El Imperio Romano es la etapa más comentada y conocida de la historia de Roma. Durante este período, desde el 27 a.C hasta el 476, su territorio iría rodeando el Mediterráneo. Es más, la parte oriental de este imperio resistirá hasta 1453. Un poder tal que, ostentado por un solo hombre, provocaría envidias, locuras, ambiciones, guerras civiles, separaciones… y su propio final. Un período que alterna la mayor gloria de Roma con su mayor oscuridad.
El asesinato de César y el inicio del Imperio
Tanto para el fin de la República como para el comienzo del Imperio, Julio César tuvo un papel clave. Sus acciones enseñaron una cosa muy peligrosa a los romanos: un ejército poderoso bastaba para hacerse con el poder. Las bases de la República donde el pueblo escogía a sus gobernantes y participaba en la política se transformarán radicalmente con él. Al menos, en la práctica. Pues el senado seguía existiendo, pero su papel era apenas el de un consejo para el emperador y un lazo con las bases y orígenes de Roma. Se podría decir que era una justificación para el emperador, para hacer de su mandato algo digno y en línea con las tradiciones romanas. Algo que quedaba bien pero que a la hora de la verdad era sólo una fachada.
El asesinato de César tenía como objetivo volver a la República y su efecto fue el contrario. Estableció un campo de batalla para sus posibles sucesores. Su hijo adoptivo, Augusto, se enfrentó a Marco Antonio en la tercera guerra civil romana y, con su victoria, se nombró emperador. Iniciaba así el Imperio.
Augusto, el primer emperador
Augusto se encargó de eliminar a los enemigos de César y a los miembros del senado en su contra. Estableciéndose en el poder y, una vez ahí, poniendo paz en todo el imperio. Su gobierno fue uno de los más gloriosos de la historia de Roma. Tanto que el título de ‘‘Augusto’’ le fue concedido por haber traído felicidad a los romanos. Octavio Augusto sería visto a partir de su muerte como el gobernante ideal, como el ejemplo a seguir por sus sucesores, los emperadores romanos, entre los que suscitaba verdadera admiración.
A partir de su muerte se estableció algo que nunca había ocurrido en Roma, el poder sería hereditario por línea de sangre o ‘adopción’. Nacen así las dinastías. La fundada por Augusto, la Julio-Claudia, fue la más longeva.
Pero, con estas bases de elección de líder, Roma no correría siempre con la suerte de toparse con Augustos y Césares. Y, tanto poder, en muchos casos, invitaba a una vida de vicios y placeres antes que a una de responsabilidad y gobierno. Nerón, el último descendiente de Augusto, fue el emperador que encarnó historiográficamente el declive del buen gobierno, pero también el que construyó un palacio de ensueño: la Domus Aurea.
Nerón manchó sus manos con sangre de su propia familia para mantener su poder, el cual utilizaba para su disfrute personal dejando el Imperio desatendido. Se levantaron revueltas contra él y, antes de ser capturado por el ejército, ordenó a un siervo que lo matase.
De nuevo, al quedar el hueco vacío, surgió otra guerra civil. Roma se debilitaba, con un año en el que se sucedieron hasta 4 emperadores. En el 69 a.C. Vespasiano salió vencedor del conflicto y fundó la dinastía Flavia.
La edad dorada del imperio Romano
A partir de este momento, Roma vivirá sus años de mayor poderío. Pues con esta dinastía y la siguiente, la de los Antoninos, se sucederán grandes emperadores, gestiones y conquistas. Destacan entre ellos los hispanos Trajano y Adriano.
El primero fue el primer emperador nacido fuera de Italia. Además, fue el que obtuvo la máxima extensión para el Imperio. El segundo, la perfecta mezcla entre pensador y guerrero. Pues Adriano fue un hombre muy cultivado, con pasión por la cultura griega y la filosofía. Enriqueció el imperio con arte y grandes construcciones a la vez que manejaba la guerra y las revueltas con mano muy dura.
Tan basto imperio y tal enormidad de gente a la que controlar y gobernar exigía a grandes emperadores con conocimientos e implicación a la altura de las circunstancias. Pues en todo momento había alzamientos contra Roma en las provincias conquistadas y ataques de los pueblos fronterizos. Mantener el orden dentro y fuera del Imperio era una misión cada vez más difícil.
