«En Roma, ya se sabe, las devociones están o estuvieron muy arraigadas; tanto, que a pesar del sinnúmero de iglesias grandes y pequeñas, el paisaje urbano desea también dar cuenta de esa tendencia de la ciudad. Aprovecha para ello las esquinas de las casas, los cruces de las calles, lo que más se ve. E instala allí hermosos medallones píos (Madonnelle), rodeados de ángeles jóvenes y de angelitos, de flores, de ornamentos. Son efectos que se encuentran casi siempre a una altura intermedia, ni altos ni bajos, de manera que la gente no llegue a ellos pero sí pueda verlos bien. Son como pequeñas capillas que antaño seguramente se iluminaron de noche con velas encendidas. Unos quedan muy bien, acompañan el efecto de la calle y de las casas, están construidos por artistas que sabían hacer su trabajo; otros, no tanto, más populares, o con menos gasto, desmerecen un poco. Son muestras barrocas en general que, como las fuentes, denotan una ciudad rebosante, de agua en un caso y de devoción en el otro.» (José Laborda Yneva, Paseos por Roma)
En épocas de pandemias, peste o dificultades, nos damos cuenta de que las ‘madonnelle’ nos están mirando. Es más, como algunos nos aseguran a lo largo de la historia, sus ojos se movieron, e incluso conmovieron, con lágrimas compasivas ante la vista de nuestros males. Su presencia protectora, más allá de esta vida momentánea, permanece convertida en obras de arte a lo largo de la ciudad. No destacan entre tantas maravillas que ver en Roma, pero son puntos de luz en las horas más oscuras, cuando todo lo demás parece desaparecer.
A nuestro lado
Su presencia se nota delicadamente. Ante la gran Fontana di Trevi pocos ven una de las ‘madonnelle’ más hermosas y de mayor tamaño. Pero en las oscuras noches de Roma, la indica y vela, como una lámpara votiva. Antes de la llegada de las farolas, a gas o eléctricas, estas imágenes eran la luz de los cruces, permitían caminar con un poco de seguridad, contemplar la belleza entre sombras. Su luz, su posición, la mujer y los ángeles, son una señal que indica permanentemente la presencia de una memoria viva, cercana, en los rincones más cotidianos.
¿Cuáles son mis preferidas? Las que he tenido ocasión de saludar pasando hacia el trabajo, volviendo a casa o en lugares por los que paso con frecuencia. Las ‘madonnelle’ no son metas a las que ir, sino compañeras durante el camino, vecinas de barrio a las que contar cuitas.
Así, en via Baccina, cuando el barrio de Monti baja hacia el Foro, me encuentro con una de estas imágenes con más historia e historias que contar. Muy cerca de la casa de Ettore Petrolini, nos espera la Vergine dei Buon Cuori. Hasta hace poco aún se encontraban flores frescas y alguien que se paraba no sólo por curiosidad sino familiarmente, en diálogo.
Quizás por esto creo que se puede decir que son imágenes hogareñas. Se parecen a los ‘compita larum’ que en las calles protegían las casas. Familiares de otros tiempos que bendecían con su presencia a los que se encontraban en el fragor de los días. Bajo esas edícolas los lares romanos hacían de las caóticas calles de la ciudad un recuerdo benévolo, una compañía con antorcha en las noches siempre peligrosas de Roma. Luego será María, madre, la que conforte y nos dé la mano para no quedarnos sin esperanza al perdernos.