Estas son las palabras más antiguas que mencionan a Inés. Se encuentran en la Depositio martyrum, documento del año 336, que recuerda como el 21 de enero (12 días antes de las kalendas de febrero) la comunidad cristiana de Roma se acercaba hasta la basílica y las catacumbas de santa Inés Extramuros para recordar la intrépida y popular mártir.
XII kal. Feb. Agnetis, in Nomentana. Recordando Santa Inés
Sin embargo, no conocemos nada de su vida, lo cual es normal considerando que era una chica de 12 años. Su nombre, Agnese en italiano, derivado de griego ‘hagnós’ (sagrado, casto) era habitual entre las familias de libertos. Lo que conocemos de su martirio se debe a lo que nos han contado tres escritores cristianos de la segunda mitad del siglo IV: Dámaso, Ambrosio y Prudencio. Ellos escriben unos 50 años después del 4º edicto del emperador Diocleciano durante el cual, a inicios del siglo IV, muere la joven Inés.
El contraste entre su débil y joven cuerpo con la fuerza de su ánimo aparece en los relatos de estos escritores. La juventud como maestra en el momento más difícil. Una contradicción que maravilla como podemos ver en el himno latino por la fiesta de santa Inés:
In morte vivebat pudor / En la muerte vivía la pureza.
Información para visitar las Catacumbas de Santa Inés
Entradas y precios:
Horarios:
Basílica: De lunes a sábado de 9 a 12 y de 15 a 19. Los domingos de 15 a 19 horas.
El Mausoleo de Costanza está abierto todos los días de 9 a 12 y de 15 a 18 horas. Muchos sábados por la mañana hay bodas por lo que no se podrá visitar.
Dias de cierre:
Basílica: Durante las celebraciones religiosas.
En la misma zona:
Cómo llegar:
90 desde Stazione Termini.
En metro (línea B1) parada Sant’Agnese – Annibaliano
Ubicación:
Esa muerte sucede en Plaza Navona. Sobre ese lugar, sigue viviendo la pureza, la fuerza de una hermosura que no se destruye ni con la muerte. En su memoria se alzó una iglesia dedicada a Santa Agnese in Agone. Luego, sobre su tumba, aquí, fuera de las murallas, junto a la via Nomentana, se construirá una gran basílica como meta de peregrinación.
La bendición de los corderos en Santa Inés Extramuros
En el Ceremonial Romano (1488) preparado por Agostino Patrizi Piccolomini y Giovanni Burckard por mandato del papa Inocencio VIII se indica que el ‘palio’, insignia litúrgica de honor y jurisdicción reservada al papa y a los arzobispos metropolitanos, se ha de confeccionar por las religiosas de la basílica de Santa Inés. De hecho, cada año, el 21 de enero, se ofrecen ante el altar de la santa dos corderos con cuya blanca lana se realizan estos palios.
Estos dos corderos son lo que la abadesa de Santa Inés tenía que pagar a la basílica del Laterano. Cuando se suprime el monasterio femenino en el siglo XV será los religiosos de San Pietro in Vincoli los que se ocupen de este peculiar tributo. Tras el 20 de septiembre de 1870 con la desamortización de los bienes eclesiásticos, desaparece este tributo auque será el gobierno italiano el que dé el dinero para comprar los dos corderos, luego lo hará el Ayuntamiento y actualmente los monjes trapenses de la Abadía de Le Tre Fontane.
Según la Passio, relato de su martirio, la santa se aparece a sus padres teniendo a su derecha un blanquísimo cordero. Desde entonces en la iconografía, ambos aparecen unidos. Por ejemplo, en un fresco del año 380 en las catacumbas de Commodilla de Roma, aparece ella orante con un cordero a sus pies. El cordero signo de pureza, pero también imagen de mansedumbre y de entrega, que triunfará al final de la historia, con un poder paradójicamente vencedor: el cordero del apocalipsis.
