Caminando por via di Monserrato, tras pasar ante el edificio que albergó la Corte Savella y recordar a Beatrice Cenci, entramos en la iglesia de Montserrat, la actual Iglesia Nacional Española de Santiago y Montserrat. Con su preciosa sacristía recién restaurada, su patio, la residencia y centro de estudios, entamos en una preciosa isla española de Roma, llena de belleza, de estudio, cuidados e historia.
Iglesia Nacional Española de Santiago y Montserrat
Nos acoge la música del s. XV de la coral polifónica ‘Iubilate’ de Murcia durante los ensayos previos a un concierto. Mientras la mirada queda prendida en la bóveda iluminada nos sentamos. Este trabajo de decoración del artista Giuseppe Camporese a inicios del s. XIX juega con nuestra mirada.
Al fondo, nuestros ojos encuentran una gran tabla de altar pintada por el Sermoneta. Colores de un triste atardecer rojizo con una cruz que parece elevarse más allá de las nubes. Representa la crucifixión de Jesús y proviene de la iglesia de Santiago en Plaza Navona. Es el momento en que empezamos a recordar cómo la historia de estas dos iglesias se ha ido entrelazando. Ambas iniciaron como punto de referencia y hospitales – alojamientos para las personas que llegaban a Roma provenientes de los reinos de Castilla-León y Aragón. La iglesia de Montserrat llegó a cerrarse en 1798 mientras que la de Santiago fue vendida en 1878.
Revive la piedra en la iglesia de Montserrat
Con un gesto Giovanni nos invita a seguirle. Vamos hasta la parte izquierda del altar y accedemos a una sala en penumbra. Cuando Giovanni nos enciende las luces se nos desvela una gran escultura, mausoleo imponente en mármoles blancos y negros. Sin embargo, con picardía, una mano nos indica que no nos dejemos deslumbrar. Nos invita a disfrutar y contemplar allí al lado, en la misma pared, otra escultura pero con un decorado menos aparatoso. Recogemos, así, con el tacto y la vista una huella imperecedera en la que el arte parece vencer el tiempo y la caducidad.
Monumento funerario de Pedro Foix de Montoya realizado por Gian Lorenzo Bernini
Pedro Foix de Montoya nos mira, con cierto aire de fastidio, desde el lejano 1620. Quizás se trate sólo del efecto de ese rostro excavado de carrillos huesudos y una boca sin carne bajo el gran bigote. Su mirada hipnotiza y nos invita a seguirla haciendo suposiciones sobre qué le tiene tan absorto. Quizás contemplaba otra maravillosa escultura que para él realizó también Gian Lorenzo Bernini. Tal vez Foix de Montoya contempla su ‘anima dannata‘ como destino posible o como actualidad, gritando de miedo o locura. Resuenan en mí aquellas palabras del titánico Miguel Ángel poeta al final de su vida:
Gli amorosi pensier, già vani e lieti,
che fien or, s’a duo morte m’avvicino?
D’una so ‘l certo, e l’altra mi minacia.
La muerte eterna, la condena, lo amenazaba. La otra, en el tiempo, es cierta y así le llegó en 1630 a don Pedro. Sin embargo, viéndolo aquí como si algo de su alma quedase atrapado en la piedra que traspasa los siglos, parece que en cierta manera la ha engañado. Tal vez el arte también a él le sugiere intentos por perdurar.
Locura en vida o sufrimiento más allá de ella. Su frente, sus cejas y esa nariz que parece quieta en una inspiración eterna, nos hablan de una realidad en la que no sólo se trazan perfectamente las formas sino que parece contener su ánimo.
Junto a un lecho en la Iglesia de Montserrat
En esta iglesia trabajó también el escultor Antonio Solá realizando el sepulcro de Felix Aguirre en 1832. Antonio llegó a Roma en 1802 como pensionado y se quedó a vivir en la ciudad el resto de su vida. Incluso fue encarcelado en 1808 al no querer reconocer como rey a José Bonaparte. Al morir el escultor en 1861 también su memoria quedó conservada en piedra formando parte de esta Roma Eterna. Buen destino.
Al saber que se encontraba allí no pude dejar de recordar su escultura sobre la Caridad romana (Pero y su padre Cimón) y aquel dibujo de líneas clásicas que representa a Tulia, escritora. Ella se encuentra de pie declamando nada más y nada menos que ante su padre Cicerón. Ambos trabajos, testigos de su vida romana, se encuentran actualmente en el Museo del Prado.
