Sonrío cada vez que leo o pronuncio el nombre y apellidos de Antoine Chrysostome Quatremère De Quincy. Me parece precioso. Quizás por eso, y por su rechazo a que Napoleón se llevara de Roma una multitud de esculturas y pinturas, escojo un texto de su Dictionnaire d’architecture dedicado a la ‘restauración’. Lo utilizo para introducir una reflexión sobre algo muy actual y eterno en Roma: toda ella es una ciudad en obras.
Restaurar es «reconstruir las partes de un edificio más o menos deteriorado con la finalidad de ponerlo en buen estado. En arquitectura, y en un sentido menos materialmente mecánico, se llama restaurar al trabajo que el artista realiza al encontrar, tras los restos y descripciones de un monumento, su antigua unidad y forma acabada en sus medidas, proporciones y detalles.»
Ahora bien, «se destruiría la verdad imitativa de toda arte queriendo completarla o mejorarla.» Estando en Roma nadie se resiste a imaginar, a ‘reconstruir’ los antiguos edificios, devolviéndolos a una realidad virtual o de foto montaje. A lo largo de la historia esta ansia por completar o mejorar lo que sólo serían ruinas, ha tenido numerosos ejemplos. Esta es una de las causas que hace de Roma una ciudad siempre en obras.
El Coliseo, una ciudad en obras.
El Coliseo es, también en esto, un símbolo de Roma. El emperador Tito tenía tanta prisa por inaugurarlo que durante los primeros ‘juegos’ su fachada aún estaba cubierta de andamios según lo que nos cuenta el poeta Marcial. No sólo. Fue construido sobre el área que ocupaba un enorme estanque de la Domus Aurea. Una damnatio memoriae arquitectónica con un gran significado de poder, de novedad, destinado a durar tanto como la ciudad. Sólo con el Monumento a Vittorio Emanuele en Piazza Venezia tenemos otra construcción tan colosal y que cubra intencionadamente con su novedad una historia pasada, cancelada.
La basílica de San Pedro, en cambio, con toda su grandiosidad surge, en el fondo, como un gigantesco árbol de la semilla de una tumba. No deja de contener esa semilla y de mostrar una historia orgánica en sus anillos. Raíces excavadas y frondosa cúpula.
Representación de unos andamios de la Antigua Roma (pégmata) sobre un edificio circular en el sepulcro de Hirzinio, Roma.
El Coliseo será completado, ampliado, reformado en varias ocasiones durante la época imperial. Uno de los pocos edificios que al concluir su función ha sabido adaptarse hasta a los campos desolados que lo rodeaban. Ha sobrevivido como la ciudad a su historia, a los momentos más bajos que son los períodos en que casi no hay gente; gigante inútil que clama y atrae para seguir construyendo.
Lo que pasó con el teatro de Marcello durante la Edad Media, también acaeció con el anfiteatro Flavio por mano de los Frangipane: le dan una nueva función, su vida lo hace vivir quedando convertido en una fortaleza. Claro está con casi todos los arcos más bajos tapiados. Luego, con el declino de la familia y tras varios siglos de abandono, la fiebre constructora de Sixto V se fijó en él.
Surgió entonces el proyecto de Domenico Fontana de convertir el Coliseo en una ‘Filanda’. Sobre las imponentes ruinas del Coliseo se construiría una pequeña ciudad dentro de la ciudad, como si fuera un auténtico barrio para los obreros alrededor de una hilandería que ocuparía la arena. La muerte del papa en 1590, a los pocos meses de iniciar los trabajos, hizo que se abandonasen.
Unos decenios antes se había construido Santa María de los Angeles. En efecto, Miguel Ángel adaptó los enormes espacios de las Termas de Diocleciano restaurándolos a nueva vida como basílica cristiana. Renovar en Roma significaba utilizar para construir otra cosa. Normalmente no se destruía sino que se utilizaban los materiales y espacios en mayor o menor medida según el estado y embergadura de las ruinas.
Proyecto de Carlo Fontana para construir una iglesia aprovechando las estructuras del Coliseo
De todas formas, esta ciudad en obras, de la que es ejemplo el Coliseo, no dejó de inspirar la imaginación. Siguió clamando por nuestras manos. De hecho, un poco más tarde, a finales del siglo XVII, Carlo Fontana tenía listo un proyecto para construir una iglesia dedicada a los mártires, iglesia triunfante, dentro de las ruinas del Anfiteatro Flavio. Tampoco esta iniciativa se llevó a cabo por lo que a mediados del siglo XVIII papa Benedicto XIV lo consagró, tal y como estaba, a la memoria de los mártires con la pequeña capilla de Santa María della Pietà.
Es en este siglo donde cambia la perspectiva haciéndose posible una nueva idea de restauración y ‘ciudad en obras’ que, como decía Quatremère de Quincy, no supusiera completar o mejorar. Había llegado la hora de conservar ¿O no? El turismo y los espectáculos están provocando que el Coliseo, en concreto su arena, se reconstruya con un proyecto innovador. Se trata siempre de completar de nuevo esta gran ruina, madre de todos los coliseos y arenas del mundo que de ella toman su nombre.
Pero volvamos al siglo XVIII. A finales de siglo, para mantener el legado histórico ya no se añade o completa, se busca sólo dar estabilidad. De ahí que, tras el terremoto de 1806 el arquitecto Stern construya un contrafuerte en ladrillos. Congela así la caída del anillo exterior del Coliseo que mira hacia el sur. Unos decenios más tarde será Valadier el que, con una técnica distinta, es decir, creando una arquitectura similar pero manifiestamente diferente en los materiales, apuntale la parte noroccidental del Coliseo. En ambos casos es como si el Coliseo hubiera integrado unos andamios de contención.
