Campo dei Fiori es un cruce de historias y lugares. Asiento para la Locanda del Sole y la Locanda de la Luna. Mercado en donde vender y comprar en la vida al sol de la mañana. Espacio en el que que quedar para una cita o tomar algo a la luz de la luna.
Luz y oscuridad que a veces parecen ir de acuerdo compartiendo el mismo espacio. Otras veces, sin embargo, nos muestran una lucha de conquista que se realiza también en nosotros. Campo dei Fiori, sin grandes palacios, bulliciosa de mercados, mil veces atravesada, testigo de dolores y descanso de peregrinos, nos habla de cómo estar en Roma o de cómo Roma se nos presenta: atormentada, en cruz (excrucior).
Odi et amo. Quare id faciam, fortasse requiris.
Nescio, sed fieri sentio et excrucior.
(Catulo, Carmen 85)
Odio y amo. Por qué lo hago, quizás me preguntes.
No lo sé, pero siento que así es y me atormento.
Un Campo dei Fiori: Roma, me ama, no me ama
Campo dei Fiori no es sólo una plaza, un mercado o una terraza en donde tomar algo. Es una metáfora de nuestro encuentro con Roma: ‘odi et amo’. Me imagino paseando de nuevo por ese espacio abierto en el que podemos sucumbir a la tentación de coger una margarita: me ama, no me ama.
Caravaggio es uno de los personajes que encarnan este tormento de amarla pasionalmente: «no puedo vivir sin ella pero con ella tampoco». Me lo imagino entrando en alguna de las ‘locandas’ con nombres tan evocativos como los ‘della Nave’, ‘dell’Angelo’ o ‘della Scala’. De todas formas, para nosotros, que tenemos en la imaginación a los Borgia, la Locanda della Vacca, está asociada a Vanozza Catanei, amante de Alejandro VI y, por lo visto, buena empresaria de la hostelería. En este edificio, junto a uno de los hornos que más me gustan, en el número 13 de Vicolo del Gallo, esquina con Campo dei Fiori, vieron por primera vez la luz Lucrecia, César, Juan y Jofré.
Todo empezó en el siglo XV cuando Roma empezaba a reconstruirse y a acoger viajeros. Así empezó aquí la Locanda del Sole, la primera en esta zona, quizás para ofrecer hospedaje a los que estaban en relación con la poderosa familia Orsini.
Flores que nacen del letame
Este campo, bordeado sólo con algunas casas y los restos del teatro del gran Pompeyo, era un gran solar lleno de margaritas, amapolas y myosotis (‘orejas de ratón’ que en italiano reciben el precioso nombre de ‘nontiscordardimé’, no me olvides) pero también de basuras y escombros. Un terreno que durante la Edad Media bajaba suavemente hasta la orilla del Tíber o te conducía através de la actual Grotta Pinta, hacia Largo Argentina y el Campidoglio.
El espacio se amplía en 1458 tirando una manzana de casas que impedían el acceso a la via de los peregrinos y hacia el futuro Palazzo della Cancelleria. Cuando en 1478 el mercado que se realizaba en el Campidoglio se trasladó a Plaza Navona, esta zona se fue llenando, como hemos visto, de hosterías y posadas. Siempre en esa época el papa Sixto IV limpia y organiza las calles en torno a este espacio que deja de ser un campo para cubrir su suelo como una plaza.
Lugar de flores (Via Florea) y al mismo tiempo «putris et olenti sordida». Lugar de encuentro, de acogida para peregrinos, de bulliciosos acuerdos o sonoras borracheras, y al mismo tiempo plaza en donde exponer al mismo público las aleccionadoras ejecuciones públicas.
Campo dei fiori en otras plazas
El recuerdo del patíbulo y el fuego sustituye al agua que manaba de una famosa fuente, hoy en plaza de la Chiesa Nuova. Una fuente con una tapa de travertino puesta en 1622 con la siguiente inscripción: «Ama Dio e non fallire, fa del bene e lascia dire.» Amor y odio en los límites de la boca y las manos, en el dobladillo de piedra, en las palabras esculpidas que quizás fuesen las últimas que algunos leían antes de su ejecución.
En Campo dei Fiori había un mercado, durante muchos siglos de forrages y paja, luego de frutas y verduras al dejar de celebrarse el de Piazza Navona. En el centro del mercado esta fuente alegraba, refrescaba y limpiaba. Pero a casi 300 años de la muerte de Giordano Bruno, llegó el momento de elevar un monumento al que se había convertido en encarnación de los perseguidos por el Sant’Uffizio. Ella le dejó su espacio en el centro pero, curiosamente, desapareció. Durante varios meses habrá vagado por depósitos o sótanos, ligera y discreta ella. Hasta que volvió a aparecer para ocupar un puesto humilde, centro de nada, ante la iglesia de Santa Maria in Vallicella.
