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Palazzo Massimo alle Terme

Heridos de las batallas en la ciudad, recalamos en un oasis restaurador junto a las antiguas Termas y la actual estación de Termini. Palazzo Massimo alle Terme tiene el nombre sonoro de los antiguos palacios, aunque es muy reciente en la historia de Roma.

Tras la herida. Palazzo Massimo alle Terme

Sin embargo, su arquitectura neorenacentista es para mí el mejor escenario en el que presenciar los pequeños, grandes dramas de la vida en la Antigua Roma. Hay espacios como el Coliseo o el Panteón que son mundos de arquitectura en los que entrar a formar parte de ese cuerpo, antiguo y siempre renovado, de la ciudad. En el Palazzo Massimo alle Terme son los objetos los que, como una enorme estiba, me hablan de acciones y tiempos que se conservan en ellos, ánforas de un larguísimo viaje sobre mares olvidados. Antiguas esencias siguen conservadas en ellos. Desde la misma entrada del Palacio me parece sentir ese olor de drogería que me habla de suelos por fregar, limpiametales o cientos de tipos de colores.

Es uno de los lugares que yo incluiría en el estupendo libro Lugares donde se calma el dolor de César Antonio Molina. Quizás porque en el Palazzo Massimo se comparten y te puedes asociar a las heridas de la humanidad que nos sumergen en las corrientes y embites de la historia.

 

Hija de Níobe herida, Palazzo Massimo alle Terme, una de mis esculturas favoritas en Roma. Tiene una historia muy interesante y muy ‘romana’. Se encontró por casualidad durante unos trabajos en 1906 para la ampliación y consolidación del edificio de un banco en el cercano barrio Sallustiano. Sin decir nada del descubrimiento la sacaron de Roma para llevarla a la sede central del Banco que, finalmente, tras largas pendencias judiciales, la regaló al Ayuntamiento de Roma.

Como una hija de Níobe busco la flecha en mi espalda. Alzo los ojos hacia la venganza de los hijos de Leta. Artemisa me ha alcanzado con su flecha envidiosa y se derrama con mi vida el soberbio tesoro que había acumulado. Si mi abuelo Tántalo está condenado a tener cerca el agua fresca y la suculenta fruta sin poder saciarse, mi condena es ser hija de mi madre creyéndome como ella más dichosa, más fecunda, más digna de gloria de la misma esposa de Zeus. Después de mí, disimular la alegría, ocultar las ilusiones, apagar las esperanzas, parece ser una consigna de los mortales para no desatar la envidia divina. De hecho, en este mundo de piedra del s. V a. C. no hay lugar para el perdón regenerante sino sólo el vano intento de sacarnos la flecha que los inmortales pueden lanzar en el momento más inopinado.

Si para los personajes del Bosque animado la consigna era ‘que el hombre te ingnore’ para nosotros, hijos todos de Níobe, es huir de la mirada de Apolo – sol y Artemisa – luna. Sólo aquí, mostrando el dolor desnudo en su piel de piedra sudorosa por la huida, se protege del sol y la luna y se aquieta. Se queda como eterna sufriente pero viva. Y yo con ella. El rostro alzado, digno, mientras dobla su rodilla, su túnica resbala hasta el suelo y renuncia a la carrera, alcanzada no por amor.

Tras el combate

Sentado, sin los vigores de la juventud, fuerte pero sin fuerzas. Tras un duro combate que deja heridas sangrantes en el rostro, el tiempo que tiene por delante es que esperamos restaure, para siempre, las fuerzas perdidas. Sus orejas y nariz hinchadas, el dolor apesadumbrado en sus cejas, sus manos abandonadas al peso de las tiras del cuero y metal, armas en la lucha, todo él con el movimiento de su cuello implora la clemencia del descanso.

Su silencio es de una elocuencia clamorosa. «Atardece entre estatuas desterradas de los pedestales de la Historia» (Lugares donde se calma el dolor). Sentado, nos mira desde abajo. Ha bajado hasta nuestra altura, mejor dicho, hasta nuestra profundidad, pues nos sabemos sumidos en combates. Sus heridas son las nuestras, con una diferencia: «Me voy dando cuenta que las ruinas de Roma rejuvenecen mientras nosotros nos arruinamos.»

