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Galleria Spada

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En pocos lugares de Roma como en la Galleria Spada se integra la visión del tiempo y la historia. A parte de los Museos Vaticanos, es el palacio donde más figuras mitológicas, desnudos, representaciones de las 4 estaciones, de los 4 elementos, dioses y virtudes, se elevan formando una sinfonía grandiosa de ambos tiempos: utroque tempore. Un acorde y equilibrio que será siempre inestable y contestado por muchos. Aquí triunfa.

Galleria Spada (Galería Spada)

Utroque Tempore, Capodiferro

Tanto de día como de noche, en ambos momentos, en todo tiempo. Un perro contempla una columna que arde la cual representa al Dios salvador del pueblo judío que lo guía por el desierto.
Y allí lo encontramos, sentado, fiel, siguiendo este prodigio que se hace presente en todo tiempo, que muestra el camino que conduce hacia la libertad. Cada vez que paso ante el Palacio y la Galleria Spada, me imagino al cardenal Girolamo Capodiferro que lo mandó construir, contemplando su historia y la historia de Roma como ese perro.

Éxodo 13, 21: Dominus autem praecedebat eos ad ostendendam viam per diem in columna nubis, et per noctem in columna ignis: ut dux esset itineris utroque tempore.

El día y la noche, todo el tiempo. No sólo las horas terribles de la huida de Egipto sino la historia en general está guiada por la Providencia. Por tanto, el tiempo, antes o después de Cristo, es santo y contiene con las Sibilas, poetas y artistas, ya el explendor que se cumple en los tiempos de la Iglesia. Ella es la heredera institucional y política de esa historia, judía y greco-romana. De ahí que en la fachada de este palacio completado a mediados del siglo XVI para el cardenal Capodiferro, nos encontremos un resumen de grandes personajes de la antigua Roma. El cardenal fue un hombre de Curia, gobernador de la Romagna y en varias ocasiones legado en Francia. En la ciudad se decía que quizás era hijo natural del papa Farnese (Pablo III) hacia el que siempre demostró un incondicional apoyo político y devoción filial.

De hecho, tras la muerte del papa estuvo a punto de ser elegido como su sucesor en el cónclave de 1549 gracias al apoyo de los cardenales filo-franceses. No lo consiguió por la férrea oposición de la facción imperial.

Héroes y desnudos en Palacio Spada

En nuestro camino a lo largo de la historia nada está dejado al caso. Las palabras se quedan cortas. Dan paso a la acción, a las obras, al sentir, con una riqueza que deslumbra dejando sin palabras. «Dulces reliquias mientras los hados y dios callan» (Dulces exuvie dum fata deusque sinerant) como decía por aquel entonces Francisco de Ollanda.

En Palacio Spada, con la mirada en todos los tiempos, no se renuncia ni siquiera a al hecho de que César haya versado tanta sangre (‘universum terrarum orbem hostili cruore replevit’) ni que haya muerto rodeado de su propia sangre (‘suo demum sanguine curiam inundavit’). La línea que marca el límite entre el héroe y el monstruo es sutil. Baltasar Gracián en El Héroe la dibuja con 20 trazos exactamente. Son 20 ‘primores’ en los que las paradojas de los héroes, personajes descomunales, se hacen humanos, pueden ser imitados y se alejan de la pura locura titánica.

Dejo aquí algunas pinceladas que nos hacen entender la imagen del héroe según Gracián: «Ingenio sublime nunca crió gusto ratero.» “Muchas medianías no bastan a agregar una grandeza.”“Sutileza de tahúr saberse dejar con ganancia donde la prosperidad es de juego y la desdicha tan de veras.” “Porque tan gloriosa es una bella retirada como una gallarda acometida.”“Valioles más a muchos campeones una agudeza que todo el yerro de sus escuadrones armados.”“El más poderoso hechizo para ser amado es amar.” Escuchar estas frases tan cerca del lugar en donde murió Julio César, un lugar que nos habla también de Pompeyo, convocan una presencia que atraviesa el pasado y llegará a los tiempos futuros.

“Que es el corazón el estómago de la fortuna que digiere con igual valor sus extremos” (Baltasar Gracián, El Héroe)

En la sala más importante en donde se reúne actualmente el Consejo de Estado de Italia, aparece grandioso con el mundo en su mano, nada más y nada menos que Pompeyo, personificación de otro tipo de héroe, aunque pierda la cabeza. También él ha encontrado su lugar en el palacio Spada y parece incluso que el trampantojo del pintor Agostino Mitelli está jugando con el gran general. Esta estatua proviene del Hecatostylum («portico de las cien columnas»), que estaba situado detrás del escenario del Teatro de Pompeyo (62 a.C.). Este pórtico que estaría situado actualmente delante del Teatro Argentina de hecho se utilizaba a veces como lugar de reunión del Senado (Curia de Pompeyo). La tradición nos dice que Julio César cayó apuñalado junto a esta estatua los idus de marzo del 44 a. C.

