La primera noche de calor este año nos ha sorprendido en el primaveril 20 de abril. El sueño no quería quedarse conmigo, zarandeado por pensamientos que eran sensaciones e imágenes: ruinas en Roma como despojos de un naufragio.
Aparecían de forma viva y lejana olas, rocas, nubes y colinas de mi tierra. Inundaban de fresco la habitación invitando a respirar el olor de la noche. Agitaban fantasmas que me acompañaban durante un paseo por la casa silenciosa.
El tiempo a esas horas está durmiendo. No se entera. Su paso se notaba sólo bajo los pies de personajes que en sueños me visitaban. Profecías de otras vidas aparecían como verdades terribles. Se desvelaban naturalezas con máscaras nuevas. Soldados vestidos de actores, borrachos de triunfo y desafiantes como lansquenetes que pueblan la noche de Roma.
Lansquenetes en Palacio Venecia
Cellini me apuntaba con su arcabuz apostado junto a la puerta de entrada. Veía el fulgor de la mecha replicado en sus ojos.
Muerte del Condestable de Borbón entrando en Roma en 1527 por Martin van Heemskerck
Mientras me sumergía en el dulce torpor del sueño, imaginándome caído por la certera puntería del Cellini, una antorcha casi me quema el rostro.
Sin descanso. Por una parte, alguien con gran curiosidad y sin piedad quería sorprenderme mientras yo estaba sumergido en una oscuridad de fosa. Por otra parte, el horror y el grito ahogado en un rostro de luna pálida. En esta ciudad, en mis sueños, no hay descanso.
Resuenan, entonces, las palabras de Juan Gómez Bárcena: «Roma es una ciudad con más muertos que vivos… Un ejército que no viaja es un cementerio. Una cadena que sujeta los vivos a los muertos. Todos los ríos de piedra llevan a Roma». En esta noche, nado contra corriente en este río de piedra pero no me muevo. Y sigo sintiendo el calor de la antorcha que mira mis mudos y quietos esfuerzos.
Capilla Raimondi en la iglesia de San Pedro en Montorio
Al final, me dejo llevar por las aguas de piedra. El recuerdo de lo que hoy soy se mezcla con lo que he sido. No es tan importante si antes o después de la oscuridad. Incluso en la inconsciencia del sueño, también sigo siendo: indefenso, incapaz, sin moverme, sin sentir. Esa pequeña muerte cotidiana que higiénicamente limpia los más recónditos engranajes con luz imágenes sobre aceite denso de lento torpor.
De repente, una corriente fresca apagó la antorcha. Sentí una especie de libertad etérea. Viajaba ahora atado a las volutas del humo me llevaban hacia lo alto, ascendiendo como un oscuro aire caliente. Al mismo tiempo, rocas y grandes piedras caían a mi lado, como cae el olvido, sin mirar donde y sin que nadie se sorprenda. Un gigantesco letargo de historias en magníficas ruinas en Roma. Me quedé atrapado, hilo sutil, en entre hojas de laurel, ásperas de tacto y penetrante olor, en una altura que podría ser profundidad.
Fugaces cuanto un rayo, surgieron por un instante colores y formas. Noté una mirada, pero sobre todo el gesto de su boca. Un momento sólo para saber de mi perdición entre arcos y laureles. Ya sin tiempo, detenido, ni me veo ni me ves. Niebla oscura que al llegar la mañana desaparece.
Amanece y yo sigo vestido de piedra con armas en ruinas.
Martin van Heemskerck, autoretrato con el Coliseo al fondo con ruinas en Roma
“Las ruinas son una categoría de la historia y hacen alusión a algo muy íntimo de nuestra vida. Son el abatimiento de esa acción que define al hombre entre todas: edificar. Edificar, haciendo historia. Es decir, una doble edificación: arquitectónica e histórica… Y al edificar realiza sus sueños. Y bajo los sueños alienta siempre la esperanza. La esperanza motora de la historia. Y así en las ruinas lo que vemos y sentimos es una esperanza aprisionada, que cuando estuvo intacto lo que ahora vemos deshecho quizá no era tan presente; no había alcanzado con su presencia lo que logra con su ausencia.” (Maria Zambrano. Una metáfora de la esperanza: las ruinas.)