El sitio de mi recreo

El calor hace insoportable el paso del tiempo. Se calma sólo en los parques que ofrecen el frescor de los colores, del agua, de la sombra. Y así, caemos en la profundidad de un sueño. Livia paseaba por el jardín de su villa a las afueras de Roma. En ese momento un águila deja caer ante ella una gallina blanca que había llevado en sus garras. La presa liberada lleva en el pico un ramo de laurel que será el inicio de un bosque con el que coronar los triunfos.

Nos despertamos como si hubieran pasado siglos para encontrarnos ante la decoración de la sala para banquetes de la Villa de Livia Drusilla, mujer de Augusto. El frescor de fuera se nos ha colado en forma de pintura pompeyana.


Decoración de la Villa de Livia en Prima Porta, ‘Ad gallinas albas’ actualmente en Palazzo Massimo

Granadas de eternidad explotan en colores que alegran, refrescan, alivian y nos liberan de las garras del tiempo. Ese tiempo que es más un pozo de produndidades insondables que la duración de un compás. Sabemos que, aún sin Edén regado por sus 4 ríos, podemos imaginar que este jardín se riega con el agua de ese pozo del tiempo. Tiramos con nuestras manos de la cuerda, apoyados en el brocal, sacando aguas con gozo. Nuevo tiempo – agua que es consuelo ante el calor, liberación de quien se ha visto caza.


Santiago Ydañez trabajando en la Academia de España en su obra ‘villa de Livia’

Un palazzo que contiene una Urbe

En 1981 el estado italiano compró este edificio que fue construido entre 1883 y 1887 por el arquitecto Camillo Pistrucci como nueva sede para el colegio de los jesuitas de Roma tras la desamortización del Colegio Romano (actual instituto Ennio Quirino Visconti). El jesuita Massimiliano Massimo es el que cede este terreno que pertenecía a su familia y que formaba parte de la antigua villa Negroni – Peretti, construida por el papa Sixto V. En esta parte alta de la ciudad, regada por el acueducto alejandrino que termina en la famosa fuente del Moisés, se daba uno de los mejores vinos de Roma. Sus jardines se extendían hasta la basílica de Santa María la Mayor creando con el arte de Domenico Fontana, otra de las maravillosas islas paradisíacas de la Roma papal.

Desde que es una de las sedes del Museo Nacional Romano, en sus muros alberga una ciudad de hermosas paredes que han encontrado refugio. Escapando de las construcciones que han transformado Roma tras 1870, los colores de la villa de la Lungara, junto al Tíber, se han escondido en este rincón de Roma.

Aunque ya no existen ni la Villa de la Lungara ni Villa Peretti, en el Palazzo Massimo alle Terme, sus mundos de colores, sombras, personajes, arquitecturas y espacios imaginados viven como almas separadas de sus cuerpos. Quizás aquí tengo una prueba de la eternidad, de la espera en un lugar atemporal, mientras con nostalgia me susurran sus historias para que vuelvan al tiempo. Me cuentan de su carne abandonada para volver a sentirla en mí aunque sea como dolor:

«As liñas do seu rostro debúxanse na nada,
nos seus ollos desorbitados proxéctase o mundo.
¿Acaso é así como se accede á eternidade?»

(Lara Dopazo, Trabajo final durante su estancia en la Academia de España 2019)

Tiempos antiguos que siguen durando.

Las fechas, las fiestas con sus memorias, los días F (fas, lo que está permitido) y N (nefas) son un rompecabezas de 13 columnas, las de los meses del año romano antes de que Julio César instaurase su calendario: IAN Ianuarius (enero), FEB Februarius (febrero), MAR Martius (marzo), APR Aprilis (abril), MAI Maius (mayo), IVN Iunius (junio), QVI Quintilis (julio), SEX  Sextilis (agosto), SEP September (septiembre), OCT October (octubre), NOV November (noviembre), DEC December (diciembre) e INTER Intercalaris (el mes añadido o Mercedonio).

