Cada uno de los lugares que visito en Roma pueden acercarte: los tenemos en común, incluso con quien ya no está en el tiempo. Cada uno de los lugares se extiende hasta hacerse un camino. Mi mejor consejo para visitar Roma es recorrerlo, formar parte de las artes. Recuerdo ahora la cúpula del teatro dell’Opera (Teatro Costanzi) y me veo como un personaje más dentro de una escena que representa todo un pueblo en un festival artístico.
Imaginar con palabras de aire, piedra y color
Si “la filosofía es la razón compadecida de la condición desvalida del hombre” estos lugares son rincones en los que el corazón nos hace experimentar con la memoria que la historia nos cubre. No estamos desamparados cuando en cada esquina vemos en piedra y formas el cuerpo de tantas vidas que son el presente de la historia.
Descubriendo con ojos nuevos el Foro durante nuestra Visita Coliseo
No es necesario pretender todo sino sólo aquello de que somos capaces. Vado pequeño pero colmo. Quizás va perdiendo, quizás no sea agua purísima, pero es una corriente viva.
Tampoco es necesario que nos encontremos con finales felices o con historias donde el bien resplandece como única realidad. No por ello desesperaremos negando el bien como algo que no existe. Aquí nos encontramos con personas que nos consuelan por la vida que han transmitido, por uno o cien matices que han sabido ver y contar en las más diversas formas. Ninguna es exhaustiva, pero son, nos acercan y dan motivos para seguir, para compartir y acrecentar la creación que va más allá de nuestra naturaleza, de nuestras fuerzas. Roma consuela porque sabe haber vivido, el tiempo de una vida, y ser abuela: avus y aevum.
Mi consejo para visitar Roma: estar y sentir
Tocar estos lugares, entrar en el espacio de sus historias nos hace trascender nuestras fuerzas. Gratos, podemos apropiarnos de los triunfos que otros nos conquistaron para hacernos partícipes de sus esfuerzos, encadenados, al querer, a otros caminantes. Podemos pecar, equivocar el blanco, siendo guías ciegos. Podemos dejar cadenas y senderos para embriagarnos de la libertad que así se demuestra. Sin embargo, yo no renunciaría a llegar a una cumbre, a ese momento en que pasas a ser el cabo de la soga, el último eslabón. No renunciaría a los pasos hechos, a los países y regiones exploradas por otros, a las miserias o grandezas que nos quedan ante los ojos.
En Roma todo esto, miserablemente grandioso, se nos hace tan visible y palpable que se hace grito. A veces, bullicio ininteligible. Aquí no se renuncia a nada de lo que es humano. Todo lo encontramos sin que falte nada.
Escuela de Atenas de Rafael y nosotros en ella, durante nuestra Visita Vaticano
De hecho, aquí podemos contemplar incluso el juicio y condena a lo que fue. La resumación de la momia de un papa muerto que se sienta en el tribunal de los vivos para, mudo, dar la lección del tiempo. Mientras tanto, el correr de la corriente del Tíber se llevará sus palabras de hueso y ceniza. Incluso este sinsentido de la locura que quiere ir contra el tiempo en nombre de la verdad absoluta (suelta), sin soga ni sendero, encuentra un lugar para ser recordado.
Foro Romano visto desde el Tabularium
Todo encuentra en Roma un posible lugar, una palabra que lo ha pronunciado y que espía, estremecida de miedo y emoción. Esta ciudad de mundo, y nosotros con ella, es demasiado para estar contenida en cualquier palabra. Roma es un trazo, un escalofrío que se repite sin cansancio por iguales o distintos motivos, no importa, siempre nuevo como sensación que no deja de tener efecto. ¿Lo habéis notado?