Acabo de llegar a la Cárcel Mamertina desde la capilla del Bautismo de la basílica de San Pedro. Os preguntaréis ¿cómo has hecho? La respuesta está en un cuadro a micromosaico de Giuseppe Passeri. Allí me encuentro con el bautismo de san Proceso y Martiniano, carceleros de San Pedro cuando se encontraba en esta cárcel más famosa de la Antigua Roma. En su compañía, me dejo llevar. Más tarde también me los encuentro en los Museos Vaticanos, con un precioso cuadro de Valentín de Boulogne, con una composición que me recordó el martirio de San Mateo de Caravaggio. Ante tales invitaciones y con tales compañeros, no he podido renunciar a una visita al ‘Mamertino’, escondido detrás del gran Vittoriano y la colina del Campidoglio.
Una cárcel ilustre
Se trata de una cárcel del siglo VII en su parte más profunda, llamada con su nombre más clásico: el Tullianum. Subiendo hacia la superficie de la ladera surge un nivel superior en el siglo VI. Esta parte fue restaurada durante la época republicana. Por su situación junto al Foro Romano, centro de la vida pública en Roma, en la base de la colina Capitolina, estaba destinada a personajes ilustres. Allí quedaban, en espera normalmente de su ejecución, los prisioneros más importantes mientras el desfile triunfal subía hasta el templo de la Tríade capitolina, especio que actualmente ocupan los Museos Capitolinos. Los tesoros se escondían bajo el templo de Saturno, los prisioneros en estas grutas al lado de la Curia.
Además, se veía muy bien desde el Foro y la Via Sacra por lo que era una advertencia, una presencia muy fuerte para indicar el poder de la justicia. Era un lugar terrible y que hundía sus raíces en la historia de Roma. Con la tradición de la presencia de Pedro y Pablo, los dos patronos cristianos de Roma, encarcelados en el Tullianum, la cárcel mamertina pasa a ser un lugar de peregrinación.
No se trata sólo del recuerdo de personajes ilustres como Jugurta, rey de Numidia que acabó aquí sus días en el 106 a.C., de Vercingétorix que perdió un gigantesco desafío con Julio César, o Simón Bar Ghiora que desde Jerusalén vino a morir a Roma en tras la I Guerra Judaica. El arte, como en la Basílica de San Pedro o en la iglesia que se encuentra encima de la cárcel, San Giuseppe dei Falegnami, nos desvela que los lugares nos invitan a ser actores, a ponernos en lugar de los que allí estuvieron.
En el hueco de una cárcel
En las Doce Tablas, que a mediados del siglo V a. C. recogen el derecho consuetudinario romano inspirándose en las leyes griegas, ya aparece mencionado el encarcelamiento. Seguramente la prisión más antigua y céntrica de Roma era la conocida como Tullianum (derivado del rey Servio Tulio, según Varrón) o Lautumiae (del griego latomiai que significa cantera). Ambos términos nos hablan de sus antiquísimos orígenes y de cómo estas grutas, aprovechadas como cárcel, son el resultado de la extracción de piedra de la colina Capitolina.
Un hueco que estaba muy cerca de la antigua Curia Hostilia (donde ahora se encuentra la iglesia de los santos Lucas y Martina). Un lugar para ‘enterrar’, casi como consecuencia directa de las leyes y del ejercicio del poder, a quienes contravenían la organización social de Roma. Un lugar en el que dejar bien claro el oscuro final de quien venía condenado.