En la parte alta de Roma, junto a Termini, te espera ‘desnuda’ la basílica de Santa María de los Ángeles (Santa Maria degli Angeli, en italiano). Un espacio enorme, una grandiosa construcción de la que surge una iglesia que, entre tantos lugares que ver en Roma, parece secundaria pero no lo es. Es fruto, además, de un sueño, de una visión, de diálogos entre un clérigo siciliano, de la hermosa Cefalù, llamado Antonio del Duca, con ángeles que buscan un lugar para reunir su coro en Roma. ¿Y qué mejor lugar para unos ángeles que los endiablados antros en que se habían convertido estas gigantescas ruinas, límite extremo de la ciudad, refugio de malavida y de peores muertes?
Santa María de los Ángeles y los Mártires
Eso sí. Es una construcción que se muestra desnuda. Y Lo comprenderás al verla. Pues, al menos yo, de pie ante ella, tengo la sensación de que se ha quitado su ropa, sin fachada. También ella, como las Náyades en la plaza, parece querer meterse en la fuente.
Don Antonio, con la ayuda de Filippo Neri se presentó primero al papa Pablo III y luego ante Julio III para decirles el plan que tenían sus amigos, nada más y nada menos que 7 ángeles, para asentarse en esta zona de la ciudad. Tanto porfió que al final el 15 de agosto de 1550 quedaba el recinto consagrado. Sin embargo, sin ningún medio económico el pobre don Antonio sólo pudo montar un simple altar de madera con un cuadro de la Virgen que le enviaron desde Venecia y rodeado de sus querido ángeles, en una reproducción de un mosaico de Palermo.
A los pocos días, sin embargo, se vio desalojado por algunos jóvenes de buena familia que utilizaban la rotonda del calidarium para empresas equestres y que no querían renunciar a esa diversión. Por tanto, tuvo que marcharse volviendo todo a las ruinas.
No dejó don Antonio de insistir hasta que a finales de 1559 el cardenal Giovannagelo Medici fue elegido papa con el nombre de Pio IV. Papa constructor y que en su nombre llevaba los ángeles. Sea por lo que fuere, el milagro ocurrió. El sueño de construir una basílica entre esas ruinas esperaba el momento adecuado y al fin llegó. Fue el mismísimo Miguel Ángel ya anciano el que recibió el encargo de transformar en 1562 el frigidarium de las termas de Diocleciano en una gran aula para la basílica. Eso sí, los grandes espacios se abrían a lo ancho y no a lo largo.
A lo largo de los siglos se fue revistiendo de diversos ropajes, incluso con grandes cuadros de la basílica de San Pedro. El arquitecto Vanvitelli en el s. XVIII le puso manto y corona con su fachada y los grandes trabajos en su estructura interna.
Interior de Santa Maria degli Angeli
Los cartujos la recibieron como iglesia en Roma. Allí estuvieron con su convento hasta la desamortización cuando Roma pasó a ser parte de la nueva nación italiana. Y así vemos ahora la estatua de San Bruno que se encuentra en el paso desde la entrada circular hacia la gran nave.
El interior de Santa María de los Ángeles es, como ocurre tantas veces en Roma, una gran sucesión de historias que se tocan gracias a sus muros. El recuerdo del general Díaz construido por Muñoz, las reliquias de San Jerónimo, San Agustín y San Ambrosio. Y junto a ellos las tumbas de los pintores Salvatore Rosa y Carlo Maratta o del papa Pío IV.
Cada vez que un espacio así se transforma, no dejan de resonar los ecos de las paredes y de las bóvedas. El chapoteo, las conversaciones, de miles de personas que acudían a las termas cada tarde, siguen allí. Como las piedras que surgen en el concreto del antiguo ‘opus cementicium’ romano, así los sonidos asoman entre los trampantojos barrocos, o detrás de las grandes pinturas traídas desde San Pedro.
Ahora ya sé por qué cuando veía el San Sebastián del Domenichino me parecía escuchar las voces de los personajes. ¿Serían los ecos de los muros romanos? ¿O quizás los que recogió el muro de la basílica de San Pedro, cortado, como soporte de esta pintura mural?
