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Roma, arquitectura fantástica. CurArte el sueño

Cuando veo los juegos y delirios de las Cárceles (Prigioni) de Piranesi, me doy cuenta de que Roma nos ofrece en su arquitectura un laberinto en el que perdernos. Juego o terrible prueba, depende.

Seguramente, es un sueño equidistante entre lo que nos da miedo y nos atrae. Al igual que la ciudad, estos grabados de mediados del siglo XVIII no nos aprisionan por sus cadenas, puertas o rejas, sino por desánimo y ausencia. Ni se ve ni nada nos anima a encontrar una vía de salida, aunque podamos recorrer miles de peldaños y recovecos. La fuga es imposible, sobre todo porque ni siquiera nos sentimos con fuerzas para intentarla. Tan seguros estamos de nuestra suerte.

La arquitectura de estas cárceles está llena de escaleras, luces, sombras y arcos. Piranesi en sus sueños de arquitectura no se encuentra dentro de una pequeña celda, sino en un espacio enorme que no le impide caminar, subir o bajar, pero del que sin duda no puede salir. Él es un monstruo dentro de su laberinto, no un tonto en su lío. Se puede crear una arquitectura que no existe sino en la propia imaginación. Espacios en los que habita el miedo, el sueño y todo lo inconsciente, pero con formas que, al seguirlas, no son un sinsentido. Puedes llegar a los Campos Elíseos del inframundo, pero seguro que no te quedas quieto intentando desenmarañar la madeja.

Laberintos de arquitectura

Durante la pandemia de Covid en la que nos encerramos como defensa, Yago utilizaba sus ‘caprichos’ para escapar de una realidad que, saliera por donde saliera imaginando, le traía de vuelta siempre al mismo punto. En su caso, el miedo le llevaba a estar sobre los techos. Entre ellos se establecen los diversos niveles que forman arquitecturas que pueden parecer reales, pero son caminos sin salida.

En ambos casos, se trata de perspectivas de vértigo. En las “cárceles” de Piranesi miramos la arquitectura de una Roma imaginada desde sus profundidades, como en una oscura mazmorra, rodeados por instrumentos de tortura. Yago, en cambio, nos hace sentir vértigo contemplando la ciudad imaginada desde el borde de un alero. Los balcones, cornisas, alféizares y escaleras se mezclan con piscinas, mesas de ping-pong y hasta un hoyo de golf. En las cárceles tenemos una arquitectura que yo llamaría “inclusiva”, interna y desde abajo, que los caminantes (arriba y fuera) no ven y de la que no podemos escapar. Curiosamente, estas dos características también las noto en el dibujo de Yago, pero con una arquitectura “exclusiva”: los caminantes (abajo y dentro) no la ven y tampoco parece tengamos otro refugio o escapatoria.

Arquitectura de Roma, en profundidad

Ambas perspectivas, ambos miedo y deseo, las encontré unidas, más tarde, en un juego-laberinto que percibí visitando una muestra dedicada a Escher. Cuando vi su cuadro expuesto en el Museo de palacio Bonaparte en Piazza Venezia sentí que era yo el que daba los pasos en las escaleras, ejerciendo de gallego, tanto arriba como abajo. La verdad es que me sentí profundamente prisionero aun sabiendo que podría ir por donde quisiera. Casas que protegen o hermosos palacios pueden ser prisiones, pensadas como laberintos o convertidas en lugares sin salida, por mandato o necesidad.

Roma es un auténtico laberinto. Sus muros pueden ser defensa y protección, o prisiones para tener distantes peligros y disgustos. Pueden delimitar espacios en los que crear jardines y dedicarse al cuidado y la belleza, o patios que sean solo el lugar para una hora al aire libre. Sus escaleras, internas y externas, pueden ser peldaños que nos ayudan a coincidir, o un viacrucis de fatigosos obstáculos que nos alejan, por ignorancia o cansancio, de cualquier encuentro, incluso estando muy cerca. Roma no es un lío, sin hilos o caminos, sino todo lo contrario. Es un laberinto en el que en cada punto puedes seguir al menos 3 dimensiones y, en cada una, seguir la senda del tiempo y el significado que dan sus vidas. Entrar es saber de no salir y que tras cada rampa, se abren muchas más. Quizás solo el sueño, atravesando la puerta ebúrnea, nos permita un descanso real.

«Revocare gradum superasque evadere ad auras
hic opus, hic labor est…» (Virgilio, Eneida, 6, 128)

Retirar el paso y salir hacia las brisas de arriba
esto es el trabajo, esto el empeño…

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