Las navidades ya se han instalado en Roma. Este año, en plena crisis del coronavirus, nadie sabe cómo afrontarlas, cómo sentirse, qué hacer. Supongo que yo no soy menos. En esta última semana antes de las fiestas, para mí es también la última antes de despedirme de Roma por unas semanas. Unos días que saben a despedida. Una despedida con aires extraños, como extraños son los tiempos que vivimos. Raros o no, será la primera vez que esté lejos de Roma por tanto tiempo desde que llegué. Un descanso necesario. Una pausa con la que no puedo evitar mirar atrás. Mirar Roma.
Conectando miradas
Supongo que siempre he sido alguien melancólico. Pero no veo esto como un defecto, más bien con una característica que me hace conectar con lo que me rodea.
Hablando de miradas atrás, las miradas, aunque parezca algo obvio, es algo sobre lo que pienso a menudo. Algo obvio, descontado, pero quizás tanto que no lo es. O, al menos, no termino de unir las ideas en mi cabeza. Hace unos meses, giraba mi cabeza atrás y veía una nave industrial que se iba haciendo más pequeña. Allí quedaba un trabajo, un grupo de compañeros, amigos. Días después, pasando el control de seguridad del aeropuerto, miraba atrás para saludar a mi padre.
Algunos años atrás, caminaba por Xeneral Pardiñas en Santiago dirección a mi piso. Había pasado mi última tarde como ‘’habitante’’ de aquella maravillosa ciudad que tanto me enseñó. Me paré y me di la vuelta, viendo cómo mi amigo Esteban caminaba hacia su casa después de habernos despedido.
Tan solo unas semanas atrás del momento en el que ahora escribo, caminaba por Roma escuchando una explicación sobre las mujeres en Roma que entraba por mi auricular. Miraba a la guía, Valentina. Al girarme, frente a mí estaba el Coliseo iluminado. Solo, callado. Volví a mirar a Valentina y al grupo que se apoyaban en un cartel. Volví a girarme a observar una de las imágenes más bonitas que he visto jamás, el Coliseo de aquella noche. Me preguntaba si en alguna de esas miradas atrás, en lugar del Coliseo aparecería Xeneral Pardiñas. O si me daría la vuelta para saludarlo y me estaría dirigiendo una sonrisa mi compañero Xabi, listo para resolver alguna de mis dudas. Quizás aparecería mi padre, ofreciéndome una última sonrisa de despedida.
El tiempo pasa. Pero a la vez no. En ocasiones, algunas, conseguimos mantenerlo en las miradas de momentos en los que lo atrapamos. Momentos a los que conseguimos volver mirando atrás.
Mirar Roma hacia atrás, hacia el futuro
Este verano aprendí que algunas tribus de sudamérica entienden como futuro lo que nosotros consideramos pasado. Según ellos, el futuro está detrás y el pasado delante. Creen que, como el pasado es lo único que puedes ver y conocer con certeza, es lo que está delante. El futuro, como no hay forma de conocerlo, tiene que estar detrás, ser el pasado.
Intrigado por esta filosofía, miro hacia adelante. No rescato esas miradas con tristeza sino con la alegría de viajar al futuro, a momentos que me hicieron feliz o marcaron una experiencia que me hizo avanzar.
Miro hacia delante y veo un atardecer en el Campidoglio, con las explicaciones y la pasión de mi amigo Alberto después de una bonita cena. Veo a Chiara y Daniele mostrándome su cariño mientras compartimos una pasta amatriciana y buena conversación. Me veo a mí atendiendo y disfrutando de las explicaciones de Carlotta en el Foro Romano. Puedo ver de nuevo mis pies sobre la arena del Coliseo, alzar la mirada hacia sus gradas y observar lo que tantos gladiadores debieron hacer. Me veo en la cima del Vaticano, en la cúpula de San Pedro mientras Valentina me relata Roma desde las alturas. Veo todas las dificultades superadas, todo lo aprendido, todo lo que he crecido, la gente encontrada y todo lo que Roma me ha aportado.
''Dai, vattene''
Una de esas miradas que guardé en mi memoria pasó en otro momento similar a este, aunque la despedida en aquel entonces era ‘’definitiva’’, cuando acababa mi primera experiencia en Roma. Despidiéndome de una persona muy especial, bloqueado, no conseguía… o no quería irme. ‘’Venga, vete’’, me dijo. Me decía que si miraba atrás sería más difícil. A la salida de la sala, las escaleras se desviaban en un pasillo hacia la salida. Antes de subirlas, me giré a echar un último vistazo. Miré atrás para mirar adelante.
El futuro es desconocido. Siguiendo con aquella teoría, está a mis espaldas. Ahora, en esta última mirada a Roma antes de volver en un nuevo año, me pregunto cómo será. Cómo será ese mirar Roma en unas semanas. Mientras tanto, miro al pasado contento de todo lo vivido. Miro adelante.