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Junto al Coliseo se alza esta triple puerta, llena de obras de arte que recuerdan los tiempos gloriosos del imperio. Ella inaugura una nueva época en la que Roma dejará su lugar a Constantinopla pero sin quedar abandonada por la historia. Modelo arquitectónico para imaginar futuros triunfos.

El imperio romano es uno de los más importantes de la historia, el más influyente en nuestra cultura. El cristianismo, una de las religiones más extendidas del globo y la más presente en muchas culturas. Juntar en un mismo nombre el casi final y el renacimiento de ambos parece imposible. Un guión con mucha imaginación. Y, sin embargo, esto ocurrió. Es historia. Un hombre juntó estos dos extremos de estas dos enormes e importantísimas partes de la historia. Podríamos decir que fue el último gran emperador romano: Constantino. Unos hechos y un personaje presentes todavía de forma física en Roma, en el monumento en su honor, en el arco de Constantino.

Arco de Constantino

En sus tres arcos, en sus cuatro lados, este monumento no sólo cubre el paso de la historia y sus personajes sino que los contiene. En él se recogen tres siglos de historia. Con nuestros tours en Roma podrás descubrir en detalle y emocionarte con el arte contenida en los relieves. Una historia de la belleza en piedra que recoge la belleza de la producción artística de la época imperial:

El emperador que cambió la historia

A finales del siglo III e inicios del IV, en la fase final del imperio romano, su territorio ya había sido dividido en 4 partes en un intento casi desesperado por mantenerlo a flote. Las luchas entre los mandatarios de cada zona, intentando ganar la parte del otro, era el escenario habitual. Las luchas internas y externas se habían sucedido durante decenios, debilitando al imperio cada vez más. Abocándose de manera precipitada a un final inminente. Los gloriosos años de Roma parecían lejanos e irrepetibles. Mientras tanto, el cristianismo seguía ganando popularidad y seguidores entre la población romana. Pero era severamente perseguido y, su práctica, castigada.

En este escenario de desesperanza y ambiciones, surgió una figura grandiosa, con el aura de los viejos grandes emperadores: Constantino I el Grande.

Un joven Constantino, a la muerte de su padre, fue nombrado gobernador de una de estas cuatro partes del imperio, Galia y Britania. Aquello levantó enemistades y preocupación en las otras secciones de Roma. Mientras tanto, un general llamado Majencio tomó Roma por la fuerza nombrándose emperador de la parte itálica del imperio. De manera casi inminente, Constantino partió hacia Roma con la intención de apartar a este ‘’usurpador’’ del poder.

Estos momentos marcarán la historia mundial, cambiarán y señalarán el rumbo de nuestra cultura y de cómo hoy vivimos. Algo increíble pero cierto. Aún más increíble es que el origen de todo fue un sueño de Constantino. De camino a Roma, una de las noches antes del enfrentamiento definitivo, Constantino tuvo un sueño, una visión en la que Cristo se le apareció con una cruz. Así se lo contó el propio Constantino a sus tropas. En esta aparición, Cristo le había dicho: «con este signo vencerás’’.

Un dato muy importante es que Constantino en ese momento no era cristiano. El paganismo con sus dioses romanos era la religión mayoritaria en Roma, aunque la novedad del cristianismo comenzaba a tomar mucha importancia.

Arco Costantino

El ascenso del cristianismo y de un nuevo emperador

Constantino marchó a Roma portando la cruz como estandarte de su ejército, muy inferior en número al de Majencio. Ambos se enfrentaron en la decisiva batalla del Ponte Milvio, que se vino abajo con la huida de los soldados de Majencio y con éste último entre ellos. Constantino entró en Roma triunfante y, a los pocos días, ordenó que se dejará de perseguir a los cristianos. Pues su Dios lo había llevado a la victoria.

Esta victoria era decisiva para el porvenir de Roma. Por todo ello, en la via triunfalis se levantó el Arco de Constantino para celebrar y hacer eterno ese triunfo. En él, todavía hoy podemos leer «Constantino inspirado por la divinidad ha liberado al estado del tirano’’.

