Hay veces en las que Roma me atrae precisamente por sus rincones más escondidos. Por ejemplo, cada vez que bajo por via IV novembre hasta Piazza Venezia, no resisto a desviarme un poquito para un saludo a Santa Maria dell’Archetto. Entre los lugares más importantes que ver en Roma, quizás nunca incluiría esta pequeña capilla. Pero precisamente por eso, por ser un rincón que habla de la normalidad, de cómo la belleza y la historia están en cada rincón de esta ciudad, no puedo evitar una visita. Es como si fuera un lugar mío, del común de los mortales, y en su pequeñez, en su humilde silencio no reclamado por ningún cartel o publicidad, sin colas ni gente fotografiando, se me presenta grande y atractivo.
Madonna dell’Archetto
Domenico Maria Muratori fue el autor de la imagen puesta en un primer momento al aire libre, en una de las paredes del palacio Muti Papazzurri cuya entrada era precisamente por via dell’Archetto. En esta calle y en la cercana Piazza Santi Apostoli dos obras de este artista nos hablan de lo escondido y cotidiano en el rostro de María, junto con el momento culminante de las vidas de dos apóstoles. De hecho, a pocos pasos de la Madonna dell’Archetto se encuentra la basílica de los XII apóstoles, en donde podemos ver el cuadro de altar más grande de Roma. En él Muratori narra el martirio de Felipe y Santiago el menor. Lo más pequeño y lo más grande, unidos en Roma.
Una cajita. Una naveta.
Volvemos a nuestra pequeña capilla. Yo la llamaría ‘naveta’, pequeña barca, termino que en la liturgia se utiliza para un instrumento que contiene el incienso. Este mini-santuario construido por Virginio Vespignani en el siglo XIX, sirve para conservar y transportar en la Roma Moderna, el intenso y saludable olor de la devoción a María, de las plegarias, ofrendas y vidas que se van consumiendo. Si las grandes obras de arquitectura, del arte y la música, parecen caracterizar la Ciudad Eterna haciéndola estable, son lugares pequeños y cotidianos como la Madonna dell’Archetto los que contienen el mejor perfume de la ciudad, efímero y entrañable. Y, como esas navecillas que llevan el incienso, Vespignani quiso hacerla como una pequeña cajita preciosa, que esté a la mano, cercana, y donde se muestra que lo más importante es el contenido.
En esta callejuela, ahora puedo imaginar cómo sería el vicus Tuscus de la Antigua Roma en donde se encontraban numerosas tiendas que vendían incienso. Tanto es así que lo llamaban ‘vicus turarius’, el ‘incensador callejón’. Era ésa una calle que bordeaba el Palatino llevando desde el Foro hasta el río Tíber. Como decía, para mí, ahora, via di San Marcello, callejuela hacia la que se abre esa ‘navecilla’ de la Madonna dell’Archetto, se convierte en una nueva callejuela del incienso. Un perfume que es fruto de la combustión, de las horas y vidas quemadas. Buen olor aunque con pizcas de acre y picor que puede hacer llorar. De hecho, no es destilado ni líquido precioso, sino humo. Aquí, en esta ‘cajita’ de Roma, descubro que incluso el humo puede ser delicioso, puede cubrir y llenar de compasión, como un buen olor, los rincones escondidos o sucios de Roma.
Madonna dell’Archetto y via dell’umiltà
Archetto significa, arco pequeño. Todo en esta imagen parece centrado en lo que no se nota, de pequeñas dimesiones, sin mucho espacio. Obra de arte que estaba a la intemperie y que, para protegerla y resguardar a los que ante ella se paran, se traslada, guardándola en esa ‘cajita’. Será Constantino Brumidi el que la decore. Al ver su obra al final de este callejón no puedo dejar de pensar en el gigantesco trabajo que llevó a cabo en el Campidoglio de la capital de los Estados Unidos. Allí creó una obra maestra dedicada a la apoteosis de G. Washington. Sólo con espejos se puede contemplar sin acabar con dolor de cabeza. Cúpula que quiere ser símbolo de poder, en lo más alto, bien visible.