Czeslaw Miłosz. Campo dei Fiori (1943)
En Roma en el Campo dei Fiori
cestos de aceitunas y limones,
adoquines salpicados con vino
y restos de flores.
Los vendedores cubren los caballetes
con pescados color rosa;
brazadas de uvas oscuras
sobre melocotones de terciopelo.
En esta misma plaza
Giordano Bruno fue quemado.
El verdugo encendió la pira
ante la multitud curiosa.
Poco después de que las llamas murieran
las tabernas estaban llenas de nuevo,
sobre los hombros de los vendedores
cestos de aceitunas y limones.
Pensé en el Campo dei Fiori
en Varsovia por el cielo en forma de carrusel
un claro anochecer de primavera
al compás de una música alegre.
La brillante melodía ahogó
los truenos en la pared del ghetto,
y las parejas volaron
alto en el cielo sin nubes.
A veces el viento de la quema
avienta cometas oscuras
y los jinetes en el carrusel
atrapan pétalos suspendidos en el aire.
Ese mismo viento caliente
hinchaba las faldas de las niñas
y las multitudes ríen
en Varsovia ese hermoso domingo.
Alguien sacará como moraleja
que el pueblo de Roma o Varsovia
regatea, ríe, ama
mientras pasa frente a la pira de los mártires.
Otros sacarán como moraleja
la fugacidad de las cosas humanas,
del olvido que crece
antes de que se apaguen las llamas.
Pero ese día sólo pensé
en la soledad de los moribundos,
de cómo, cuando Giordano
subió al patibulo,
no encontró en la lengua humana
ni siquiera una expresión
para decir adiós a la humanidad,
la humanidad que sobrevive.
Ya habían vuelto a su vino
o vendían blancas Asterias,
cestos de aceitunas y limones
llevaban con alegre rumor.
Y él ya estaba lejos,
a distancia de muchos siglos,
ellos se detuvieron un instante
para verlo alzarse en el fuego.
Y estos muriendo, solos,
olvidados del mundo,
su lengua nos es extraña
como lengua de un antiguo planeta.
Hasta que todo sea leyenda
y entonces tras muchos años,
en un nuevo Campo dei Fiori
un poeta inicie una revolución.
Soledad y bullicio
"Los maestros señalan con devoción las enormes cúpulas sahumadas; pero debajo de las estatuas no hay amor, no hay amor bajo los ojos de cristal definitivo. El amor está en las carnes desgarradas por la sed, en la choza diminuta que lucha con la inundación; el amor está en los fosos donde luchan las sierpes del hambre, en el triste mar que mece los cadáveres de las gaviotas y en el oscurísimo beso punzante debajo de las almohadas." (Grito a Roma de Federico García Lorca).
Soledad es para todos la única compeñera, al final. En esta Roma en la que se alza una estatua oscura como acento de tinta en la página de su cielo, los cofrades de San Giovanni Decollato habían escrito páginas llenas con los tres últimos días de Giordano en esta tierra… hasta el momento en el que sólo la soledad podía seguirle. “¿No se tratará de la necesidad que el ser humano occidental tiene de hacer arder cuerpos vivos, de no conformarse con la llama del amor y ni siquiera con la llama del odio?” Pregunta de María Zambrano que siguen sin respuesta aunque muchos la hayan querido proclamar.
«La vida, la vida. No te escapes de la
vida,
no huyas de la vida, no te olvides de la vida.
La gaviota sigue allí subida, sobre
el capuchón del severo monje, y parece
así decírnoslo.»
Poesía en Roma. Santiago Montobbio
Lactancio en el siglo IV, tras Constantino, había escrito: «Ahora, desbaratada la conspiración de los impíos, ha secado las lágrimas de los que sufrían.» Siglos más tarde otra anunciada respuesta. El 9 de junio de 1889 decía Giovanni Bovio orador del Gran Oriente d’Italia que esta estatua del dominico “pide la tolerancia de todas las doctrinas, de todos los cultos y el culto máximo a la justicia».
Tras 30 años muchos italianos ‘toleraron’ las doctrinas fascistas y el mismo Giordano fue utilizado como símbolo de la despótica libertad fascista, del nuevo estado laico del ‘me ne frego’ mientras se firmaban los pactos lateranenses… Para encontrar alivio ante esta pregunta sin respuesta vuelvo a ver la película de 1943 Campo de’ Fiori con Aldo Fabrizi e Ana Magnani y escucho a Violeta Parra:
La jardinera
«Para mi tristeza, violeta azul,
clavelina roja pa’ mi pasión,
y, para saber si me corresponde,
deshojo un blanco manzanillón:
si me quiere –mucho, poquito, nada–,
tranquilo queda mi corazón…
Cogollo de toronjil,
cuando me aumenten las penas,
las flores de mi jardín
han de ser mis enfermeras.
