Los animales, las platas, la naturaleza pasan a formar parte de esta ciudad. Los imitamos, los personificamos, son para nosotros símbolo de virtudes o encarnan nuestros miedos. Pasan a formar parte incluso de lo que nos define, de nuestros nombres o apellidos: Agnelli o Leoni, de la Cerda o de la Cierva; Ricci (erizos), Valle, de la Riva o Montes; Rovere y Aritza. Quedan así unidos a una familia, como una marca de la que a veces se pierde la memoria. En todo caso, esas historias convertidas en naturaleza están aquí como un estímulo a nuestra curiosidad. Además, son imágenes hermosas y variopintas para el arte que nos las pone en cada esquina y con ellas nos muestra mucho de lo que somos.
Hoy, paseando por Roma, me han salido al encuentro, como siempre, y no he querido dejar de compartir, aunque pueda parecer raro, las imágenes de corderos y carneros que he visto.
Carneros
El hierro forjado y negro parecía vibrar de calor y salir de su letargo. Los barrote reptaban como serpientes que iban subiendo. Culebras (biscioni) que traen recuerdos de antiguas luchas entre caballeros y monstruos. Mensajeras de la tierra que tan bien conocen y que en muchos casos son genios del lugar o lares protectores. Semejantes a dragones, mortales como víboras o benéficas como medicinal presencia, forman una reja que protege y defiende.
Reja en via Olona (barrio del Coppedè) al lado de la Villa delle Fate
Detrás, se divisan dos cabezas de arietes. Entre sus cuernos una girnalda de fruta nos habla de la abundancia en la que se encuentran. Una abeja posada tranquilamente nos recuerda que ellos protegen su dulzura y su trabajo, mientras un cuello dentado y rodeado de sogas los tiene fuertemente unidos formando una única columna. Una fuerza que resiste, sostiene, y que, como el vellocino de oro, es capaz también de llevarte en volandas y defenderte.
El héroe
Algunos hombres, pocos y escogidos, pueden cumplir empresas que compiten con los dioses y serán cantadas en mitos, poesías o figuras. Jasón y los argonautas son fuentes inagotables cuando se quiere cantar a una humanidad heróica. Ellos se atreven a embarcarse y surcar los mares hasta llegar a un lugar que parecía imposible, extremo oriental del mundo, horizonte virginal por donde todo nace: Cólquida. Allí se encontraba la piel de un carnero muy especial, Crisómalo, el de dorada lana, protegida por un dragón que no dormía.
Crisómalo era hijo de la hermosa Teófane. Poseidón la había raptado y escondido bajo la apariencia de una oveja. Naturalmente él tomará la forma de un carnero. Fruto de su unión será este ariete dorado y capaz de volar.
Conseguir su piel significaba obtener justicia, cumplir antiguas profecías, pasar a la inmortalidad, conquistar un reino y adueñarse del poder de un hijo de un dios. Todo ello se concentraba en aquella piel de carnero colgada de un árbol.
Imagino el dragón, viéndolo ahora en esa serpiente devora-hombres representada en la reja. Ella es símbolo también de una ciudad, Milán, que surge tras la victoria de otro héroe caballero. Ella, serpiente y dragón, tiene escamas de hierro y defiende ese Ariete colgado en un árbol – columna. Sólo los héroes, los que consiguen llevarse a casa el carnero, son capaces de superar pruebas sobrehumanas. En este caso, y en algunos más, la fortuna ayuda a los audaces: Medea se enamora de Jasón que utiliza ese amor para poder apoderarse del vellocino. En efecto, sólo la magia de Medea podía hacer dormir al dragón.
Herederos de los héroes
A partir de 1430, héroes, como los argonautas, serán los caballeros del toisón (vellón) de oro: siempre una élite capaz de grandes empresas, dignas incluso para pretender un trono.
Una piel de carnero que significa riqueza y poder pero también preparación, purificación y defensa, especialmente en Roma. Februm era el nombre de la piel de carnero utilizada durante los Lupercalia, fiesta que se celebraba precisamente en los idus de febrero. Convertida en tiras, servía para golpear y purificar (februare, en latín), preparar las tierras y los vientres para la vida. Fiebres que limpian y dan fertilidad, traídas de la mano de Fauno – Lupercus (el que ahuyenta los lobos), en vistas de la cercana primavera.
Ella se abre y germina cuando el sol llega a la constelación de Aries. Entre las estrellas de las noches invernales el brillo de Hamal (ariete en árabe) inmortaliza a Crisómalo en forma de constelación. En la oscuridad será una promesa de la futura primavera. Cuando llegue entonces abril, el que abre, y con sus aguas, como el antiguo dios egipcio Khnum con cabeza de carnero, se derrame, inundará de fertilidad y se desbordará concediendo vida incluso en los desiertos. Luego será Fauna – Maia, un mes más tarde, la que hará crecer (maior) lo sembrado.
Por otra parte -estando en Roma era inevitable- el inicio de la primavera dará lugar también al inicio de las campañas militares. Ares – Marte será otro de los recuerdos que nos traigan los arietes que vemos por esta Roma, nacida de Rómulo y Remo y nieta, por tanto, del Vengador y Protector.
Balcón en uno de los palacios de los Embajadores
Carneros que bajo las ménsulas sustentan balcones. Con su fuerza generadora y violencia, defienden, atacan y sostienen a los habitantes. Carneros que permiten que abejas hacendosas produzcan delicias de miel con la que deleitar. Una humanidad fuerte, emprendedora, protegida y que disfruta de los bienes.
