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Los Borgia en Roma – El arte del poder

escudo borgia santa maria mayor

Estaba escribiendo este artículo sobre los Borgia en Roma cuando me llegó la noticia de la muerte de Andrea Camilleri. Su voz calma y ronca de tanto fumar, no ha dejado de representárseme, como la de un familiar querido al que de vez en cuando tenías el placer de encontrar. Y siempre era iluminante desde su aspecto de anciano sabio, persona y personaje unidos en él.

Sus gestos, su rostro de mirada robada, sus palabras desde que subió al escenario del teatro griego de Siracusa son para mí la personificación de Tiresias.

«Da quando non ci vedo più, vedo le cose assai più chiaramente.» La claridad con la que veía las cosas tras haberlas perdido de vista o haber perdido la vista, es una luz aguda que se cuela por los entresijos de la historia y del alma.

Esta luz, un candil encendido que nos ayuda a buscar, es la que utilizamos para ver Roma, para contemplar la historia: ya no vemos las personas o los lugares de otro tiempo, pero al mismo tiempo las contemplamos con la claridad de quien no está ofuscado por el sentir directo. Con sus ojos me gustaría ver también esta historia de los Borgia en Roma.

Los Borgia, una familia al vértice del poder en Roma

En 1449 Nicolás V autoriza al canónigo Rodrigo Borja (nacido en 1431) a residir ‘fuera de los lugares en los que radicaban los beneficios recibidos’. Junto con su hermano Pedro Luis dejan a su madre, la viuda Isabel Borja, para ir a Roma con su tío el cardenal Alfonso Borja (Xátiva 1378).

En Roma estudia con el gramático Gaspar de Verona. Vive con su tío cardenal en la iglesia de los Cuatro Santos Coronados (Santi Quattro Coronati). En 1453 va estudiar derecho canónico a Bologna. 20 abril 1455 eligen a su tío como papa eligiendo el nombre de Calixto III. El 10 de mayo el papa lo nombra protonotario apostólico. Al mismo tiempo, su hermano Pedro Luis será prefecto de Roma. Como se puede ver, estamos en plena política nepotista. Al año siguiente, en 1456 Rodrigo pasa a ser cardenal de San Nicola in Carcere. Poco después, en 1457 vicecanciller de la Curia con palacio en Via dei Banchi Vecchi.

De todas formas, incluso tras su muerte de su tío y papa Calixto en 1458 seguirá siendo vicecanciller con Pio II, Pablo II, Sixto IV e Inocencio VIII. Su permanencia en este cargo tan complicado y de poder nos habla de sus grandes capacidades, velas desplegadas que lo hacen navegar aprovechando los vientos de muchos otros intereses.

 

Alejandro VI retratado en los frescos del Pinturicchio en los Apartamentos Borgia dentro de los Museos Vaticanos

«Si vede per esperienza ne’ nostri tempi quelli principi aver fatto gran cose, che dalla fede hanno tenuto poco conto, e che hanno saputo con l’astuzia aggirare i cervelli degli uomini…”

Así escribía Nicolò Machiavelli en Il Principe, en 1513. Los Borgia han sido durante siglos un símbolo de esta astucia y falta de escrúpulos, encarnación de quien utiliza a los demás para sus propios fines. Sin embargo, la complejidad de sus vidas en Roma nos hace ver a las personas más allá de los esquemas, contemplándolos con ojos nuevos -ojalá como los de Tiresias- en su humanidad. Un padre amoroso, los miedos, las ambiciones, las renuncias y esfuerzos, las alianzas en el contexto de una Europa en el corazón del Renacimiento.

Los Borgia y el arte

Palacio Farnese se iniciará a construir tras el papado de Alejandro VI pero todo se gesta durante su pontificado. La relación de Alejandro VI con Julia Farnese y los avatares de Alessandro Farnese, futuro papa Pablo III, nos muestran cómo se escalan las cumbres del poder, en todo tiempo. Los Farnese son otra familia que con el arte y la arquitectura, con sus relaciones y vida, nos hablan también de cómo eran los Borgia. Roma que los cambia y que cambia con ellos.

