La mitología romana sigue viviendo en el arte y traduciendo en palabras algunos de los mejores sentimientos y más profundos saberes de la tradición de Roma. Como uno de los antiguos poetas, la ciudad recoge historias de dioses, enseñanzas, aventuras y desventuras de la humanidad y nos las desvela en múltiples formas. Con su voz parece hacer bajar la marea de la historia descubriéndonos tesoros escondidos, tantos lugares que ver, ocultos a veces por siglos de agua y lodos. Roma es un cantor divino que no desaparece del todo al persistir su voz:
“Aunque a él mismo le angustie desaparecer,
mientras que su palabra prolonga su existencia.” (R. M. Rilke, Sonetos a Orfeo).
O al seguir sonando ahora en la espesura de sus grandes villas la música de fauno o pan. Música de instrumentos de viento sobre las antiguas encinas. Bosques circundados en los que aún sigue repiqueteando el pájaro carpintero (picchio) y los arrullos de las tórtolas. La naturaleza en Roma sigue tocando míticas melodías que atraviesan las generaciones.
Amor en la mitología romana
Aunque en el Palacio Farnese hay un precioso fresco indicando que Amor vincit omnia, lo cierto es que la mitología de Roma nos enseña lo contrario. Ya que Rilke nos ha recordado la historia de Orfeo y Eurídice, Roma nos los presenta unidos a la historia de Narciso y Eco. Ellos abren la herida de trágicos eventos mitológicos que nos hablan de dolores y violencias. El amor parece acercarnos a los dioses pero para hacernos, al mismo tiempo, víctimas suyas. Roma es un refugio, una consolación para los perseguidos, humanos o divinos. ¡Qué se lo digan, si no, a Saturno recibido en su casa (Gianicolo) por Jano!
Si Roma es lugar de acogida también nos recuerda las grandes tragedias y viajes por amor, como la de Orfeo. De esta forma, nos encontramos con la historia de uno de los viajes infernales más famosos en la literatura y el arte. Roma nos lo propone en varios lugares. Yo me quedo con una obra de la pintora Angelica Kauffman. Mi elección se debe a un ‘chivatazo’ de mi amiga Elisa que me hizo este regalo sorpresa. A esto se une, además, que esta pintura no se encuentre en un museo o en un palacio de la ciudad sino entre los tesoros del Caffè Greco. Orfeo y Eurídice nos están esperando allí para charlar en una de sus salas como un amigo más. ¡Ojalá Orfeo nos dedicase una canción, aunque, por desgracia, él no tenga otro Orfeo que lo consuele!
“Mísero yo, que con la voz cansada
al reino del dolor descanso ofrezco,
todos su pena sienten mitigada
i solo la de tantos yo padezco…
i lo que a tantos doi, en nadie hallo”
(Juan de Jaúregui, Orfeo)
Orfeo, un ‘ya casi’ que se hace ‘nunca más’.
Cuanto más cerca, al alcance, se ve el objetivo -Eurídice ya casi estaba completamente fuera, entre los vivos, y sólo le quedaba un pie en el reino de las sombras infernales- más cruel y desesperado es el dolor por no conseguirlo. Lo más difícil parecía hecho, conseguido por el poder de la música, sin necesidad de que Orfeo muriese junto con su amada. Este atrevimiento o cobardía (quiso ir vivo y no pasando por la muerte) hacen que Hades o Plutón con Perséfone, se conmuevan, que hasta los infiernos hagan posible lo imposible. El hombre Orfeo, entre embaucador, antiguo flautista de Hamelin, y loco, curiosamente se pierde por la razón, por ir considerando todo con recelo. Por desgracia, el miedo razonable le hizo olvidar el gran precepto de no volverse. Y como la bíblica mujer de Lot, las consecuencias son terribles: siglos de dolorosa ausencia.
“El músico infeliz reconocía
estremos ya de la superna entrada…
rindiose a rezelar si le seguía.”
“Turbó el rezelo acciones al sentido,
cegó prudencias al discurso inquieto,
tal que traduxo la memoria olvido
que violó de Plutón el gran preceto:
vuelve la vista (ai del!) inadvertido,
y apenas mira el procurado objeto,
que anhelando los ojos su presencia
siglos fulminan de dolorosa ausencia.”
