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José y el faraón en las logias del Vaticano

jose explica los sueños del faraon cuadro

¿Cómo es posible que un preso, joven y extranjero, de un pueblo de pastores nómadas entre 4 pedruscos pase a ser la mano derecha del todopoderoso faraón egipcio? Las logias del Vaticano nos lo cuentan.

José y la salvación impensable en las Logias del Vaticano

En este lugar, hoy, en tiempos de epidemias terribles, un 19 de marzo, Rafael nos cuenta la historia de José. Nos lo vuelve a proponer como él lo vio allá por 1518. La pintura tiene este poder de re-presentar una historia que se remonta a tiempos del patriarca Jacob y sus doce hijos. Una historia que sigue iluminando la de cada uno, con un sinfín de imágenes y palabras. Que se lo digan sino a Thomas Mann.

El más pequeño

Lo más pequeño, lo que no cuenta a los ojos de los poderosos, se hace grande. De ser un reo pasará a recibir los más altos honores. Es más, a quien sus propios hermanos desechan y venden, el envidiado por ser preferido, es motivo de salvación para ellos y para el poderoso Egipto que lo había injustamente condenado.

José ante el Faraón explicando los sueños. Logias del Vaticano

No es extraño que cuando uno se acerca a este fresco la primera idea es la de pensar que el joven ante el pensativo personaje poderoso sea Jesús. Y es un juego que seguramente no es casual. De hecho, José es uno de los personajes de la Biblia que se interpretarán como figuras que anuncian y anticipan al Mesías. Los motivos son tantos, y tantos los que nos hacen también a nosotros entrar en la escena: una veces somos los hermanos envidiosos, otras quien recibe el precioso regalo de la túnica o incluso faraones llenos de preocupaciones que no saben cómo interpretar lo que está pasando, una horrible pesadilla sin sentido.

Logias del Vaticano, José interpreta los sueños a sus hermanos

Siempre experimento una punzada de dolor y de asombro al ver a los hijos de Jacob cuando le dicen a su viejo padre que el pequeño José fue devorado por las fieras. Siempre me he preguntado cómo fueron capaces de hacer algo así. Vuelvo a leer los capítulos 37 a 50 del libro del Génesis y no puedo dejar de ensimismarme en su historia.

Siento lo que podían haber sentido sus hermanos al dejarlo en un pozo y luego venderlo como esclavo por envidia tras contarles ingenuamente sus sueños. Sin un motivo aparente él era el preferido y no era justo, no era posible. Ellos se encargarían de poner las cosas en su sitio. Es más, mienten al anciano padre para concluir la obra haciéndole creer que había muerto. El padre, Jacob, que había engañado al suyo, Isaac, con una piel de cabrito, ahora recibe el engaño de sus hijos. Le entregan una túnica manchada con sangre de un cabrito.

La túnica de José, cuadro de Diego Velázquez, durante una exposición en las Scuderie del Quirinale

El dolor que siente ese padre ante la pérdida de su hijo menor no es miedo por el propio futuro, no es lástima por un vástago que habría podido continuar su descendencia. Es un dolor tanto más duro cuanto más libre de todo interés, tierno e irreemplazable, en contraste con la presencia de los otros hijos fuertes y grandes. El pequeño José era el hijo de Raquel, de su querida Raquel, la única que quedaba fuera de todos los engaños. José, ‘Dios añade’, nombre que era un regalo, sin astucias, sin trabajos, sin penas. Y ese amor se rompe, se ensucia de dolor, como la túnica preciosa que le había regalado.

Un río de esperanza, el Nilo en el desierto, como fondo de la escena de José ante el Faraón.

Pienso en todo esto mientras contemplo un cuadro que reproduce el fresco de Rafael en las Logias del Vaticano. Lo conozco bien y, no obstante, hoy 19 de marzo de 2020, veo de una forma nueva a ese José que alza la mano como un padre. Lo veo como un hombre que entiende lo que pasa y actúa con previsión. Sabe que sus decisiones son para el bien de los demás. Vence incluso su conmoción ante sus hermanos cuando sin reconocerle se presentan ante él para buscar ayuda y pan. La vence para que esa emoción no lo traicione y poder ayudarles. No quiere darles sólo el pan sino mucho más. Parece lejano, drástico, casi cruel con ellos. Pero no busca la revancha ni su propio interés o la gratitud. Espera. Y es capaz de volver a hacer de un grupo de jóvenes culpables de nuevo hijos con piedad, hermanos dispuestos a entregar su vida cuando uno de ellos está en peligro. Es él quien les hace abrir los ojos sobre lo que han hecho y lo que son, tarea mucho más ardua que la de interpretar la realidad soñada y tomar decisiones.

El sueño del faraón de las 7 vacas gordas y las 7 flacas en el fresco del taller de Rafael en la Logia del Vaticano

La carestía, su sabiduría, sus medidas fuertes son sólo una ocasión para algo más importante: recrear una familia. Pasarán los duros 7 años de vacas flacas gracias a su gobierno pero sobre todo ha vuelto a hacer de un puñado de pastores hambrientos y que sólo pensaban en sí mismos un nuevo pueblo. José no es sólo el sabio gobernador que interpreta mágicamente sueños sino que cumple providencialmente -siendo a todas luces pequeño y desproporcionado para la misión- el milagro de reformar su familia en la que cada uno miraba sólo por sus intereses.

Y también a mí José, padre, descubro que me hace hijo y hermano. Esto es lo que borra y añade. Con él inician realmente las 12 tribus de Israel y una nueva historia que el arte con sus mil y una palabras contará hasta setenta veces siete.

P. S. Hoy recuerdo especialmente a Ignacio González Panicello, padre de Leonardo, y que en forma distinta pero siempre paterna, curó y dio vida a este cuadro.
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