Corderos
Con el inicio de la primavera, en abril, nacen los corderos. Se trata del mismo animal pero en una fase en la que aparece indefenso, dependiente de la madre a la que sigue, víctima de lobos o rapaces. Un mismo animal pero que utilizamos para hablar de la realidad desde otro punto de vista que parece contradictorio.
Iglesia argentina de estilo neo-medieval en Piazza Buenos Aires. Chiesa dell’Addolorata o ‘delle pecorelle’ por el mosaico de su fachada con 12 oviejas que beben en los 4 ríos del paraíso y el Cordero del Apocalipsis.
Tanto es así que en muchas culturas, el cordero es el animal de los sacrificios. Sólo conozco un caso en el que un joven cordero (Isaac) fuese sustituido con un carnero a la hora de entregar la vida. Un animal destinado a no llegar a su plenitud, sin la fortaleza de los músculos ejercitados y crecidos, sin el conocimiento que traen los años y la experiencia. Dos caminos completamente distintos que separan también dos formas de vivir:
«Else it were better we should part, and go,
Thou to some lips of sweeter melody,
And I to nurse the barren memory
Of unkissed kisses, and songs never sung.»
(Oscar Wilde. Silentium amoris, poema 57)
De lo contrario, mejor nos separamos y nos vamos, / Tú a unos labios de dulce melodía, / Y yo a cuidar el árido recuerdo / De besos sin besar y canciones nunca cantadas.
El cordero es un puro puñado de besos sin besar. Encarna el silencioso amor del que no alardea. Sin cantores e incluso sin una palabra, será una herida en su cuello abierto el que diga todo. Acostumbrados a luchar y reivindicar derechos, salud, muerte, decididos y demoledores como arietes, nos olvidamos de que existen corderos o que podemos serlo nosotros.
¡Pobres tontos o locos! Nos resulta natural llamar así a quienes entregan ‘sus’ derechos por el bien de alguien, arriesgan la salud para que otros la recuperen o son incluso capaces de desvivirse, morir si se quiere, para que alguien pueda vivir. Es más, llegan a esa entrega, riesgo y muerte queriendo hacerlo incluso por alguien que no conocen. Pobres corderos que por serlo no reciben reinos, fama, títulos académicos o pensiones. No puedes poner ‘cordero’ en tu curriculum.
Corderos en la historia
Para quien busca signos, para quien pretende sabiduría, un cordero es un escándalo y una necedad. Demasiado débil y sin experiencia. No es un héroe de empresas ni abate muros rompiéndolos con su fuerza. No engendra, casi recién nacido, sino que aún conserva el olor de la leche materna.
Proyecto de G. B. Conti en tela para el mosaico de la fachada, interior de la iglesia argentina.
Es más, entre la pobre gente, especialmente entre la gente pobre, hay muchas ocasiones para probar que hay una loca proporción entre el dolor y la medida del amor. Los héroes carneros luchan por imponer el derecho, sobre todo los propios derechos, capaces de llegar hasta el fin del mundo para conseguirlo: justísimo. Esto en el mejor de los casos, cuando no destruyen los derechos de otros con la fuerza, la magia del poder o el desprecio.
Los corderos -fácilmente confundibles con los borregos pues ambos pueden dejarse llevar- son los que se sacrifican para que mientras dura la noche pasen de largo las sombras. Ellas son muros flexibles de pura ausencia contra las que nada pueden los arietes. Ellas son agujeros profundos que engullen las antorchas, sombras pegadas tan dentro y en todas partes que no hay naves para ir lejos.
Cuando, más allá de los esfuerzos o dolores, queremos el bien de alguien nos convertimos en corderos. Y lo hacemos con la libérrima fuerza de quien entrega con su vida todos los derechos para que alguien los pueda tener. ¿Por qué tiene que ser así? Ojalá no fuera así, pero es: desde cuando das a luz, o trabajas, te gastas también para permitir vivir a quien no podría hacerlo solo.
¡Ay voz secreta del amor oscuro!
¡ay balido sin lanas! ¡ay herida!
¡ay aguja de hiel, camelia hundida!
¡ay corriente sin mar, ciudad sin muro!
(Federico García Lorca)
Final de la historia
El barrio del Coppedè está lleno de hermosos y fuertes carneros. Fuera, en su límite de Plaza Buenos Aires, en lo alto de un mosaico, un cordero degollado, que ha dado su vida, aparece en un trono, sobre un libro. Sólo a él se le da el poder y la gloria, sólo él puede abrir el libro. Un cordero que parece pastorear la historia al final. A sus pies los 4 ríos del paraíso con doce 12 ovejas que, curiosamente, simbolizan a 12 pastores. Parece que no se cansa de jugar con nosotros ese mundo medieval de Roma que vemos en los mosaicos de Santa Cecilia y Santa Prassede o personificada en la tierna ‘cordera’ Sant’ Agnese.
Un mundo medieval que en apariencia tenía más arietes, hierros y héroes que el nuestro pero estaba lleno de corderos. Las calles de la ciudad nos los desvelan y descubren también hoy. Si tenemos algo de corderos, parecidos al del mosaico, entre pastores y no caballeros, sobre los hombros llevaremos a otros, palios tejidos con blanca lana y no los anillos metálicos del toisón de oro. Los reconoceremos como iguales, también ellos sacrificados.