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Plaza de San Pedro

Plaza San Pedro

La Plaza de San Pedro, en el Vaticano, es una de las imágenes más representativas de Roma. Y es, junto a la Basílica de San Pedro, el centro del cristianismo. Lugar de reunión entre los fieles y el Papa, de importantes celebraciones para los cristianos, de llegada para millones de peregrinos y de visitantes, especialmente durante el Año Santo. Su valor religioso es de una magnitud incalculable. Su valor arquitectónico y visual, también. Como resultado de esta única combinación, tenemos una de las plazas más conocidas y visitadas del mundo.

No podía ser de otra manera, pues la plaza es la antesala a la Basílica de San Pedro, la iglesia más importante del planeta. Con el tiempo, la Plaza de San Pedro ha llegado a ser no solo la antesala de la basílica, sino la de todo el Vaticano (incluyendo lugares de tal importancia como los Museos Vaticanos).

La obra magna de Bernini

Sin embargo, no siempre fue así. A finales del siglo XV comenzaron unas obras que llevarían a reformar, ampliar y embellecer la Basílica de San Pedro como ninguna otra en el mundo. Con la ayuda de artistas de la talla de Bramante, Miguel Ángel o Rafael. El proceso cumplió su cometido con creces, haciendo de San Pedro una de las basílicas más bellas de todos los tiempos, pero la plaza quedó rezagada y no se le dio el mismo valor. De hecho, durante años estuvo incluso sin pavimentar. Esto duraría poco tiempo, pues a finales del siglo XVI los planes para realizar una plaza a su altura comenzaron a fraguarse y llegarían a su punto álgido en 1656, cuando el maestro Bernini tomó las riendas del proyecto.

Vista de la Plaza de San Pedro

Todo un orbe alrededor de una piedra

El obelisco ya formaba en ese entonces, antes de la reforma de Bernini, parte de la plaza. En el año 40 del siglo I d. C. fue traído por Calígula a Roma desde Egipto para colocarlo en el circo de Nerón. Y desde aquel año hasta el 1586, más de 1500 años después, no se movió de su sitio. Fue el primer obelisco en ser trasladado en la época moderna y el único de Roma que no sufrió caídas. Quizás por apoyar sobre los 4 leones bicorpóreos (fíjate, pues te sorprenderán) que preparó Prospero Antichi para tapar los antiguos astrágalos de bronce que lo sustentan. Su altura supera los 25 metros y sigue siendo el centro perfecto sobre el que giran todos los elementos de la Plaza de San Pedro.

El resto de la plaza, a excepción de una de las fuentes, es obra de Bernini, que fue ayudado por sus discípulos para llevar a cabo tan basta tarea.

Dibujos de G. L. Bernini en tinta china con dos proyectos para la realización de Piazza San Pietro. En ambos la cúpula hace las veces de tiara pontificia y la plaza aparece como fruto de un abrazo o como los brazos extendidos de San Pedro. El 17 marzo 1657 Bernini explicaba así la arquitectura de Plaza San Pedro: «È conveniente che la Chiesa di San Pietro, quasi matrice di tutte le altre, doveva havere un portico che per l’appunto dimostrasse di ricevere a braccia aperte maternamente i cattolici per confermarli nella credenza, gli heretici per riunirli alla Chiesa, gli infedeli per illuminarli alla vera fede.»

Su proyecto presenta una plaza con dos grandes partes: la plaza ‘’recta’’ y la plaza ovalada. La primera es el lugar más cercano a la Basílica de San Pedro, donde está la escalinata de acceso y desde cuya cima el Papa se dirige a la gente reunida en algunas grandes ocasiones. La segunda es la consecución de la primera, donde la plaza se amplía formando un gran círculo ovalado, rodeado por la impresionante columnata y cuyo centro es el obelisco. También en el centro, a cada uno de los lados del obelisco y en perfecta simetría, están las dos fuentes de la plaza. Una obra de Bernini y otra de Maderno, autor también de la fachada de la basílica.

Dibujo de G. L. Bernini con un proyecto para Plaza San Pedro que no se realizó.

Anécdotas en la plaza

El obelisco estaba situado en el lado izquierdo de la nueva Basílica de San Pedro. Siempre estuvo allí, un poco apartado, pues era su sitio originario. De hecho, era una marca, el recuerdo que se alzaba, del circo de Calígula, en donde murió San Pedro. Cuando finalmente se decidió trasportarlo al centro de la plaza, antes de que se construyera el columnado, fue toda una empresa.

Primero desplazarlo y, sobre todo, izarlo sin que se rompiera. En el momento más delicado, lleno de cuerdas, personas e ingenios mecánicos para alzarlo, un marinero alzó su voz: “Acqua alle fune”, agua a las cuerdas. Sabiduría del marino que sabía de la fuerza del viento lazado como un monolito contra los enclenques medios humanos. Y sabía que la respuesta estaba en el agua para vencer el peso, la tensión, la ruptura.

Este episodio, recordado por un poeta como Santiago Montobbio, le hace descubrir una cualidad especial en las palabras poéticas: “Ese anuncio del agua a la que había que acudir y echar sobre ellas permitió que éstas agua recibieran y el obelisco se levantara. Agua que salva. La poesía, agua que salva. Y que resiste. La poesía es esta agua que nos salva y también lo que nos hace resistir.”

