La sombra de Leone Ginzburg me saluda todos los días. Él que supo de luchas por la libertad parece retomar su bloc de notas para empezar un nuevo artículo. Su querida Odesa está en guerra y con ella Ucrania. Una silhouette, como una sombra dibujada por uno de esos ingeniosos pantógrafos del siglo XVIII, parece colocarse al lado de la placa que recuerda el lugar donde trabajaba y en donde fue capturado. Sólo ella queda junto a la entrada del subterráneo en donde un tiempo estuvo la imprenta. Sombras en los subterráneos que marcan el perfil de una dolorosa ausencia. Negras sombras sobre una piel ocre, como antiguos héroes condenados a vivir como sombras negras en una delicada vasija etrusca.
Cuando llegaba el verano, la sombra de Leone se alargaba. Su familia viajaba a Italia desde Odesa atraídos por los relatos de la niñera María Segré. Con ella se quedará el joven Leone cuando en 1914 empezó la Primera Guerra Mundial. En 1920 toda la familia dejará Rusia para establecerse en Turín. Pasarán incluso unos años en Berlín por el trabajo del padre antes de regresar a Italia. De todas formas hasta octubre de 1931 no conseguirá la ciudadanía italiana perdiéndola en 1938 por las leyes raciales del régimen fascista.
¡Cuantos pasos por media Europa del joven Leone! Viajar, haber tenido que abandonar tanto y tantas veces creó su fuerte convicción contra cualquier nacionalismo y su esperanza en una cultura europeísta. Como profesor de literatura unirá escritores rusos con franceses, Dostoyevski y Maupassant.
Un ucraniano en L’Italia libera. Via Basento
Esta mañana, fresca y soleada durante una Semana Santa en Roma, pasamos no sólo el Mar Rojo como los israelitas en la primera Pascua, sino también el Mar Negro. Tengo presentes los pasos de Leone que intentan escapar, buscando nueva vida, más allá de esas aguas demasiado rojas y negras. Escapa pero sin irse. De hecho, con la caída de Mussolini en julio de 1943 decide ir a Roma para continuar su lucha por la libertad.
En cambio, casi 2000 años antes papa Clemente tendrá que dejar Roma exiliado hasta el mar de Azov, en donde morirá mártir. Acude a mi memoria la basílica de San Clemente para seguir creando puentes entre Ucrania y Roma, entre perseguidos y libertades que al final vencen el tiempo y el olvido.
El 8 de septiembre de 1943 Ginzburg recibe el encargo de dirigir el diario clandestino L’Italia libera, publicado en Roma. En esos momentos dirigía también la sede romana de la editorial Einaudi. En una ciudad ocupada por los alemanes vivía bajo el nombre de Leonida Gianturco. Era un equilibrio muy complicado que se rompe el 20 de noviembre cuando fue capturado en la sede del periódico, aquí, en via Basento, a dos pasos de la Galleria Borghese. Bajando hacia el centro de la ciudad para llegar a la cárcel más famosa de Roma cuyo nombre suena a campanas, Regina Coeli, habrá bajado la escalinata de Plaza de España. La vista de esos peldaños y el mar de Roma abajo, con la fuente de la barcaza bien anclada, seguramente le llevó con la imaginación a Odesa.
Una escalinata en Odesa y en Roma
Allí, una preciosa escalinata, salva la distancia entre la ciudad y el puerto hacia el Mar Negro. Una famosa y hermosa escalinata cuya piedra, arenisca gris verduzca, salió en el siglo XIX, desde el puerto de Trieste, aunque luego hubo que sustituirla con granito más resistente. Esa escalinata es famosa en la historia del cine por la película El acorazado Potemkin (1925). En la película unos soldados rusos bajan disparando contra manifestantes a los que espera un mar aún más negro de su nombre.
Parece una premonición de lo que está pasando en la vida de Leone y en estas semanas en Ucrania. La belleza de un lugar dedicado a unir lo alto y lo bajo, salvar desniveles, invitante para contemplar o incluso para sentarse, gradas para un teatro lleno de vida, convertidas en lugar de tragedia. La guerra es capaz de transformar una escalinata que parece ascender al cielo o depositarse en la orilla del mar, en un despeñadero.
Al llegar a la cárcel, a orillas del Tíber, entre Borgo y Trastevere, descubren que era judío. Esto será motivo suficiente para entregarlo en manos de los nazis que lo torturarán. Morirá en esa cárcel el 5 de febrero de 1944, sin haber podido volver a ver a su esposa, Natalia, que sólo sentirá a Leone através de sus cartas.
«La desgracia deambulaba tras las ventanas como un mendigo al amanecer» escribía Isaak Bábel en sus Cuentos de Odesa. Al amanecer camino también yo cada día ante la placa que recuerda a Leone Ginzburg y mendigo, para confundir la desgracia, un poco de paz. Mendigo y reparto el consuelo para quien aún es más pobre porque más ha perdido. Al tener, yo puedo saber del dolor de haber perdido, de ver lo construido arruinarse o, peor aún, bajar a empellones una escalinata, rampa para el miedo, en donde antes podía sentarme o citar los amores.