Y si acaso yo me ausento
antes que tú te arrepientas,
heredarás estas flores:
¡ven a curarte con ellas!»
‘Quare id faciam?’
Al menos ahora en Roma, en Campo dei Fiori, no se mata a nadie por sus ideas y ni siquiera por sus crímenes. Pero contemplando tranquilamente el mercado lleno de verduras siento una pesada pena casi de locura sin razón. Veo de nuevo una muchedumbre que asiste sin problemas a la terrible condena y ejecución escondida.
Condenas
¿Por qué en nombre de razones o libertades de unos tenemos que eliminar a otros? Y por motivos para mí incomprensibles: unos meses. Un mismo ser, unos meses antes o después, sin que haya hecho nada, sin que dé fastidio (¿empezaría a darlo con el primer lloro?), sin juicio, lo puedes eliminar o no. Y quien lo entrega al brazo ejecutor no es la madre-iglesia sino la madre-mamá. Pienso en el camino que hemos recorrido y el que queda para hacer surgir la voz libre de las mujeres para que un hijo nunca sea fruto de la violencia o se convierta en una montaña de dificultades y desesperación. Gritan el dolor de ellos y ellas al ver que ‘se tira el niño con el agua sucia’. Nescio, sed fieri sentio et excrucior. No entiendo nada pero sé que es así y me siento en cruz.
Mientras tanto, mientras tanto, ¡ay!, mientras tanto,
los negros que sacan las escupideras,
los muchachos que tiemblan bajo el terror pálido de los
directores,
las mujeres ahogadas en aceites minerales,
la muchedumbre de martillo, de violín o de nube,
ha de gritar aunque le estrellen los sesos en el muro,
ha de gritar frente a las cúpulas,
ha de gritar loca de fuego,
ha de gritar loca de nieve,
ha de gritar con la cabeza llena de excremento,
ha de gritar como todas las noches juntas,
ha de gritar con voz tan desgarrada
hasta que las ciudades tiemblen como niñas
y rompan las prisiones del aceite y la música,
porque queremos el pan nuestro de cada día,
flor de aliso y perenne ternura desgranada,
porque queremos que se cumpla la voluntad de la Tierra
que da sus frutos para todos.
(Grito a Roma, Federico García Lorca)
Aún hoy en día, en algunos países, existe la pena de muerte tras un juicio en el que se utiliza una justicia ‘a peso’. Equilibrar la balanza de la esquelética muerte a kilos de carne sabiendo que es ella la única que gana. Miro a Giordano o recuerdo la última noticia de ejecución en Estados Unidos y pienso en esta locura de justicia contra la que clamamos. Y no entiendo por qué no gritamos ante la muerte de los niños no considerados ni seres humanos, trozos de carne para una muerte que no necesita guadaña, le basta un bisturí.
¿Será nuestra gran aberración?¿cuándo se alzará el grito de tantas mujeres silenciadas o ignoradas en su pensamiento y acciones?¿tras cuánto tiempo seremos capaces de reconocer nuestra indiferencia ante el silencio de los arrojados, sonrojándonos de vergüenza, penitentes incluso ante Giordano o Sadam que un grito sí pudieron lanzar?
Odi et amo, una larga historia o quizás la historia misma.
Bullicio vital en Campo dei Fiori
Campo dei Fiori, plaza de mártires laicos y de santos comunes reunidos en la confesión del deseo de vivir mientras intentan huir con prisas o haciéndose el sueco de la soledad con mayúsculas. Los hilos de las Parcas nos recuerdan las marionetas pero también los legámenes que nos mueven.
Bajo un cielo cada vez más azul… miramos hacia arriba y se cruzan nuestras vidas haciendo nudos de hilos. Pero también encontramos en Roma nuestro suelo, más permanente del cielo, con margaritas y basura: me ama, no me ama.
«…Chi è assicurato, chi è stato multato
chi possiede ed è avuto, chi va in farmacia
chi è morto di invidia o di gelosia
chi ha torto o ragione, chi è Napoleone
chi grida «al ladro!», chi ha l’antifurto
chi ha fatto un bel quadro, chi scrive sui muri
chi reagisce d’istinto, chi ha perso, chi ha vinto
chi mangia una volta, chi vuole l’aumento
chi cambia la barca felice e contento
chi come ha trovato, chi tutto sommato
chi sogna i milioni, chi gioca d’azzardo
(…)
chi fa il contadino, chi ha fatto la spia
chi è morto d’invidia o di gelosia
chi legge la mano, chi vende amuleti
chi scrive poesie, chi tira le reti
chi mangia patate, chi beve un bicchiere
chi solo ogni tanto, chi tutte le sere
na na na na na na na na na
Ma il cielo è sempre più blu uh uh, uh uh,»