«Eh! Che non lo sai che il mondo è fatto a scale?
– Qui le scende e chi le sale.» ¿No sabes que el mundo está hecho de escaleras? Hay quien las baja y quien las sube.
(Palabras recitadas por Paolo Stoppa en el papel de papa Pío VII en el Marchese del grillo).
También Roma está llena de escaleras. Son uno de los espacios interiores y exteriores que caracterizan muchos escenarios de la ciudad. Veamos algunos.
Escaleras, no solo para subir y bajar
A mediados del siglo XV, Leon Battista Alberti, en el libro primero de su obra De re aedificatoria (1485), definía las escaleras como un elemento que molestaba en los edificios. De ahí que cuantas menos escaleras haya en un edificio y cuanto menos espacio ocupen, mejor será su arquitectura.
No obstante, será el mismo Alberti el que creará una interesante escalera helicoidal de doble rampa, ascendente y descendente. Un sistema que, luego, Leonardo da Vinci profundizará en sus estudios y que tendrá un gran éxito en la historia de la arquitectura. Por ejemplo, a inicios del siglo XVI lo utilizará Bramante y Antonio da Sangallo que construirá con este sistema el Pozo de San Patricio en Orvieto. Ya en el siglo XX Giuseppe Momo se inspirará en este modelo para la doble rampa – escalinata de salida y entrada de los Museos Vaticanos.
Por tanto, podemos decir que en la segunda parte del siglo XV las escaleras empiezan a asumir una mayor importancia. Ya no se construyen solo de madera, sino que pasan a ser realizadas en piedra y en lugares muy emblemáticos, bien visibles, como la entrada, en los patios y laterales de un edificio.
Es verdad. Las escaleras son siempre un esfuerzo, sobre todo cargados, cuando tienes menos fuerzas o más dificultades. No en vano en las “ínsulas” de la Antigua Roma, los últimos pisos eran los que menos costaban, los más incómodos y peligrosos en un incendio. Pero, sin negar esos esfuerzos de ayer y hoy, es lo único que nos permitía subir antes de que los ascensores rellenasen todos los huecos de las escaleras.
No detenerse.
Y cuando ya parezca
que has naufragado para siempre en los ciegos meandros
de la luz, beber aún en la desposesión oscura,
en donde sólo nace el sol radiante de la noche.
Pues también está escrito que el que sube
hacia ese sol no puede detenerse
y va de comienzo en comienzo
por comienzos que no tienen fin. (José Ángel Valente)
Escaleras para conquistar
La auténtica conquista es por sorpresa. No se anuncia y entra en escena. Se alza erupcionando como volcán o cayendo como un meteorito. No está a la vista de todos, sino que es un espectáculo privado, símbolo y premonición de las maravillas que contiene la intimidad a la que llevan. Se trata de los escalones de algunos grandes palacios como el de la Embajada de España ante la Santa Sede.
Escaleras como cremalleras
Subir y bajar, no solo en un edificio sino en la ciudad. Las escaleras son el medio que nos ayuda y convierte oscuras cuestas en espacios comunicantes: la escalinata del Aracoeli, de Plaza de España, y las que desde el Trastévere te llevan al Gianicolo, son ejemplos que llenan Roma de arte mientras facilitan la vida. Son estas escaleras las que mantienen unidas dos partes de la ciudad, cremalleras que cerramos al subir por ellas.
Personalmente, las escaleras de este tipo que más me gustan son las que se extienden bajando por via degli Ibernesi hasta llegar a apoyarse en via Baccina. Quizás porque por allí cerca vivió el gran actor romano Ettore Petrolini, y estas escaleras son una cremallera de un telón que me permiten ver personajes populares, entrañables y complejos, como la vida misma. Quizás sea mi preferida por ser cremallera de extremos: la fuente ‘nariguda’, metal y agua, que triunfa en su centro sobre las líneas rectas de piedra; la sombra que la cubre antes de llegar a los descampados calores del cercano Foro romano o por permitirnos avanzar al estar construida con escalones tan amplios que casi invitan a sentarse. O, simplemente, tal vez me guste porque en el barrio de Monti, unas escaleras quedan muy bien.
Escaleras. Es todo lo que hay.
Un gigantesco altar para celebrar la patria, Italia, construido como en Pérgamo, como una gigantesca escalera. Se eleva, se impone, y se cierra porque más arriba no hay nada. Todo queda enmarcado en peldaños como teclas para componer el relato de una península que ha llegado a tener un gobierno común. No hay que llegar a ninguna parte sino hasta lo más alto y desde allí contemplar la Urbe y los dos mares, adriático y tirreno, que enmarcan esta península.
El monumento a Vittorio Emanuele II son quizás las escaleras más escenográficas de Roma. Se las ve desde la puerta de la ciudad en Piazza del Popolo y se van acercando mientras recorres via del Corso. Contienen peldaños como terrazas habitadas por agua, fuego, aire, bronce y piedra, resumen de todo lo que hay.
Una escalera hasta el cielo
Como en el sueño de Jacob, como una planta mágica que va más allá de las nubes, en Roma hay una Escalera Santa que nos llevaría hasta lo más alto que podemos encontrarnos en esta tierra. Objetos que parecen pertenecer e introducirnos en el cielo.
Cada peldaño es una memoria de quien al subirla bajó hasta lo más hondo del dolor, hasta la más baja condición, un condenado a muerte. Escalera subida para un juicio en el que perder y entregar todo. Ahora, sin embargo, se convierte en meta de peregrinaje, de recuerdo, de emociones. Una escalera también puede ser reliquia en Roma y hacernos subir los siglos como escalones. Con una escalera así nos remontamos hasta el siglo I y llegamos hasta el pretorio de la Jerusalén gobernada por Roma.
Escaleras hacia el centro de la tierra
La escalera de la basílica de Santa Agnese es una maravilla que nos descubre e invita a bajar a las profundidades de Roma. Escaleras que llevan a necrópolis y excavaciones, abriendo la carne de la ciudad para mostrarnos su vida oculta. Mientras bajamos, cientos de palabras esculpidas y en fragmentos nos rodean como voces que nos advierten, piden y guían hacia un descenso que tantos han hecho y nosotros estamos en ello.