San Luis de los Franceses (San Luigi dei Francesi)
Muy cerca de Plaza Navona, al lado de Palacio Madama, se encuentra la iglesia de San Luis de los Franceses.
Esta iglesia es famosísima por albergar tres de las obras maestras de Caravaggio, sus primeras grandes pinturas, en la Capilla Contarelli.
Sin embargo, es bonito recordar cómo en Roma, con este edificio, se trae y celebra la memoria de otro hombre, padre de 11 hijos e hijo de Blanca de Castilla. Un hombre que nos introduce en la gran historia del s. XIII. Un mundo en el que no sólo se combatían las últimas cruzadas sino que se buscaba la construcción del gran edificio de la escolástica con Tomás de Aquino y Buenaventura. De hecho, San Buenaventura se inspirará en el Pseudo Dionisio para profundizar en el conocimiento através del amor. Se hablará entonces de la mística (misterio), que nos conduce a un saber, sin oposición, que va más allá de la razón.
Por cierto, esta iglesia está dedicada también a San Denis (San Dionisio) primer obispo de París y que, en documentos medievales, se había querido identificar con Dionisio Areopagita, uno de los primeros discípulos de San Pablo en Atenas. A este discípulo, considerado un sabio filósofo del Areópago, se le atribuyeron en el s. VI numerosos escritos que han influido mucho en la reflexión filosófico-teológica sobre todo franciscana, a partir de San Buenaventura.
A inicios del s. XVI con un Medici -luego papa Clemente VII- se inició la construcción de esta memoria, un lugar de culto, de arte, de política centrado en la tradición y cultura franceses tan presentes en Roma. La historia de su construcción, de hecho, va unida a las numerosas peripecias de Roma a lo largo del siglo XVI, con una importante interrupción debida al ‘Sacco di Roma’. Al final, Domenico Fontana, para otro papa franciscano, Sixto V, concluye la construcción.
Luis IX de Francia, San Luis, en cuanto franciscano seglar, participó de esta revolución que trajo San Francisco. Es impresionante cómo en pocos años, desde Asís, las ideas de este hombre llegaron hasta la corte del Rey de Francia… con repercusiones en toda Europa, llegando de nuevo a Italia, a Roma, para dar formas y contenidos también al arte de esta iglesia.
De hecho, la capilla más ricamente adornada de San Luis de los Franceses fue dedicada a Luis IX. Plautilla Bricci, arquitecta y pintora, diseñó su arquitectura luminosa y pintó el cuadro para el altar. Monseñor Benedetti, agente de Mazzarino en Roma, había quedado muy contento tras el estupendo trabajo que ella hizo como arquitecta de su villa en la via Aurelia. De ahí que le encargara esta capilla y como recompensa le otorgase el usufructo de una casa al lado de San Luis de los franceses.
En la fachada, construida por Giacomo della Porta nos encontramos en lo alto con la imagen de dos mujeres. A la izquierda se encuentra Santa Clotilde reina, hija de Childerico I de los Burgundios, esposa de Clodoveo I rey de los francos y segundo de la dinastía Merovingia. En las Navidades del 496, tras salir victorioso de una batalla contra los alemanes en la que invoca la protección del dios de su mujer, se bautiza y con él gran parte de sus súbditos. De ahí que la nación francesa se designe desde entonces como la ‘primogénita de la Iglesia’.
Es una época en donde la crueldad y las luchas sin cuartel parecen ocuparlo todo, sobre todo entre quienes tienen algún poder. A finales del s. V se desmorona un imperio. Pero son mujeres como Clotilde y su paisana Genoveva de París (patrona de la ciudad), o Gala Placidia, madre del emperador Valentiniano III, las que dan a luz una nueva civilización. Son cristianas preocupadas por la educación, por las dificultades de los más pobres, por guiar a un pueblo que parece estar siempre a merced de las correrías de los violentos.
Hay cosas que pasaba en París en el 451 y que llegaban hasta Roma rápida y emocionalmente. Poco después sería el papa León Magno el que subiría hasta el norte de Italia con el fin de parar la incursión de Atila que pretendía llegar hasta la Ciudad Eterna. A propósito, un papa elegido por aclamación en el 440 cuando se encontraba en la Galia.
Genoveva fue capaz de oponerse al mismísimo Atila antes incluso que lo hiciera Ezio en los Campos Catalaunici a las afueras de París. Como vemos, en cada piedra de esta iglesia se nos representa la historia de Europa, en una época interesantísima. ¡Qué digo! ¡No en una, sino en ‘tantas’ épocas! Un poco más adelante me encuentro, por ejemplo, con la tumba del cardenal H. A. De la Grange, padre de la reina de polonia Casimira Sobieski. Historias que por terminar en Roma, se unen a nuestra historia en San Luis de los Franceses.
Épocas de cambios en San Luis de los franceses
Clotilde nace justo antes de la caída del Imperio Romano de Occidente y vive en una época violenta y complicada, de profundos cambios. Muere en Tours en el 545 intentando poner paz entre sus hijos que luchan por la herencia paterna. Poco ha cambiado aún habiendo cambiado tanto porque una semilla quedó plantada de algo que nacerá más tarde y vive en silencio. El Imperio Romano de Occidente, cristiano oficialmente desde Teodosio, se desmorona y los nuevos reyes traen sus antiguos dioses.
Juana de Valois, hija de Luis XI y esposa de Luis XII, vive otra época de grandes transformaciones: el final del s. XV. Tras la anulación de su matrimonio con el rey se dedica a obras de caridad y funda una orden religiosa. Ella también aparece recordada en la fachada de San Luis de los franceses, como Santa Cecilia en el interior, con las maravillosas pinturas del Domenichino.
«Miserando atque eligendo», es la frase de san Beda el Venerable que papa Francisco escoge como lema, recordando la vocación de San Mateo y el cuadro de Caravaggio. La elección, sentirte llamado, preferido, querido, representada como una nueva creación. No en un tiempo paradisíaco, más allá de la historia, envuelta en nubes, sino en la vida cotidiana se tiende la mano divina. Una mano que ahora también es humana. Es más, está acompañada por otra mano callosa, la de Pedro.
Sin luces celestiales ni roja arcilla Caravaggio pinta la historia común como una habitación sin adornos, todos entorno a una mesa. El dinero de siempre, con moda y espadas del 1600. Una luz ilumina este ambiente-historia común guiada por el movimiento de la mano. Con esa luz, con esa mano, se muestra la atención divina sobre la vida ordinaria y nos llama la atención también a nosotros.
Hay sorpresa en esa vida: uno incluso se agarra a la banqueta para no caer. Hay asombro: ¿Quién?¿yo?, ¿soy yo mismo al que llamas? Y también contemplación (un rostro iluminado como una luna menguante). El asombro nace en alguien que se sorprende de ser tocado por la misericordia cuando sabe que está dedicando su vida a unos metales. En Momo eran hombres, todos hombres, que vivían por y para unos cigarros siempre encendidos consumiéndose en negro humo. También aquí Caravaggio, como si viajáramos en el tiempo, nos muestra en un instante el final de tantos procesos y las consecuencias de lo que aquí está naciendo. Celestial y terreno: tanta historia en un instante.
No deja de ser curioso que muy cerca de este cuadro se encuentre la memoria de Frederic Bastiat. Se trata de un economista y teórico del liberalismo que acabó sus días en Roma. Su lema era: vida, libertad y propiedad. Encontrarlo allí ha sido una invitación a leer sus obras -empezaré con uno tan sugestivo como «El impuesto y el vino»- y acercarme a su vida, su tiempo. Pero esta es otra historia.