Una basílica en las Termas. Un órgano maravilloso junto a un mariscal. Una meridiana con todo el zodíaco junto a la mirada severa de un cartujo.
Cada vez me confunde, me sorprende y emociona más esta Roma, como Santa María de los Ángeles, desnuda y vestida de mil ecos.
Desde Sicilia, llegará a Roma con Antonio del Duca su sobrino Jacobo del Duca. Fue este un válido arquitecto que empezó a seguir lecciones nada más y nada menos que de meser Michelangelo. Será Jacobo el que hablará a su maestro de los sueños de crear una basílica sobre las antiguas Termas y será quien ayudará al anciano arquitecto y artista genial a levantar la basílica de Santa Maria degli Angeli. Más tarde, también edificará el palacio del Bufalo en Largo del Nazareno. Pero esta es otra historia, otro eco que nos invita a adentrarnos en esta ciudad.
Información para visitar Santa Maria degli Angeli
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Un lugar muy ‘complejo’
Basta decir que el papa Gregorio XIII para el Jubileo de 1575, contruyó un gran edificio dedicado a granero. Es el que actualmente está al lado de la entrada de Santa Maria degli Angeli. Hasta hace muy poco era una sede de la Universidad Roma Tre… y ahora, con el nuevo Jubileo del 2025, pasará a ser un hospedaje para peregrinos, muy cerca de Termini, en el atrio de entrada a Roma.
Si, además, consideramos que la mayor parte de las antiguas termas, está ocupado por el Museo Nazionale Romano delle Terme di Diocleziano, podemos ir pasando entre varios ambientes disfrutando de arte e historia. Por ejemplo, el patio – claustro de los cartujos ahora aloja obras de arte antiguo y moderno, quedando como una isla feliz en medio del gran ajetreo que circunda la estación central.
Entre ruinas y artistas, una curiosidad
A finales del siglo XIX aún podían darse en Roma historias como la de Moses Jacob Ezekiel. Artista estadounidense de familia hebrea que encontró en Roma su lugar para trabajar y vivir. A la hora de buscar una casa y taller este escultor encontró en las Termas de Diocleciano un refugio perfecto. Bueno, no tan perfecto, pues eran dos grandes espacios utilizados como cuadras y que estaban llenos de pulgas. Pero fue verlos, saber que el alquiler era bajo, y ponerse manos a la obra.
Desayunaba en la lechería Cervigni que estaba al inicio de via Nazionale, y todos los domingos recibía visitas. Tenía entre sus amigos a Liszt y al cardenal Hohenloe que le ‘prestaba’ Villa D’Este. Entre las personas que lo venían a visitar también se encontraban D’Annunzio y Pascarella, o personajes de la política de entonces como Alfonso Sella, Vito Volterra, Luigi Luzzatti y Ernesto Nathan.
De vez en cuando viajaba a Estados Unidos para entregar alguna obra y se volvía a su querida residencia en las Termas de Diocleciano. En 1909 recibiría aquí incluso al rey Vittorio Emanuele III que durante su visita lo nombró ‘Cavalliere della Corona d’Italia’.
En 1910, cuando se preparaban los trabajos para convertir las termas en el Museo Nacional, tuvo que dejar con gran tristeza su residencia desplazándose hasta la desaparecida Porta Salaria, en la torre de Belisario (Casino de la desaparecida villa Borioni). Roma será su última residencia hasta el día de su muerte el 27 de marzo de 1917. Es más, la Ciudad Eterna fue incluso lugar de su sepultura pues, antes de que llevaran sus restos al otro lado del océano, recibió hospitalidad en una tumba prestada por un amigo en el cementerio del verano.
Su vida y su obra, son un buen ejemplo de una época, de la hospitalidad que parece connatural a estas ruinas y cuyos frutos viajan por el mundo entero. Amistades, trabajos, artistas, ruinas y una basílica: Roma.
Recuerdo a Ezekiel cada vez que paso ante el muro tapiado de lo que fue su casa o en Piazza di Spagna, cuando disfruto contemplando el busto que hizo a Shelley. Por eso también aquí quería recordarlo y compartir algo de su historia con quien esto lea.