Uno de los lugares más hermosos para recordar los Borgia en Roma es la basílica de Santa María la Mayor. Los Borgia tenían su residencia en la altura del ‘colle Oppio’ cerca de esta basílica que quedaba bajo su área de influencia. No a caso, una preciosas escaleras que llevan hacia San Pietro in Vincoli se llaman ‘salita dei Borgia‘. Su mecenazgo, la devoción, la Roma que mira hacia América, la ‘nación española’ que es envidiada y aumenta en Roma. Todo un mundo que se da cita a inicios del siglo XVI en el arte de esta basílica.

El toro de la familia

Tanto en Santa María como en el Castillo Sant’Angelo y en los Apartamentos Borgia, actualmente dentro de los Museos Vaticanos, un toro que pace, centro del escudo familiar y papal, pasa a ser el emblema de una época y de una forma de ejercer el poder en Roma.

Y los animales son siempre una forma para hablar de nosotros mismos. Ellos, hay que notarlo, siempre están más en alto que los hombres encarnando virtudes de los que son metáfora. Un buey, luego toro que, sereno, sin problemas, se convierte incluso en el dios Apis. En él residen fuerza y violencia, constancia y nobleza. Y al mismo tiempo, para otros, con malicia, ese toro se aproxima al Minotauro.

Con Alejandro VI y los Borgia se llega a uno de los momentos cumbre de un proceso que inició el papa Nicolás V para convertir Roma en la ciudad de las artes, llena de obras ‘divinas’. Y los 200.000 peregrinos que llegaron a la ciudad para el jubileo del 1500 fueron otros tantos caminos para llevar Roma por Europa.

 

En 1499, por ejemplo, Miguel Ángel creó su Piedad y Nicolás Copérnico dio clases en la universidad de La Sapienza. Un equilibrio de artes y sabiduría que se queda convertido en arquitectura en el ápice del Templete del Bramante. Todo ello mientras el papa Borgia sigue caminando en la cuerda floja del poder, con arte.

Las mujeres de la familia Borgia en Roma

En una esquina de Campo dei Fiori, en el número 13 de Vicolo del Gallo vivía Vanozza Cattanei y allí nacieron los hijos que tuvo con Rodrigo Borgia. Era la famosa pensión de la Vacca que aún hoy en día conserva en el dintel el escudo en el que el toro Borgia se une con los leones de los Cattanei. En cambio, la lápida sepulcral de Vanozza hoy se encuentra en el atrio de entrada de la basílica de San Marco, muy cerca de Plaza Venezia. Un lugar muy especial para recorrer su historia al lado de la estatua de Madama Lucrezia. Con ella y otra Lucrecia, su hija, podemos adentrarnos en la vida cotidiana de Roma y en la política internacional de la que Roma era quicio…o desquicio.

 

Flora de Bartolomeo Veneto. Cuadro en el que muchos ven un retrato de Lucrecia Borgia. Una flor que a lo largo del campo de la historia se ha visto sofocada por tantas espinas. “Lucrezia Borgia, di cui d’ora in ora la beltà, la virtù, la fama onesta e la fortuna crescerà, non meno che giovin pianta in morbido terreno” (L. Ariosto, Orlando furioso)

Con ellas camino por estos lares intentando imaginarlas en carne y hueso. Así lo que tanto espero no cae en el miedo. Como hicieron para que el deseo de vivir no cayera en el temor a la muerte cuando parece que tantos tienen las riendas del propio tiempo. Veo y me veo tantas veces lamentoso cuando las cosas no van según mis planes. Cuando no tengo salud o no estoy en plena forma. Cuando me parece no recibir la consideración justa. Con ellas, estas mujeres Borgia en Roma, entro en el campo de juego.

