En Florencia, en los Uffizi, se quedó la Judith que pintó Botticelli volviendo triunfante a su ciudad, Betulia. Camina ligera, con su espada y un ramo de olivo en la mano mientras su criada lleva como trofeo la cabeza de Holofernes. Desde esa ciudad, desde ese museo, otra Judith ha llegado a Roma para dialogar con la Judith y Holofernes de Caravaggio. Estoy seguro de que serán unos días hermosos para ambas en esta Roma que parece construida a posta para este tipo de encuentros.
Al volver a contemplar el cuadro de Judith y Holofernes de Caravaggio, no pude dejar de pensar en la vida y obra de Rosario Castellanos. Seguro que Artemisia y ella habrían tenido mucho de qué hablar. De esta forma, me imaginé colándome en una tertulia entre dos pintores y una poeta, entre dos cuadros y un poema.
Judith y Holofernes de Caravaggio en el Palazzo Barberini
No estamos ante un paisaje a cielo abierto. No es un triunfo. Es, al mismo tiempo, la sala de un juicio y el patíbulo de una condena. No es una venganza sino el final de una amenaza. Una mujer, una viuda, que consigue acercarse al general enemigo. Aunque lo difícil no era acercarse porque fuera un personaje muy importante y protegido, sino porque ella quedaba expuesta a su violencia.
Judith sale de la ciudad sitiada, hermosa y bien vestida. A los soldados asirios les dice que tiene buenas noticias pues les ayudará a que la ciudad caiga en sus manos. Es tan hermosa y con noticias tan importantes que su llegada al campamento es todo un espectáculo.
La llevan, por tanto, ante el general en jefe: Holofernes. Para ganar tiempo mientras no se presente el momento propicio, le dice que ella sabe que Dios le entregará la ciudad porque los habitantes, por el hambre y la desesperación, están a punto de infringir las leyes. Cuando esto ocurra, Dios los abandonará, y el general podrá entrar en la ciudad sin sufrir ninguna baja. Cada uno de esos 4 días es una espera, la preparación de una batalla impar entre la ocasión para poseerla por parte de Holofernes y la ocasión para matarle por parte de Judit. En batallas tan desiguales, la intervención divina arma la mano más débil. Esperanza de los ponen todo en juego.
20 años más tarde de Caravaggio, Artemisia Gentileschi pintó un nuevo cuadro, con una mano más fuerte y con la complicidad activa de su sierva, una coetánea, una que la entiende y ayuda.
En cambio, en este diálogo, podríamos imaginarnos, como hace Rosario Caballero, que ella no lo mata, que su mano no necesita convertirse en un trágico instrumento, que la muerte no sea necesaria para resolver nada, que no haya una violencia ante la cual tenga que presentarse esa muerte con su espada deshaciendo los engaños de las borracheras y la pasión. Esa sería la auténtica victoria, entre los que somos hijos de Caín.