En cambio aquí, cerca de via dell’Umiltà -no creo que sea una casualidad-, Brumidi se dedica a llenar de luces un mísero callejón lateral de una callejuela de Roma. Crea espejos de la linda mirada de esa mujer retratada que te mira a los ojos, tan cerca que me parece ver en ellos el reflejo de mi imagen.
Una capilla para curar el orgullo
Ojalá se acabase el orgullo como sentimiento y pose de superioridad pero no sólo ese orgullo sino también el que eleva gritos enardecidos en quien salta fuera dejando la trinchera del miedo que nos tenía agazapados. Contra la fría distancia o el arrojo combativo, Roma nos propone una sencilla alegría ante las tantas luchas de cada día: Maria, Causa Nostrae Laetitiae.
No creo que nadie sienta la necesidad de sentirse orgulloso de desayunar cada mañana. Cuando no hay necesidad de mostrar orgullosamente o de orgullosamente defenderse o incluso imponer, es cuando se asienta la naturalidad y una alegría que es capaz de surgir en cualquier instante. No tengo noticias de que nadie haya sido perseguido por mostrar su gusto por el café con lecho o se le haya negado el derecho a un desayuno. Otra cosa será si el desayuno me hace daño porque tengo una dieta, se pueda convertir en una ocasión para un delito o para darme cuenta de que no tengo ni un trozo de pan.
Esta capilla nada pretende mostrar, ni impone ni propone. Simplemente acoge. O acogía. Entiendo la necesidad de protegerla, sobre todo ahora que ya no quedan ‘romanos’ en el centro de Roma, pero esa reja, sus horarios de apertura e incluso que durante todo el mes de agoste esté cerrada, me habla de cómo ha ido cambiando la ciudad. Rincones que eran cercanos y refugios de lo cotidiano se convierten en joyas que preservar o defender.
Lo escondido, silencioso
La pequeña capilla della Madonna dell’Archetto nos habla de lo íntimo, de lo familiar y de barrio. Además, el ámbito de la privacidad creo que preserva el ejercicio de libertades sentidas como las más naturales e importantes, las de la vida cotidiana y los afectos, para que no sean instrumentalizadas, ridiculizadas o impuestas según modelos. Esto sin disminuir las implicaciones sociales que puedan tener nuestras decisiones más personales. Creo que la felicidad por las propias ideas o elecciones se prueba y transmite en los actos, lugares y encuentros de la vida cotidiana. Los autos de fe siempre me han parecido una demostración de fuerza y de una unidad impuesta.
Por todo ello, no entiendo el paso entre defender la libertad y que esto suponga tener que mostrar orgullo. Ese paso me parece una pérdida o traspaso porque la ostentación crea enemigos y no admiradores, porque el orgullo supone un juicio (muchas veces presumimos suponiéndonos ser lo mejor) y radicalizar lo que distingue en vez de lo que une. Dejamos entonces la cajita de incienso que libera un humo que arde con sentimiento de satisfacción por algo que tenemos, para pasar a la plaza de la arrogancia cerrada por el dique del desprecio, la incomprensión o exclusión hacia los que no lo tienen.
Madonna dell’Archetto y Trevi
Me parece sentir ese olor a incienso durante mi paseo por la ciudad. Me paro, y me doy cuenta que estoy ante la edicola mariana que se encuentra en la esquina de Piazza de Trevi. En medio de tanta gente, ante la famosísima Fontana di Trevi, sólo ahora me doy cuenta que la imagen de María es una copia de la Madonna dell’Archetto. Y ante el gran teatro de la fuente monumental más famosa del mundo, ese ligero olor a incienso que recuerdo, me hace sonreír como si participase en la La fiesta de la insignificancia. Rincones de Roma que duran, viajan contigo e incluso invitan a leer al recientemente fallecido Milan Kundera.