Costanza e Inés, construyendo una nueva Roma
Costanza, hija del gran emperador Constantino, promueve la gran construcción de la basílica dedicada a santa Inés a quien admira tanto, tomándola como ejemplo e intercesora. Una joven romana que ella escoge como compañera durante su vida y también tras su muerte. Para ello Constanza decide construir su mausoleo junto a la basílica. La historia y sus avatares nos lo han conservado mientras que la basílica, al estar a dos kilómetros de las murallas y tras varias vicisitudes, es sólo un impresionante recinto en ruinas.
El Mausoleo de Constanza nos lo encontramos como un enorme lagar. En los mosaicos, racimos de uvas preciosas, abundantes, nos hablan del momento de la vendimia, de esa maravillosa tumba en pórfido, roja como si estuviera llena de mosto. Los pies de tantos niños-amores, exprimen la dulzura. Es uno de los lugares en los que la arquitectura y el arte nos hablan de ese paso hacia otra vida como un brindis dionisíaco y también cristiano. El vino hace de unión. Y no se vierte fuera ni una gota de la belleza antigua con la novedad del cristianismo. Se unen en este mausoleo oriente y occidente, lo antiguo y lo nuevo. Un jardín paradisíaco lleno de frutos aves e instrumentos que nos hablan de una fiesta, capaz de vencer la muerte.
Através de un gran escalón se accede desde los jardines que están alrededor del mausoleo y de la antigua basílica, hasta la nueva, construida sobre la tumba de la mártir. En ese escalón se conservan diversas lastras de mármol, algunas pertenecientes a la decoración con la que papa Liberio a mediados del siglo IV había adornado la tumba de la joven Inés. En el siglo V se construye una primera basílica pequeñísima ‘ad corpus’ sobre esta tumba. Será el inicio de la actual iglesia que el papa Honorio I empieza a construir en el siglo VII.
Basílica de Santa Inés Extramuros
Desde el siglo VII hasta la actualidad se han ido realizando numerosas obras. En 1600 el cardenal De’ Medici excava en torno a la basílica para recuperar el nivel originario que, con el paso de los siglos, la había dejado semienterrada. En 1606 el cardenal Sfondrati realiza el techo de madera con las imágenes de Cecilia, Inés y Costanza. El papa Pio IX lo restaurará en 1855.
El altar y el baldaquino fueron reconstruidos con precioso pórfido por el papa Paolo V siempre a inicios del siglo XVII.
Sin embargo, dos son las obras que más atraen la atención de los visitantes: los brillantes colores de los mosaicos del siglo VII con Inés en el centro, vestida como una esposa radiante y enjoyada; y las reliquias de la santa que se encuentran bajo el altar. En un precioso relicario se encuentran los cuerpos de Inés y Emerenciana.
Catacumbas de Santa Inés
Desde inicios del siglo V, esta joven goza de una gran fama en toda la iglesia. Es una de las primeras mujeres a aparecer en los textos litúrgicos como el canon romano. Primero en el arte y luego en las fiestas litúrgicas y en tantos santuarios, su culto se extiende por todo occidente. Roma es la tierra predilecta en la que encontrarnos con el recuerdo de estos héroes, especialmente en las catacumbas. Lugares que en occidente, en Roma, se tienden a preservar, a custodiar, sin mover las reliquias. Esto mientras fue posible pues a partir del siglo IX con la despoblación y las invasiones, muchas de esas reliquias se desplazaron hacia la parte más poblada de Roma.
Y junto al culto, el acercarse a su tumba, era un motivo para visitar las catacumbas en las que fue depositada. Una de las visitas para tantos peregrinos fue este cementerio paleocristiano. La parte más antigua es de finales del siglo II y a ella se accede por la actual entrada, a la izquierda de la basílica. Las galerías, hasta tres niveles, se extienden hacia el oeste llegando bajo el mausoleo de Constanza, siendo las últimas del siglo IV.
El gran estudioso Bosio las había visitado a inicios del siglo XVII pero luego se perdió su memoria hasta que Armellini a mediados del siglo XIX comenzó una campaña de excavaciones.
Las catacumbas de de Santa Inés no son catacumbas con frescos o pinturas pero tienen interesantes inscripciones que nos recuerdan, por ejemplo, el duro trabajo de los que realizaban las excavaciones.