Obras del arquitecto Stern en 1807 para contener la caída del anillo exterior del Coliseo
Ahora bien, cuando se habla de conservar se utilizan los criterios de quien manda. Quien detenta el poder es el que hace pasar a la lista de lo ‘antiguo’ que vale la pena y no sólo de lo viejo que hay que tirar. Y este es un terreno de polémicas que llega hasta nuestros días.
Cuando Roma se convierte en capital de Italia tenemos otro de los grandes momentos de la ‘ciudad en obras’. Viñas y jardines dan lugar a nuevos edificios institucionales – funcionales como sucedió a lo largo de via XX Settembre, o a nuevas construcciones simbólicas como en el Vittoriano.
En otros casos surgen auténticos barrios como el Ludovisi destruyendo una antigua villa. Se realiza una obra faraónica que cambia el rostro de la ciudad al dejarla aislada del Tíber con gigantescos murallones. Unas murallas que borran toda la arquitectura y antiguos puertos, Ripa Grande y Ripetta, que formaban sus orillas. Es un movimiento constructor que luego se extiende fuera de las murallas hacia barrios populares como San Lorenzo o Garbatella, en donde viven muchas de las personas atraídas por la nueva Capital de Italia. Otras zonas como Prati, Piazza Vittorio o el Coppedè responden a otros criterios para construir la nueva Roma burguesa y cosmopolita.
Andamios en Via Veneto. Reformas con el nuevo ‘bonus’ del gobierno, cambio de dueños, empresas en quiebra y otras que nacen. En la arquitectura de Roma se hace presente toda la realidad de la pandemia.
Un poco más tarde será la idea de un nuevo imperio, racionalista y funcional, durante la era fascista la que creará el barrio del EUR y tantos nuevos edificios en varias partes de Roma. Pero, sobre todo, las ruinas de la antigua Roma adquieren un valor simbólico. Incluso aquellas ruinas grandiosas que habían sido base para otros edificios, aprovechándose para construir y completar, se despojan de la historia sucesiva como si fueran lodos que ensuciaran su arquitectura. En este caso Roma se llena de andamios para despojar y cancelar. Reconstruir es ‘encontrar la antigua forma’.
Llegados a este punto surge otro gran problema: ¿qué es la antigua forma? En un organismo que se ha ido reconstruyendo y reformando desde el siglo VIII a. C. en el que, por tanto, podemos encontrar sucesivas formas antiguas ¿con cuál nos quedamos? La respuesta en los años 30 del siglo XX fue: para el nuevo imperio nos sirven las de época imperial. Y así, la Curia Julia muestra sus antiguas formas sin las de la iglesia de San Adrián, se crea el vacío entorno al Mausoleo de Augusto para ‘liberarlo’ de construcciones como si éstas fueran incrustaciones en la quilla de una nave. Via dei Fori Imperiali sin las casas o casuchas del barrio alejandrino cuyos habitantes irán a parar incluso a la lejana Primavalle.
Ruinas modernas para una ciudad en obras
El hipódromo de Tor di Valle, una de las mejores realizaciones del arquitecto Juan García Lafuente, es actualmente la más famosas de estas ruinas modernas. Se encuentra en el centro de grandes polémicas por ser el espacio para la construcción del nuevo estadio del equipo de fútbol de la Roma.
Un hipódromo que en su inauguración, un 26 de diciembre, el cercano Tíber desbordado había convertido en un lago, pero que era una obra gigantesca y de una arquitectura innovativa, capaz de recibir 50.000 espectadores en una época llena de la ‘febbre da cavallo’.
Pasa el tiempo y ya en el siglo XXI toda el área queda abandonada. Historias de quiebras, intereses, burocracia, causas jurídicas. Un completo registro de motivos para el abandono que terminan en desinterés. Y ya se sabe, cuando no se cuida, cuando la vida cotidiana abandona un espacio, un edificio, la ruina es inminente, como un organismo sin vida. Todo se disgrega. Las ruinas que quedan ¿las destruimos como inservibles, como algo pasajero o incluso un error de otros tiempos, o tienen un valor arquitectónico que contiene una vida capaz de regenerarse? Una respuesta que la política y los intereses económicos determinarán teniendo en cuenta la sensibilidad social incluso deportiva o ecológica. Nuevos valores pero la arquitectura siempre surge del poder.
Velodromo de Tor di Valle en la actualidad cuando parece ser que no será demolido para construir el nuevo estadio
En esta noche de la pandemia todos esperamos que este sueño sea reparador. El cansancio, la impotencia, la soledad, esperamos que se puedan sanar para despertarnos una mañana con nuevas fuerzas. O quizás nos demos cuenta como Segismundo de que la vida, incluso la más activa, es sueño. En todo caso, lo vivimos como la única realidad. Sea sueño o no, ponemos nuestros andamios para restaurar y reconstruir. Quizás al fin lo hagamos con un proyecto en el que descubramos lo que vale y se mantenga lo antiguo siempre como memoria y base para lo nuevo.
Andamios en pleno centro de Roma, junto al Pantheon, en la iglesia de Santa Maria della Concezione.
Esta noche en esta ciudad de obras es un tiempo de oscuridades, miedos pero también de recreación. Un tiempo que se extiende por necesidad y que en nuestras manos puede producir espacios ‘donde el afligido espíritu descanse’.
«No siempre se está en los templos, no siempre se ocupan los oratorios, no siempre se asiste a los negocios por calificados que sean; horas hay de recreación, donde el afligido espíritu descanse; para este efecto se plantan las alamedas, se buscan las fuentes, se allanan las cuestas y se cultivan con curiosidad los jardines.» (prólogo de las Novelas Ejemplares de Miguel de Cervantes).