El divino Rafael
«Nunc Romam in Roma querit, reperitque Raphael,
Querere magni hominis, sed reperire Dei est.»
(Ahora Rafael busca y encuentra Roma en Roma,
buscar es propio de un gran hombre pero encontrar es propio de Dios.)
Celio Calcagnini, Della Industria di Raffaello da Urbino.
Cuando una persona busca se hace grande o porque es grande busca. Tiende a una medida mayor de la que es, no se acontenta y mira a lo lejos, en alto, en profundidad. Todos tenemos alguna pequeña experiencia de buscar sabiendo que no podremos saciarnos, que siempre quedará mucho más por preguntar. No en vano en tantas lenguas la palabra ‘preguntar’ es igual que ‘pedir’: necesitados e indigentes. Y es grande quien busca, quien necesita mucho más y se atreve.
Ahora bien, leyendo este epigrama entiendo de otra forma por qué le llaman divino: por encontrar. Encontrar eso que buscamos y que parece inalcanzable es algo divino, un regalo que te pone por las nubes. Quien busca a Roma en Roma puede entender que encontrarla sea una apoteosis, llegar al cielo.
Rafael, testigo de la gloria
En Roma, Rafael parece encontrarse en la gloria. Y divinamente nos muestra lo que ha encontrado. De hecho, en aquel final de marzo e inicios de abril de 1520 estaba trabajando en el gran cuadro de la Transfiguración que ahora podemos contemplar en la Pinacoteca de los Museos Vaticanos.
Rafael nos desvela un mundo de luz refulgente, de ligereza, de cuerpos gloriosamente hermosos, de iluminación de los sentidos, mente y corazón. Un mundo en el que esa luz convive sin desprecio, sin separación, sin ruina con el asombro y el miedo a lo desconocido, la incapacidad y la enfermedad, los girones y suciedad de lodos.
En la tarde del 6 de abril, viernes santo, de 1520 este cuadro estaba aún sin terminar, como tantos otros proyectos o posibilidades. Otro viernes santo, 37 años antes, lo vio nacer. Concluyó su breve vida, tras pocos días de intensas fiebres, y la pintura fue cabezal en el velatorio del divino pintor difunto. Porque también la muerte, no importa cuántos días se hayan vivido, puede ser divina, ¡locura!, especialmente en un viernes santo. Curiosamente lo divino no se muestra exacto, ex-acto, sólo consecuencia de lo que se hace con lo que se encuentra.
Y así, el cuadro se completó en un modo sorprendente: cielo, tierra, muerte. Era el mismo pintor su espacio bajo. Pero no se trata de un autorretrato pues no lo hay al morir sino de restos, lo que queda, un espacio que luego será nada, vacío. Un vacío que clama. El mismo pintor que en vida había encontrado gloria, miserias y luchas terrenas, ahora encuentra a la muerte que, paradójica y definitivamente, lo hace divino: todo lo ha encontrado al quedarse sin nada.
Rafael en Roma tras el 1-9-2020
Hoy desmontan la preciosa exposición ‘Raffaello 1520 – 1483’ como si la fecha de su muerte fuera el ‘dies natalis’. El inicio está en su fin: divino incluso en la medida de su tiempo.
Tras unos meses terribles de cierre por la pandemia el museo de las Scuderie del Quirinale volvió a abrir sus puertas el 2 de junio aunque con toda una serie de circunstancias nuevas: distancias, tiempos, número máximo de visitantes… Hoy se concluye la exposición y, sin embargo, la presencia de Rafael, no sólo en su tumba del Panteón sino sobre todo en sus obras, sigue vivificando la ciudad. ‘Roma y Rafael 2020-1520’ podríamos llamar esta maravillosa relación destinada a durar.
El papa Gregorio XVI ante la tumba abierta de Rafael en el Panteón.
Divino Rafael porque la naturaleza lo teme y muriendo también ella muere. Divino porque encuentra el modo para hacerse presente y conquistar en cada época los sentidos y luego la razón. Y también divino por encontrarse en él algo que va mucho más allá de lo que la naturaleza nos ofrece. Crea y recrea.
Si Homero creó los dioses, como dice Eródoto, Rafael nos los mostró íntimos y cercanos en la Villa Farnesina.
En batalla con la muerte que aniquila y cancela, el divino Rafael encuentra un modo para crear muros de arquitectura que resistan. Sobre ellos heraldos de la fama con trompetas de piedra y colores lo anuncian en la capilla Chigi de Santa Maria del Popolo y en la basílica de San Pedro.
Divino pues como Jano consigue mirar no sólo hacia el pasado y el presente que tenemos delante sino hacia el futuro que se nos esconde tras la nuca. Y lo hace con Isaías en Sant’ Agostino y las Sibilas en Santa Maria della Pace.
Hasta la historia parece dócil en sus manos: nos desvela la del rudo pescador Pedro en el misterio de una noche liberatoria, la del atrevido Constantino seguidor de un sueño, e incluso la destruye en un instante juntando pensadores y teólogos de diversas épocas en un mismo simpósium.
Divino porque suscitaba ese amor que se ciñe como un brazalete en el brazo amado, prenda capaz de vencer la muerte. Así lo veo en Palacio Barberini cuando a partir de hoy aquella Fornarina que él recreó vuelva a mirarnos con una mirada que es tetragrama: modelo, artista, colores y mis ojos.