Bajo el sepulcro de Antonio Solá se encuentra otro que en sus formas, en su silencio epigráfico, está lleno de elocuencia. Junto al lecho de muerte del joven Francisco de Paula Mora Gutiérrez de los Ríos aparecen representados su padre, a los pies de la cama, y su madre en la cabecera. Ambos, desconsolados, velan al único hijo que les quedaba de los 19 que tuvieron. Una historia de otros tiempos que nos sigue hablando hoy.
En la parte superior de la imagen, sepulcro de Antonio Solá. En la parte inferior, el sepulcro de Francisco de Paula Mora del escultor zaragozano Ponciano Ponzano. Ponciano, hijo de un conserje en la Academia de bellas artes de S. Luis en Zaragoza, residió durante 3 años en Roma como pensionado y viajó de nuevo a Roma en 1845. Al ver aquí esta escultura no podemos dejar de recordarlo en sus obras más famosas: los leones y el frontón del Congreso de los Diputados de Madrid (para disfrutar de estos lugares nada mejor que las visitas guiadas por Madrid de Carpetania)
En esa misma capilla, los colores de Annibale Carraci en el centro del retablo hacen de san Diego de Alcalá un puente, intercesor entre el cielo y la tierra. En la tierra, a su lado, otro Diego, el hijo de Juan Enríquez de Herrera. El niño está vestido sobriamente, de negro, devoto y elegante mientras está de rodillas en espera. Toda una representación de la realidad ideal a inicios del s. XVII: el cielo que se abre como los brazos de Jesús ofreciendo misericordia en respuesta, el santo como quien intercede comunicando entre un mundo colorado más allá de las nubes y el duro suelo, el chico que aguarda con su silenciosa y confiada reverencia.
En esta misma capilla, a la derecha vemos los sepulcros que recogen los restos de los dos papas de la familia Borja: Calixto III y Alejandro VI. Felipe Moratilla los realizó en este blanquísimo mármol de Carrara en 1881 como lugar de reposo, al fin, para los itinerantes restos. Ellos, con sus historias, con su familia, seguirán recorriendo el mundo en mil versiones, eternamente santos y pecadores.
El breve y sereno equilibrio
En la capilla que se encuentra en frente tres generaciones, una familia, se contemplan… y Pedro de Velasco, el que encarga la obra, se cuela, orante arrodillado a los pies de santa Ana. El escultor florentino Tommaso Boscoli en 1544 realiza esta escultura para la capilla de la Inmaculada en la antigua iglesia de Santiago en plaza Navona.
Capilla de Santa Ana, antiguamente dedicada a Santa Eulalia de Barcelona en la iglesia de Montserrat
Esta obra me muestra, en palabras de piedra, hechos y creencias que pueden parecer asombrosos. En primer lugar cómo la historia de estas dos mujeres sencillas de la Judea romana ha sido fundamental en la historia de la humanidad. Segundo, que el motivo último de que existiera el nacimiento de Jesús se debe también a su abuela: toda la historia, con antepasados de todo tipo, son los que entran a formar parte de la genética, de la herencia recibida por este niño. No se renuncia a nada, incluso a los que no eran precisamente ‘inmaculados’. Tercero, que esa madre ha dado a luz a una niña que tantas veces se ensuciará con sangre y sudor, con el polvo de caminos, de labores, de su vida cotidiana. Nada de ello, que ha experimentado desde las entrañas de Ana, ensucia o es deleznable. En ella nada enturbia que el amor se transforme en belleza.
La Inmaculada es una imagen paradójica en donde se asume la historia y la sangre, vida y miseria que ensucian pero no manchan, para indicar que de ellos puede surgir belleza sin mancha. Nuestro pobre cuerpo no es prisión sino morada divina.
Y así, María, en medio, es capaz de dar lo que ha recibido en una conductividad perfecta. Hermoso el caminante que inicia en ella su camino, aunque acabe sin éxito, condenado… Y hermoso también quien lo continúa en cada tiempo. Aquí, entonces, encontramos al héroe Santiago que como un Júpiter poderoso, él que era hijo del trueno, recoge su veste para seguir caminando.
Escultura de Santiago el Mayor proveniente de la antigua iglesia de Santiago y realizada a inicios del s. XVI por Jacopo Tatti, el Sansovino, encargada por el cardenal valenciano Jaime Serra i Cau.
Información útil
Horarios de apertura:
De lunes a sábado: 8:30 a 13:00 h. / 15:30 a 18:30 h.
Domingos y festivos: 10:00 a 12:00 h. / 15:30 a 18:30 h.
Durante el mes de agosto sólo estará abierta para la misa dominical de las 12.00
Horarios de las misas (en español):
Lunes a viernes: 8:00 h.
Sábados y víspera de festivos: 8:00 h. / 17:30 h. (misa de víspera)
Domingos y festivos: 10:30 h. / 12:00 h. (misa solemne)