viaje a Roma. Aquí se refugiaría de los trasiegos romanos el joven monje agustino. Entraría sintiéndose un poco más en casa, en la antigua iglesia y hospital que ya existía, lugar de acogida para los peregrinos de lengua alemana.
Arte y religión que se rebelan siempre contra la condición humana ¿Dónde van a parar el saber, la magnificencia, los grandes méritos, las suntuosas cortes, las leyes y decretos? Todo lo que consideramos grande o hermoso, lo que nos acompaña y nos hace considerarnos dignos, merecedores o incluso civilizados, queda reducido a polvo tras dos losas y unas letras.
La tumba de papa Adriano VI, en su harmónica composición, recibe mi visita y memoria pero no le cambia la vida. Esa tumba fue diseñada en su arquitectura marmórea por el sienés Baldassare Peruzzi entre los años 1524-1529. El pobre Adriano VI tuvo que esperarla unos cuantos años, reposando hasta 1533 en la basílica de San Pedro. En efecto, según nos cuenta su maestro de ceremonias, Biagio da Cesena, el papa murió en septiembre de 1523. No sería el primero ni el último en tener que esperar por su tumba pues no muchos son previsores o tienen tiempo para serlo… y no eran espacios que se montaban en una noche.
Tiempos difíciles
¿1522 fue un año complicado? Para el papa Adriano VI, seguramente sí. Su mayor desventura: reinar. O como diría Pasquino, una de las estatuas hablantes, cuando tras su muerte lo depositaron entre las tumbas de Pío II y Pío III: Un impío entre los Píos. Yo creo que por todo eso, acabó dejando San Pedro en busca de un poco de tranquilidad.
Finalmente, vino a parar con sus huesos, a Santa María del Ánima. Para un buen hombre, despreciado por Lutero y odiado por los romanos, el epitafio que corre como una línea a través del monumento, resulta un grito de protesta. No se trata de una lamentación contra el paso del tiempo o advirtiendo de la vanidad de la gloria. En mi opinión es un lema aún más revolucionario. Es una queja, literalmente, de circunstancias, por los tiempos en los que le tocó vivir. Tan fuertes son y tan adversos fueron que poco valió la virtud de un hombre que aquí ha quedado -elogio o verdad- como óptimo entre todos. Lo que se dice un insoportable «peso de las circunstancias».
«Proh dolor, quantum refert in quæ tempora vel optimi cuiusque virtus incidat»
(¡qué pena! ¡cuánto importa en que tiempos actúa la virtud incluso del mejor de los hombres!).
Estas palabras separan el relieve en el que el papa a caballo entra en Roma, acogido por la multitud, y la urna con lo que queda de él. Además, como en un cenicero, los hijos de la noche, dos niños regordetes, muerte y sueño, apagan sus antorchas sobre las letras. Es como el último gesto antes de dar plantón. Lo irremediable, lo que no debería ser y simplemente se impone, no le deja más opción que irse, pero mostrando su desengaño. O al menos así lo escribió en sosegado grito artístico Willem van Enckevoirt, amigo, consejero y único cardenal que Adriano VI pudo elegir 10 días antes de morir.
Una iglesia, en mil pedazos
Cuando Giuliano da Sangallo en 1514 empezó la construcción de esta iglesia no podía imaginar que de allí a poco Martín Lutero iba a clavar sus tesis en la catedral de Wittenberg. Aún quedaban 8 años para completar la iglesia y ya se estaba desmoronando en sus estructuras mientras se adornaba con una nueva reforma. La historia de Santa Maria dell’Anima es la de un mosaico con tantas hermosas y pequeñas piezas, coloradas, blancas y negras, brillantes u opacas que cubren un gran espacio y perduran en el tiempo. También el arte que nos encontramos en ella nos habla de lenguas, cambios, refugios, batallas y santos que confluyen a Roma desde el centro de Europa. Todo ello mientras que en el centro de Europa esa Roma se ve cada vez más como enemiga, compendio de males y, sobre todo, nada bueno se le ve ni se espera.