Un verso de Antonio Manilla ‘Yo soy de donde voy’ y una frase de un sabio de la antigüedad ‘Omnia mecum porto’ (todo lo llevo conmigo) podrían estar inscritos en el dintel del palacio. Como sede diplomática más antigua del mundo, permanece estable desde hace 400 años en Roma. Pero ningún lugar mejor que éste para enseñarnos la lección de perder, de abandonar, de ‘ir y quedar y con quedar partirse’. Idas y vueltas, momentáneas victorias y derrotas, fiestas y momentos intensísimos que luego llevamos con nosotros como lo único y más valioso que queda.
Palacio de España: La Embajada de España ante la Santa Sede.
La decisión de ir ha sido un momento de lucha y de victoria. Siempre hay que elegir, sobre todo en Roma.
Desplazándome en bicicleta he llegado pronto. La presentación del libro iniciará aún dentro de un cuarto de hora, al menos oficialmente.
La gran escalinata, amplia, en un espacio de altísimos techos me invita a considerar qué grandes son los caminos a recorrer antes de poder entrar en las salas de esta casa. Es un espacio hecho para pasar por él con calma, notando el tiempo, no sólo por la subida, sino por la monumentalidad de este último trecho antes de entrar. Es una escalinata perfecta para indicarme que ya estoy dentro pero sólo detrás de una fachada. Siempre hay algo más y, en todo caso, siempre soy pequeño.
Tras el último peldaño me encuentro con dos grandes estatuas policromadas de S. Pedro y S. Pablo. Custodian como dos anfitriones la antesala de una única puerta, ya entreabierta hacia una gran sala.
Sin embargo, antes de entrar noto la extraña llamada de la curiosidad.
Un sarcófago en el Palacio de España.
Entre las dos imágenes se encuentra un antiguo sarcófago romano. La verdad es que en Roma encontrar sarcófagos romanos no es nada extraño. Convertidos en fuentes o incluso en maceteros, reutilizados en iglesias, expuestos en los museos como auténticas joyas de la escultura clásica en sus diversas épocas. Al principio me emocionaba apoyarme en alguno a la hora de acercarme al chorro de agua fresca o acariciarlo al entrar o salir de alguna iglesia. Sentir esa piedra casi de piel por el contacto con tantas manos que le transmitieron su roce. Ahora, mis manos, como en un amor que ha dejado la enamorada sorpresa, se posan sin estupor pero con un consciente saber.
¿Qué motivo de amante predilección lo habría colocado allí, como anfitrión principal, entre San Pedro y San Pablo, custodios de esta entrada?
Tras la ascensión, en este vestíbulo, antes de acceder a las salas y habitaciones, miro con atención lo que antes sólo había visto.
Unos niños luchan en un combate a puñetazos. Púgiles que podrían ser cupidos regordetes. Uno lleva una palma de la victoria, otro tiene los brazos en alto. Al morir, como al nacer, ¡siempre somos tan pequeños! Desnudos y luchando por la vida que llega o va. Una palma, unos vestidos apoyados, la exultación y los lamentos. Siempre niños, siempre pequeños, en lucha donde cada momento es victoria o derrota, incluso en un final que podría ser un principio.
Conferencia en la Embajada de España
La gente iba llegando y empezaban los rumores de saludos y conversaciones. En silencio, los niños continuaban su lucha en este ingreso. Qué contradicción y misterio. Ellos unen dos extremos. Sus cuerpos de niños regordetes retozaban como emisarios de Dionisio. Como pequeños amores hablan de las esperanzas de la vida. Su lucha recuerda fatigas, dolores y derrotas. Abandono la amplia antesala de la Embajada. Sus voces imaginadas me han acompañado al cruzar el umbral de aquella puerta. Entran una vez más en el tiempo, como un parto, con una mezcla de alegría y dolor.
Recuerdo los pasos amortiguados por las alfombras, la sala en donde estaban dispuestas mesas y aperitivos. El salón de baile con un precioso tapiz que hace de telón de fondo a la mesa desde donde se hará la presentación. Saludos, elogios, comentarios, círculos de gente que se conoce y se presenta. De vez en cuando se ve un conjunto matemático único, sin elementos de intersección, para más detalles.
Resuena aún el eco de las palabras de la presentación del libro cuando salgo de la embajada de España para coger mi bicicleta.
400 años del palacio como embajada de España
El 21 de diciembre de 1622 el embajador Duque de Albuquerque entraba en este palacio. Fue el primero de una larga lista de embajadores que convertirían el edificio, en ese momento propiedad del Sr. Zauli y luego de la familia Monaldeschi, en el Palacio de España. Inicia así una historia en donde las dificultades se pueden convertir en ocasiones. De hecho, este embajador lo había alquilado apretado por la necesidad, tras tener que dejar el palacio del duque de Zagarolo, y sin imaginar siquiera que esto podría ser el inicio de una larga historia. “Il s.r Ambasciatore di Spagna sabbato si trasferì ad habitare nel palazzo preso ultimamente alla Tinità de Monti lasciando libero quello di Santi Apostoli alli ecc.mi ss.ri Ludovisi”. Se forma así el núcleo de un auténtico barrio español, una isla surgida entorno al Palacio con jurisdicción particular. De él nacerá la denominación de Plaza de España, con su ambiente tan cosmopolita.
El Palacio se abre ante su plaza, ante la ciudad, para seguir festejando. En esta página puedes ver imágenes y eventos relativos a este aniversario del Palacio de España. Es más, podrás tener entre tus manos tanta historia e historias, reflexiones y bellezas de este palacio gracias al libro Bajo el mismo techo, 400 años en el Palacio de España.
Saliendo del Palacio de España.
Un guardia civil primero y luego un militar italiano de vigilancia ante la entrada me saludan. Varios turistas miran curiosos la gran bandera española y el portal que se cierra detrás de mí mientras siguen comiendo sus helados sentados en el borde del recinto de la gran columna de la Inmaculada. Hace mucho calor y me toca subir pedaleando por la cuesta de Capo le Case y luego Via Veneto. Al menos sé que al llegar a casa me espera una buena ducha.
Mientras pedaleo, al anochecer, recuerdo para no olvidar. Hay lugares y arquitecturas en los que uno se siente como con un buen traje: nada te falta, nada te da fastidio, todo te sienta bien sabiendo que es lo mejor en ese contexto, te permite estar cómodo y con seguridad, es original, se nota, sin saber bien por qué, sin excentricidades; materiales, forma y color en una armonía que hace juego y juega con tus ojos.
La escalinata de entrada de este gran palacio es así y quería retener la sensación, el tacto. Subía por ella lentamente hace unas horas. Bajaba aún más lentamente hacía sólo unos instantes. Es curioso como un lugar de paso se quede y me siente tan bien.