Lucha de centauros, Anfitrite y Neptuno en el patio de Palacio Spada.

Y junto a César nos dan también la bienvenida Rómulo, Numa Pompilio, Fabio Máximo, Augusto y Trajano. En el patio interior, varias parejas nos hablan del mayor de los héroes: Eros, «Omnia Vincit Amor». Héctor y Ónfale, Venus y Marte, Plutón y Proserpina, Juno y Júpiter, Neptuno y Anfitrite, Minerva y Mercurio. Si abres una ventana, estarías entre ellos, haciendo que la historia continúe, encumbrándote sobre espaldas de gigantes. Ellos representan, de esta forma, la civilización romana de la que es heredera la iglesia de Paolo III. La escenografía está pensada por el cardenal y realizada por el arquitecto Baronino para comunicar siempre este acorde de tiempos. Esculturas que nos hablan, como los frescos dedicados a Bacco y Ariadna de Annibale Carracci en el cercano Palacio Farnese, bajo cuya ley están dioses y héroes.

No es una casualidad que este palacio sea el punto central de una reciente visita que realicé teniendo como tema ‘Héroes de Roma’. Roma es la Tierra del Medio que recoge la tradición griega, antiguas leyendas, y nos las entrega con cuerpos de color y formas, con artistas que a su vez se hacen héroes encontrando antiguos tesoros. Mirad sino cómo nos entrega Mazzoni su visión del niño Aquiles en 1551:

Todo lo hermoso tiene aquí un carácter de bueno. Una unión que se hace palabra en nuestra ‘bonito’: hermoso, con cuerpo de pequeño bien. Centauros, sátiros, tritones, forman parte de ese mundo heroico en el que se mezclan tantas fuerzas de la naturaleza. En el barroco de Caravaggio o Velázquez los héroes se visten de pobre carne humana, viejecillos, mendigos, enanos que por contraste se muestran como héroes, protagonistas, en la pobreza de su tiempo. Todo cambia.

El trampantojo: pinturas que crean arquitectura y arquitectura que juega.

El cardenal Bernardino Spada en 1632 compró el palacio a los herederos del cardenal Girolamo Capodiferro y su historia se enriqueció con el gusto barroco por jugar o soñar. Una realidad con otras reglas. Agostino Mitelli y Angelo Michele Colonna fueron algunos de los que contribuyeron a la ilusión de este mundo de color y perspectivas diversas.

Cuatro salas del gran palacio pasaron a estar dedicadas a la colección de cuadros de la familia Spada. Se constituye así un tesoro de arte barroca en el que al final aparecen las heroinas de Roma: Lucrecia, Dido, Judith… Heroicas en su lucha pero ¡qué pocas veces triunfadoras!


Guercino, Muerte de la Reina Dido en la Galleria Spada

Tocar, acercarnos, estar dentro de la escena para sentir lo que ella sintió: “No atrae la calamita al hierro fuera de su distrito ni la simpatía obra fuera de la esfera de su actividad. Es la aproximación la principal de las condiciones, no así el entendimiento.” (B. Gracián, El Héroe). No es necesario ni siquiera entender las razones pero sí entrar en ‘simpatía’, con-sentir, para ser atraídos por la fuerza de estas heroínas. El arte nos la acerca, nos la re-presenta.

«¿Y esto, se acabará? Todo se acaba,
En la más dura peña gota a gota
el hilo de agua su sepulcro excava
y desde el pétreo y funerario cáliz
su vapor invisible
va a derretirse el cielo.
Gota a gota mi sangre va mellando
estos férreos lazos
que Hércules y la Fuerza remacharon;
gota a gota los roe con la herrumbre
y ha de quebrar al fin su pesadumbre.
Viva es la sangre, muertas las cadenas;
la guardo como arroyo
de una savia perenne que en las venas
tiene su cauce estrecho.»

(Unamuno, El buitre de Prometeo)

En el Barroco de Palacio Spada llegamos así al héroe que se compadece, ‘amigo de los hombres’. Como escribió Unamuno «los hombres encendidos en ardiente caridad hacia sus prójimos, es porque llegaron al fondo de su propia miseria, de su propia apariencialidad, de su nadería, y volviendo luego sus ojos, así abiertos, hacia sus semejantes, los vieron también miserables, aparenciales, anonadables, y los compadecieron y los amaron.» Héroes que hacer honor a la pobre condición humana por su amor al prójimo. No por nada a finales del s. II el escritor Tertuliano llama a Jesús «Verus Prometheus».

Tapiz ferrarés de 1522 dedicado a Prometeo por Francisco Caprara, actualmente en el Palacio de España

Otra perspectiva en la Galleria Spada

Quisiera penetrar en ese cuadro,
ser en su leve espacio forma leve,
aroma de su atmósfera madura.