 

Arco Costantino

Batalla del Puente Milvio en las Estancias de Rafael (Museos Vaticanos)

Así, el nombrado «el Grande’’ unificó todo el imperio de occidente. Mientras, a su vez, un general llamado Licinio hacía lo propio con el de oriente. Dos mentes ambiciosas que tenían claro que no se pararían ahí. Licinio y Constantino parecían destinados a enfrentarse. Y así fue.

El primer paso lo dio Licinio, que envió a un hombre de confianza con la misión de asesinar a Constantino de forma sigilosa. El enviado fracasó, su intento fue interceptado y Constantino tenía ya la justificación para iniciar la guerra.

El emperador de occidente partió a oriente con sus tropas a una campaña que duraría ocho años. Unas tropas que ya alzaban la cruz como símbolo propio, pues aquel dios los había llevado a grandes triunfos y los llevaría ahora a unificar Roma como en sus tiempos más gloriosos. El cristianismo, al contar con la aprobación de Constantino, ya que éste tenía a su Dios como defensor, se expandía a una velocidad pasmosa.

El estrecho del Bósforo fue el escenario de la batalla final entre Licinio y Constantino. De nuevo, portando la cruz, los soldados del «Grande’’ abatieron al ejército de oriente.

Roma era de nuevo una. Un grandioso y basto territorio. Constantino no sólo se mostró hábil en la batalla sino también en gobierno. Bajo su mandato, y después de largos años de guerras internas, su gente conoció de nuevo la paz. Constantino trajo el orden interno, controló las invasiones bárbaras en las fronteras y devolvió a Roma la grandeza de antaño. Un nuevo gran emperador había surgido.

Fue allí, en el estrecho del Bósforo, donde éste se enamoró de una pequeña ciudad: Bizancio. Tanto que Constantino la amplió, modificó y embelleció a su gusto, haciéndola la capital de su imperio. Fue el nacimiento de Constantinopla. La que hoy en día conocemos como Estambul.

moneda oro constantino palazzo massimo alle terme
Moneda de oro romana en la que aparece la representación de Constantino I

Constantino no se olvidó del símbolo de su sueño y del Dios que lo había llevado a lograr todo aquello. Sin embargo, no fue hasta el final de sus días en los que se consideró a sí mismo como un cristiano, bautizándose sólo momentos antes de morir. A lo largo de su vida y desde aquella visión, Constantino siempre combinó la creencia en dioses romanos con su adoración al dios cristiano.

Pero, antes de fallecer y durante su estancia en el poder, Constantino tomó medidas muy importantes para el cristianismo. Estableció las fechas de sus festividades, reconoció la figura de los obispos y en especial el de Roma, comenzó la construcción de la basílica de San Giovanni para que fuese su sede principal y, poco más tarde, la de San Pedro. Es el inicio de una historia nueva dentro del papado y Roma.

La grandeza del Arco de Constantino

Si pensamos en todo esto, la figura de Constantino el Grande está presente en cada día de nuestras vidas, ha influenciado directamente cómo vivimos y cómo pensamos. Cómo vemos el mundo. Sin embargo, no lo tenemos muy presente. Lo que está siempre presente, orgulloso y brillante como cuando se levantó hace 1700 años, es su arco del triunfo: el arco de Constantino. Al lado del Coliseo, nos recuerda a todos su victoria y su toma de Roma, a la que ‘’inspirado por la divinidad, ha liberado del tirano’’.

Miramos al Coliseo y nuestra vista apenas alcanza para cubrirlo. Lo contrario sucede con el arco. Sin embargo, al mirarlo más calmadamente vemos una Roma partida que se torna en un imperio glorioso de nuevo, un cristianismo castigado y peligrando con extinguirse que se convierte en el estandarte del imperio y su emperador, el nacimiento de Constantinopla, de los papas, de los obispos, de la basílica de San Pedro… Y es entonces cuando nuestra vista parece no ser tampoco suficiente. Coliseo y Arco, como cuando Constantino se enfrentó Majencio con un ejército mucho inferior, se miran de igual a igual.

arco constantino y coliseo

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