Una de las fuentes de Plaza San Pedro, abundancia de agua como símbolo de los dones recibidos del cielo. Una plaza que es escenario de nuestros paseos pero también de grandes celebraciones religiosas.

La Columnata de la Plaza de San Pedro

El lugar es amplísimo y, aunque no lo parezca, la Basílica de San Pedro está en realidad alejada de la propia plaza. El reto de crear un lugar por y para la basílica era muy complicado. Era muy posible que el resultado diera una sensación de lejanía física. Bernini resolvió esto dividiendo la plaza en estas dos partes y uniendo ambas por la enorme e increíble columnata que dibuja el contorno de todo el espacio.

La columnata de Bernini otorga a la Plaza de San Pedro un sentido de grandeza y unión mágico.

La columnata nace en dos pórticos, cada uno a un lado de la plaza y con 4 filas de columnas que en total suman 284. Cada uno cierra la plaza por su respectivo lado hasta llegar a la basílica. Además de darle una unidad a la plaza, la columnata le da una belleza única y algo mágico por el contraste entre su sombra y el sol pletórico que normalmente baña el blanco de la basílica.

Franz Ludwig Catel. Vista plaza san pedro de noche. 1818. Museo de Roma de Palacio Braschi.

A pesar de las 4 hileras de columnas, si nos situamos en alguno de los dos círculos de mármol colocados a propósito en la plaza, veremos las columnas perfectamente alineadas y nos dará la impresión de ver sólo una. Una demostración más del genio de Bernini.

En lo alto del columnado, 140 estatuas de santos y santas coronan lo alto de la plaza. Nos los ponen por las nubes y, al mismo tiempo, parecen velar y proteger a todos los que nos encontramos en el recinto. Cada una de ellas, con sus casi 3 metros y medio de altura, parecen estar bien a la intemperie e incluso para muchos, pasan desapercibidas, sin que nadie note sus miradas o sus gestos teatrales.

Relojes en Plaza San Pedro. Una curva espacio-temporal

La Revolución francesa trajo a Roma un tiempo nuevo. Las horas empezaron a contarse desde el mediodía, a las 12, a la francesa o ultramontana. Las horas italianas se cuentan de 6 en 6 o de 12 en 12 pero empezando al atardecer de cada día. Al final, el papa Pío IX aceptó oficialmente el cambio pero en Plaza San Pedro aún conviven ambos ‘tiempos’. En la fachada, Giuseppe Valadier dejó constancia de ambos tiempos al construir dos relojes que siguen funcionando. El de la izquierda notaréis que mide el paso del tiempo con dos agujas, tal y como estamos acostumbrados. Sin embargo el reloj situado a la derecha tiene una aguja sola. Éste último marca la hora italiana que nos permite calcular las horas de luz que nos quedan.

La campana mayor y mediana de la basílica marcan las horas y los cuartos a la italiana. En el otro lado, y para no confundirnos, las 12 horas francesas se indican con el sonido de las campanas pequeñas. Tiempos, épocas y sonidos distintos que conviven en esta plaza.

Pero aún hay más. Otro reloj más grande y menos conocido, se extiende en la plaza. El tiempo se hace espacio convertido en sombra. Un segmento cuyos extremos marca cada año la sombra de la cruz puesta sobre el obelisco. Un viaje de ida y vuelta desde el solsticio del 22 de junio, inicio del verano, hasta el solsticio del 22 de diciembre, inicio del invierno.

Te invito a recorrer este camino, línea de sombra, que va desde el obelisco hasta la fuente de la derecha, la construida por Maderno. También en este caso es como si el peso de este orbe de la plaza, hubiera curvado el tiempo permitiéndonos un viaje hacia el pasado o hacia el futuro, todo depende.

La Via della Conciliazione: el camino a la Plaza de San Pedro

A pesar de todo, un último e importante detalle faltaría para dejar la plaza con la imagen con la que la conocemos hoy. Y ése es la tan característica y larga calle que nos lleva a la Plaza de San Pedro desde Castillo Sant’Angelo, la actual Via della Conciliazione. Algo muy curioso, ya que en el siglo XX, fechas muy cercanas a nosotros, la calle estaba ocupada por algunos edificios. La vista que hoy tenemos de una gran vía culminada por la basílica no existía. Esa vista que es una foto tan tomada hoy en día en Roma. A inicios de los años 30 comenzó la demolición de algunos de estos edificios (algunos de ellos palacios). Para el Jubileo del año 1950 la calle, totalmente despejada, llevaba desde Sant’Angelo hasta la Plaza de San Pedro.

Via della Conciliazione que conduce a la Plaza de San Pedro. Uno de los recorridos más impresionantes y bellos del mundo.

En diciembre del 2024 se abrirá la puerta santa para un nuevo Jubileo. El año santo 2025 verá un mundo que será recibido en Plaza San Pedro. Sus brazos seguirán acogiendo e invitando al encuentro. Muy lejos quedan aquellas fechas en las que toda la población de Roma cabía en esta plaza (cuando Roma pasa a ser capital de Italia en 1870 tiene unos 150.000 habitantes). Entonces, como ahora, se nota que esta plaza fue construida para acoger a gentes de todo el mundo.

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