Ellas, mejor que nadie, juegan la gran partida en la que se acepta la realidad (campo y reglas). Conociéndola, se inventan su manera, su habilidad, su posición, y la hacen viva, cambiante: una historia. Fortuna y libertad; aceptar y transformar. ¡Qué difícil! Sin encapricharse, sin arrojar la toalla, sin enfados de energúmeno que todo destruye ni la acidia apática de quien renuncia sin hacer nada más que indicar con el dedo: ¡culpables todos!

Los Borgia tras los Borgia

Damos un rodeo de unos 50 años y nos encontramos en la iglesia del Gesù. Allí podremos saludar a Francisco de Borja, viudo, que ha renunciado al ducado de Gandía a favor de su hijo, y que entra en los jesuitas. Renuncia al cardenalato y pasa a ser el tercer general de los jesuitas. Hará de esta orden una institución dedicada a la educación, formación y cultura. Una nueva forma de estar los Borgia en la historia. Y así, incluso un Borgia santo es patrón de la Gandía que da origen a la estirpe.

 

Moneda acuñada en tiempos de Alejandro VI

Sin embargo, los dos papas Borgia, que tuvieron el poder de las llaves de los cielos, no encontraron paz para su huesos hasta que, al fin, en el siglo XVIII llegan a la Iglesia de Montserrat. Podemos también seguir en Roma el recorrido que hicieron tras su muerte. Porque la memoria que se concentra en una tumba no es sólo una imagen de cómo nos representamos la muerte o la esperanza en un más allá, es, sobre todo, un epitafio sobre la vida. ‘Eran de un pueblo al lado del mío’ me decía emocionada una de las amigas de Isabel Baceló, mientras se sacaban una foto junto a la tumba de ambos. Valencianos de ayer y de hoy que se encuentran siguiendo los preciosos libros Mujeres de Roma y Lucrecia Borgia, bajo una nueva luz. Y es que los Borgia en Roma se cruzan con nosotros en tantos caminos.

La familia Borgia en Roma… nadie los conoce

Luciano de Crescenzo, el autor de Così parlò Bellavista, también nos ha dejado en estos dos días en los que escribo este artículo. Otra de las personas que con tanto gusto he leído y me han hecho disfrutar entrando en la historia como lugar de las personas e iluminando mi historia al darme idea de mí, de los lugares y personas, que me encuentro. «Siempre habrá otro en relación al cual somos meridionales.» Verme, conocer en la relación con otros, es una de las cosas más hermosas que experimenté en sus palabras.

De lejos los Borgia son los Borgia. Pero de cerca, viéndolos en sus relaciones, cada uno tiene su nombre propio. Un padre premuroso, hijos que criar, celos y generosidad entre hermanos, envidias de vecinos, parientes que piden recomendaciones, una ciudad que crece y se transforma, los que organizan las juergas que describe Johannes Burckardt… Y también funambulistas en la cuerda floja entre España y Francia. Noches sin dormir por fiestas o preocupaciones, ilusiones de un niño en la noche de Reyes cuando se descubre una nueva estatua romana: juego y avaricia, imaginación y estrategia.

Museo del Prado. Capricho ‘Nadie se conoce’. Francisco de Goya

Como en este ‘Capricho’ de Goya titulado ‘Nadie se conoce’ Roma es una plaza que podemos recorrer encontrándonos con tantos enmascarados. En estas líneas el genio del pintor fue capaz de atrapar el miedo, los intereses más rastreros, bajo fingida tranquilidad. O así me parece. Noto en sus miradas a veces una violencia depredadora que estaba latente bajo sus vestidos, capas y rostros cubiertos con sonrisas siniestras. Pensando en la familia Borgia en Roma me ha venido a la imaginación este dibujo en donde el propio yo se descubre -y no precisamente luminoso, lleno de sombras, ambiguo-  cuando los rostros se cubren.

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