El penúltimo de los Antoninos, Marco Aurelio, fue el último gran emperador capaz de mantener esta grandeza en Roma antes de que comenzara su declive. Una grandeza que el imperio volvería a conocer sólo en etapas aisladas gracias a la aparición de grandes nombres.
La decadencia del imperio
Su sucesor, Cómodo, fue un vividor fanático de las luchas de gladiadores. Participar en ellas le interesaba más que el Imperio y debido a esto fue traicionado y asesinado. En este escenario, al igual que había sucedido siempre, otra guerra civil dio paso a la dinastía Severa. Pronto mandatarios de las características de Cómodo aparecieron, como Caracalla. Los Severos tuvieron una gran influencia oriental, grandes problemas con las invasiones bárbaras y una dependencia del ejército mucho mayor de lo habitual.
Un ejército que, en el 235, asesinó al último de los Severos tomando el mando del Imperio. Diversos generales se sucedieron en el cargo de emperador a lo largo de unos 50 años en los que Roma se iba sumergiendo más y más en una profunda crisis. En esta etapa, donde su mayor preocupación fue intentar contener todas las acometidas de los pueblos bárbaros, la pobreza, el hambre y las luchas internas eran la realidad romana.
Aprovechando esta situación, muchos pueblos conquistados se levantaron en armas. Un ejemplo fue el de Palmira, que en oriente consiguió formar su reino, hacer frente a los romanos y ser independiente por un tiempo. Pero también hubo levantamientos dentro de los propios romanos y algunos generales se nombraban dueños de ciertos territorios como sucedió en el imperio galo.
Estos hechos y los continuos intentos de sofocarlos a la vez que se sucedían luchas internas por el poder, acabaron provocando la división del Imperio para intentar controlarlo. Primero se dividió en el Imperio de Occidente y el de Oriente y, más tarde, acabaría dividiéndose en 4.
Pero, aun así, las ambiciones siguieron provocando guerras entre estos 4 mandatarios. Sólo un último gran emperador logró unificar y pacificar todo el imperio. Éste fue Constantino.
Últimos momentos de esplendor
Constantino logró dar a Roma la grandeza de antaño, pacificando fronteras e interior. Incluso el cristianismo, duramente perseguido durante los siglos pasados, dejó de perseguirse y se asentaron sus bases. Constantino movió la capital a Bizancio, que pasó a llamarse Constantinopla. A su muerte, decidió dividir de nuevo el imperio entre sus hijos con la intención de que Roma no cometiera los errores de su pasado y así pudiera controlarse y renacer.
El último gran símbolo de su gloria, el Arco de Constantino, ha llegado a nuestros días, formando parte de la vida diaria romana y de nuestros tours.
Caída del Imperio Romano
Pero Roma no volvería a conocer a un Constantino. Sus hijos, siguiendo la historia de Roma, comenzaron a luchar entre ellos. Pronto la decadencia volvió al Imperio y, en el 476, caería definitivamente el Imperio Occidental. Hecho que se considera como el fin del imperio romano. Su último emperador, curiosamente, tuvo el mismo nombre que el primer rey de Roma: Rómulo.
Si bien es cierto que las invasiones barbáricas fueron momentos de profunda crisis para la ciudad de Roma, empezando por la de Alarico (410 d. C.) y luego las de Genserico, rey de los Vándalos (455), Ataúlfo, Totila y Teodorico, es cierto también que la destrucción de numerosos monumentos de la ciudad no se debe a ellos. Como decía el famoso estudioso polaco Stanislao Reszka, conocido por su nombre latinizado, Rescius (1544-1600), «Persuasi Romanis Roman Romanos vastasse». Es decir, ‘estoy convencido de que Roma fue devastada por los romanos’. Ya en la época final del imperio (llevándose materiales a Constantinopla), como en la alta y baja Edad Media e incluso en el Renacimiento, los edificios antiguos fueron utilizados como canteras para la construcción de nuevos. Se reutiliza lo que el tiempo no consigue ‘comerse’ haciendo que muchos lugares que eran huellas de la grandeza del Imperio Romano queden convertidos en ruinas. La auténtica caída del Imperio Romano la llevó a cabo el abandono, el olvido y la penuria de los habitantes – gobernantes de Roma.
El Imperio Romano de Oriente, sin embargo, sobrevivió y pasó a conocerse como imperio Bizantino. Su caída tuvo lugar en el 1453 iniciando así un nuevo período de la historia que, de sus cenizas, haría surgir el Renacimiento.