Los Fastos nos hablan de tiempos antiguos encontrados junto al mar de Anzio, marejadas de historia junto a la maravillosa villa de Nerón. Ningún minuto, ninguna hora, ningún día es igual. El tiempo no es una medida matemática sino una oportunidad, nuestra relación con eventos que se siguen representando y duran más allá de su lapso. Contemplando este rompecabezas me doy cuenta que los días no encajan dividiendo los meses en semanas, horas o minutos sino multiplicándose en recuerdos y situaciones de un viaje que tiene por camino y medida un universo.

El arte es un buen reloj de la historia y en Palazzo Massimo podemos ir subiendo de una planta a otra siguiendo la evolución en los retratos desde la época republicana hasta el tardo imperio romano: el paso del tiempo medido en formas.

¿Cuanto vale una moneda?

Si algo puede ser la encarnación de un símbolo es una moneda. Arrojada en los mostradores, en limosnas, en precio de traiciones, en la boca de los muertos o ya en la mano de Caronte. Pero además, en ella, el tiempo cambia su valor. Podríamos decir que una vez plantada en el campo de los milagros de la historia, renace con significados que son un raro tesoro.

Precisamente, en este museo, en la planta que está bajo tierra, nos encontramos estos tesoros. Aquí nos esperan más de 20.000 monedas de edad romana y alto medieval y otras 100.000 de la colección de Vittorio Emanuele III de época medieval y contemporánea. Además, en 4 grandes vetrinas, encontraremos todo tipo de instrumentos dedicados a la construcción, la alimentación, la ropa y el tiempo libre de la época de la Antigua Roma.

 

Moneda de plata con efigie de Carlos V representado como emperador

Es más, en los fondos de este palacio nos encontramos incluso con Carlos V, nuevo emperador vestido como uno antiguo. Del tiempo pasado quedan imágenes, instituciones, ideas atrevidas que se arrojan de mano en mano, en cada moneda. A todos, en lo que más contaba, Carlos iba recordando que el antiguo tiempo se renovaba con los explendores de un nuevo Trajano.

Quizás por eso seguimos arrojando monedas, enterradas en cada hueco o bajo el agua de Trevi, con la esperanza de recogerlas por fortuna enriquecidas con todo el tiempo que ha pasado:

«La Roma de nuestras nostalgias era ya otra Roma antigua dentro de la antigua Roma de los Césares». (Gabriel García Márquez, La santa)

Lo que nos une, en Roma

Dos manos, sin fundirse, un pacto. Dos cuerpos fundidos, confundidos. Dos formas de encontrarse, de encontrarnos en Roma.

Roma me da la mano y me dejo guiar. Bajo esas manos unidas (coniunctio dexteram) escenas de una carga de caballería. El pacto personal junto al pacto con Roma sellado con la propia sangre y la de los enemigos. Prisioneros compungidos atados a los trofeos mientras la violencia de la guerra se desencadena. Todo ello en la piel del sarcófago ‘comedor de su carne’. Para este romano del s. II la memoria de esos dos pactos son el epitafio con el que en alas de la fama vencer el olvido en el que cae con la muerte.

«He esperado tanto que ya no puede faltar mucho más» (Gabriel García Márquez, La santa). Nos engañamos. Y así se nos pasan volando las horas, los días, hasta que deseamos formar parte de Roma como Salmacis suplicando no separarse de Hermafrodito, fundirse para evitar las distancias, de tiempo o lugar, pero sin un rostro al que besar que no sea también el tuyo.

Horarios e información para la visita

De martes a domingo el Palacio Massimo está abierto desde las 9.30 hasta las 19.00 (última entrada a las 18.00).

Coste de la entrada: 8 euros y 2 euros (entrada reducida para personas entre 18 y 25 años).
Ya que el Palazzo Massimo forma parte de las 4 sedes del Museo Nazionale Romano se puede adquirir también la entrada en las 4 que cuesta 12 euros, entrada reducida 8 euros.

Si quieres visitar este precioso museo con una guía especializada no tienes más que escribirnos a info@enroma.com y nos tendrás a tu disposición.

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