(Juan de Jaúregui, Orfeo)
Junto con Orfeo Roma, por ejemplo en el Castillo Sant’Angelo o en los Museos Capitolinos, nos presenta otra pareja muy especial: Psique y Amor. Ambos entablan una danza de deseo, se separan con dolorosa esperanza mientras se inicia una búsqueda desgarradora. El viaje, la lucha por conseguir el objeto amado hasta llegar a la locura como la de Orlando en el Casino Massimo Giustiniani, creo que es uno de los actos principales en el gran teatro mitológico de Roma. Para completarlo el poeta Virgilio nos hablará de otra historia de amor más fuerte que la muerte en la que Eneas va a los infiernos buscando a su padre. No es extraño que unos siglos más tarde siempre Virgilio acompañe también al bueno de Dante en una Divina Comedia.
Mitología romana de Egipto
Si los romanos ocuparon Grecia, ella, a su vez, los conquistó. A su vez, a los griegos les había pasado lo mismo con Egipto. En el siglo I. a. C. tenemos un Egipto helénico tras Alejandro Magno. Nuevas dinastías que se asientan en las milenarias orillas del Nilo. A través de los legionarios y de los comerciantes, pero también con la fascinación que Egipto ejerció en las clases altas, llegaron a Roma las divinidades egipcias y se crearon numerosos templos dedicados a ellas. Incluso el Nilo se hizo arte, divinidad, dispensador de riquezas e inspiración para Roma. El arte egipcio se puso de moda y, con él, Roma también se llena de la antiquísima y riquísima civilización egipcia. Seguramente la belleza de Cleopatra caminando por sus calles, la convirtió en un mito, en una diva, divina.
Roma se hace egipcia y ya no dejará nunca de serlo. No sólo por los obeliscos, el templo de Isis y Osiris o la pirámide Cestia. Roma será egipcia en la búsqueda de la eternidad, en la necesidad de construir una ciudad que sea capaz de vencer el tiempo, en la alegría de una vida que, por todos los medios, intenta vencer la muerte.
Egipto también encarnará la sabiduría en el Renacimiento. En el sueño del faraón contado ante José, en Catalina de Alejandría, en la reinterpretación alegórica de las divinidades egipcias como el toro Apis. Dioses egipcios que se asocian a los grecoromanos, esfinges que para siempre nos preguntan y esperan respuesta. Dioses cuyas historias luego se interpretarán alegóricamente para iluminar el saber y el modo de vivir.
Como decía el director del museo egipcio de Turín, Christian Greco, «nos situamos ante una realidad distinta, más antigua que nosotros, huéspedes en relación a una civilización lejana.» Con la mitología, sobre todo la egipcia, nos colocamos ante relatos y obras con las que nos damos cuenta de que «todos somos residentes temporales en un lugar que existe desde mucho antes que nosotros.» Cuando entramos en el museo egipcio dentro de los Museos Vaticanos o en el apartamento Borgia, además, entramos en un diálogo con quienes tenían otra forma de sentir, de ver, de entender, pero con nuestras mismas preguntas.
Hércules, Cástor y Pólux, Victoria.
«Et facere et pati fortia romanum est» (Tito Livio, Historia de Roma, 11). Lo propio de los romanos es hacer y soportar cosas fuertes. En este sentido, nadie mejor que Hércules para encarnar este carácter que encontramos no sólo en la Antigua Roma, sino también inscrito en el gran monumento de la nueva Roma: el Vittoriano.
Este monumento está lleno de Victorias aladas, guiando las cuádrigas de la Libertad y la Unidad. Ellas mantienen en alto coronas de laurel, aroma de gloria y apoteosis, pero que también adorna la tumba del ‘militar desconocido’ convertido en mito y símbolo de la patria. La diosa Roma impera y lo vela, vestida como la antigua Atenea, sabia y guerrera. Por cierto, en la página inicial de nuestra Guía de Roma, encontrarás otro dibujo de Yago con su visión de la diosa Roma.
De la fuerza y astucia de esa mujer fuerte y que, al parecer, ha visto de todo, participan héroes míticos como Hércules y los dos gemelos Cástor y Pólux, defensores y protectores de la ciudad.
La guerra con Marte también está en los orígenes de la ciudad. Él será el padre legendario de Rómulo y Remo. En nuestro tour mitos y leyendas de Roma, nos lo encontraremos al viajar hasta los orígenes de Roma.
Venus, RomA AmoR
Al contemplar estos lugares, escenarios de leyendas, nos encontraremos también con personajes como Rea Silvia, descendiente de aquel Eneas que Virgilio desde Troya hace llegar a las costas del Lazio. Ella, al final de este recorrido por la mitología romana nos hablará de cómo el dios guerrero algunas veces, consigue deponer sus armas vencido por Venus, aunque la violencia siempre quiera interponerse entre los amantes.
Lucha y amor que mueven la historia de ésta y todas las ciudades. Aunque en Roma, quizás de ahí venga su eternidad, recoge como ese amor ha sido capaz de vencer a la muerte y los infiernos. Una gloria.