Estar en ese cuadro como está
el agua melodiosa de la acequia,
el cielo malva en paz entre las nubes,
o esa luz que desciende como nieve
de hierba o como el oro de los prados.

Regresaría al huerto de la infancia
que perdí, al desnudo de mujer
que es todos los desnudos, a los pinos
de Roma o a esas calles italianas
donde me extravié y fui dichoso.

¡Fundirse en arte para no morir!
Y sabiendo que es mucha la alegría,
el goce de envolverme en esa luz
y ser tiempo en el cuadro que no muere,
quisiera yo también por ser humano
entrar en él para probar dolor,
la luz gris de visillos y de espejos.

Sentir amor y respirar nostalgia
junto a los personajes de los cuadros,
que hieren y, a la vez, nos dan placer.

Penetrar en el cuadro y recibir
de repente el temblor de los cerezos
en el rostro como un fuego que inflama.

No existir, mas durar en las miradas
de cada visitante del museo.
No existir, mas arder muy lentamente
en las llamas-colores del pintor.
No ser nunca como es la carne nuestra,
que no cesa en su grito, y que perece.

(Antonio Colinas, En el Museo, en homenaje a Ramón Gaya)

«Sentir amor y respirar nostalgia
junto a los personajes de los cuadros,
que hieren y, a la vez, nos dan placer.»
Tiziano, 1515-1520. Retrato de músico. Galleria Spada

En la Galleria Spada no hay sólo cuadros con miradas perturbadoras sino también tantos espacios en los que entrar y ‘extraviarse’. El patio de mi recreo: lugares para evadirnos entrando en su juego.

La perspectiva de Borromini

Borromini con la ayuda del matemático padre Giovanni Maria di Bitonto engaña nuestros sentidos haciendo converger en un único punto de fuga toda la columnata.  A medida que se alejan de nosotros las columnas dóricas son cada vez más pequeñas. Las primeras miden 5,68 metros de altura y las últimas 2,47 metros. El suelo está construido en subida, con una leve inclinación de 60 cm. También el techo está inclinado. Líneas y formas que llevan de la mano nuestras miradas.

Medidas humanas que recrean la matemática como una novela. En el prólogo el arco frontal mide 6 metros de alto y 3 de ancho. Al final, su desenlace mide sólo 2 metros de altura y 1 de ancho. En la pared del fondo de la galería como un país de las maravillas, encontramos un paisaje. Allí, como un conejo blanco al que seguir, en 1861 el príncipe Clemente Spada puso una estatua romana de un guerrero. La estatua mide 60 cm pero la percibimos como si fuera mucho más grande. Con todos estos trucos contemplamos una perspectiva que mide sólo 8,82 metros pero que nos parece de al menos 30.

Perspectiva del Borromini construida en 1653 en la Galleria Spada de Palazzo Spada

“La función de la mente consiste más bien en aumentar la salud del Universo, desde un punto de vista espiritual, añadiendo apariencia a la sustancia y pasión a la necesidad, y creando todas esas perspectivas privadas y esas emociones de maravilla, de aventura, de curiosidad y de alegría que la omnisciencia excluiría.” Estas palabras de Jorge Santayana nos hablan de la maravillosa capacidad que tenemos de aumentar el mundo, creadores de apariencia, de pasión, perspectivas y emociones. En Roma, héroes como el Borromini, hacen con su arte que incluso el aire libre sea una forma de arquitectura. Entramos con una sonrisa en mundos construidos para ser sentidos. No son realidades virtuales que intentan añadir lo que no es, ni muros que deturpan, sino caminos que hacen ver con profundidades nuevas lo que existe.

En Palacio Spada Roma nos acaricia y nos acostumbramos al toque de su mano: mansedumbre.

Acude entero el ser, y, más severa,
también acude el alma, si el trazado,
ni justo ni preciso, ha tropezado,
de pronto, con la carne verdadera.

Pintar no es acertar a la ligera,
ni es tapar, sofocar, dejar cegado
ese abismo que ha sido encomendado
a la sed y al silencio de la espera.

Lo pintado no es nada: es una cita
-sin nosotros, sin lienzo, sin pintura-
entre un algo escondido y lo aparente.

Si todo, puntual, se precipita,
la mano del pintor -su mano impura-
no se afana, se aquieta mansamente.

(Ramón Gaya. Mansedumbre de la obra)

Roma nos da la mano. Podemos estar tranquilos pues seguimos inquietos nuestras búsquedas. En palacio Spada, junto al cardenal, nos apoyamos también nosotros en la mano de Perseo que nos libera de cadenas y monstruos… ¡haberlos haylos!

Relieve de época imperial de Perseo liberando a Andrómeda junto al busto de Bernardino Spada
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