Los nombres de las calles de Roma son originales en el sentido más pleno de la palabra. Son nombres que mantienen su poder creador, el de las primeras palabras, las de los lejanos orígenes. Via Panisperna, por ejemplo, me presenta siempre una buena tapa de jamón. Es una palabra suculenta, materializadora, satisfactoria. Panis et perna, pan y pierna, y a seguir el camino.
En estos tiempos de Inteligencia Artificial -en mayúsculas por ser una divinidad- descubrimos el poder que hemos tenido, muchas veces sin darnos cuenta, al hablar. Componer, transmitir, convencer o conmover, no son cuestiones superfluas sino la base de lo que podemos definir ‘inteligencia’ y quizás lo más característico de la que llamamos humana. Poner un nombre, a un hijo, a una calle, a un planeta o a una nueva especie de planta o ser vivo, en ese sentido, sería una de las mayores muestras de inteligencia o del poder de la misma.
Mientras dejo a mi derecha el alto muro de la iglesia de Santos Domenico e Sisto (San Sisto Nuovo) con el instituto de estudios ‘Angelicum’, empiezo a recorrer esta calle. Es una vía con un nombre de los que no se olvidan, Panisperna. Su sonido y su significado me hacen pensar en un lúdico pasatiempo que tendría que ser siempre una de las consecuencias de cualquier palabra inteligente.
Via Panisperna o Paliosterno
La calle inicia desde Largo Magnanapoli dominada por la fachada de la iglesia construida por Domenico della Greca, con el convento que pasó a ser sede del intituto Angelicum, centro de estudios de los dominicos y luego universidad pontificia. La universidad recibe este nombre en recuerdo de Santo Tomás de Aquino pues Pío V lo había declarado en 1567 doctor ‘angélico’. Al final de la calle recta, tras bajadas y subidas, nos espera Santa Maria la Maggiore.
Mientras bajo el primer tramo de la calle, me cruzo con via Santa Agata dei Goti y contemplo mi querida via Baccina. Recuerdo entonces a mi querido Javier Reverte. Paseábamos por esta calle de Pan y Jamón, perfecta para un ‘experto’ como él. Es una buena idea la de concebir un viaje por Roma como un ir de tapas. Es cierto. El barrio, sobre todo en via Urbana, via dei Zingari y Piazza Madonna dei Monti ofrece muchos locales para tapear. Pero Javier no se refería sólo a esto. Me indicaba cómo ir degustando a pequeñas dosis, con calma, sin grandes distancias y con frecuentes paradas, en los lugares que más te inspiren: una ciudad llena de pinchos. Sabores de lo más variado, que acompañan y te ayudan a no quedarte borracho por el destilado de Roma.
Un bonito cruce
Via Panisperna forma un bonito cruce con otra calle de nombre evocador: via dei Serpenti. Telón de fondo, destino y punto de fuga, nada más y nada menos que el Coliseo.
Sin embargo, yo me detengo siempre a mitad de la calle, en lo alto de una cuesta de este barrio de Monti. Más allá de la preciosa cortina de «Parthenocissus tricuspidata» y las bugavillas, esta calle nos ofrece una isla única con la iglesia de San Lorenzo en Panisperna y su convento. Se trata de una iglesia construida sobre el lugar del martirio de San Lorenzo, santo que, tras San Pedro, es de los más castizos de la ciudad. No hay más que ver la antigua basílica de San Lorenzo construida sobre el lugar de su sepultura o San Lorenzo in Fonte, en la cercana via Urbana, lugar de su prisión. De hecho, el recuerdo de su martirio, extendido sobre los palos (palis sterno) de una parrilla, es uno de los posibles orígenes del nombre de esta calle.
En cualquier caso, Lorenzo, es también uno de los nombres que muchos progenitores escogen para sus hijos.
En lo alto de Via Panisperna
También es verdad que el nombre de la calle podría derivar del gentilicio Perpernae, importante familia que aparece en varios episodios de la época final de la República en la Antigua Roma. Vivían ellos cerca de unas termas llamadas de Olimpia cuyos restos han quedado sumergidos entre las colinas del Viminal y del Esquilino.
De todas formas, muchos preferimos pensar que el nombre Panisperna deriva de los panes y lonchas de jamón que repartían las monjas clarisas cada 10 de agosto, día de la fiesta de S. Lorenzo, al menos desde el siglo XIII cuando su convento fue fundado por un cardenal Colonna.
El convento, tras ser expropiado en 1873 se convirtió en el Instituto de física y un importante lugar de investigación científica a nivel mundial. Enrico Fermi y los ‘muchachos de via Panisperna’ harán famosa esta calle en la historia de la ciudad y de las ciencias.
Fuego para CurArte
Viendo la fachada restaurada en tiempos de León XIII, me imagino la pobre residencia que fue casa para uno de los españoles con una historia más interesante en Roma: Miguel de Molinos. Resulta que era confesor de estas clarisas de San Lorenzo y vivió durante años en via Panisperna. Aquí venían a visitarlo muchas personas que lo seguían, consultaban o querían participar en los encuentros en los que se compartía una forma de vivir el cristianismo que luego vino a llamarse ‘quietismo’. Aquí esperó Miguel que viniera a buscarlo la Inquisición romana de la que no se salvó ni siquiera por la antigua amistad y admiración del papa Inocencio XI. De aquí salió en 1685 quien escribiera una Guía espiritual para ir a parar a la prisión del Sant’Ufficio en donde estuvo hasta su muerte en 1696.
Para ‘curArte’ del fuego, el que abrasó a San Lorenzo, el que servía como terrible condena purificadora o puede destruir con la violencia de una bomba atómica, me pongo a la sombra de un precioso laurel en un patio en cuesta. Una sombra reparadora de los tórridos calores, silenciosa, con la única compañía de una estatua de santa Brígida, recuerdo de quien aquí también vivió.
Llegados a este punto acepto la invitación de una beata quietud. Afloran así recuerdos de otros fuegos que son cercanos y útiles como el que se halla en esta misma calle. Ascendiendo por la vía, llega el olor de leña y pan. Fuego que humedece mi boca sabiendo que en el ‘Antico forno’ se cuece uno de los panes más ricos que haya probado.
Via Panisperna en fiesta
Anochece y hasta aquí llegan, adormilados, la fuerza y el aliento del gigante fuego solar. Mientras, miríadas de estrellas queman con perfil almendrado el antifaz de las oscuras distancias. Me quedo aquí, en este claro en el bosque de la ciudad. Cierro los ojos y se me presenta el hermoso espectáculo de una cálida fiesta de san Lorenzo. Danzando, el viejo Júpiter Fagutal levanta sobre nuestras cabezas la bóveda de la noche, escudo en el que se estrellan lanzas ardientes.
«er cielo troppo carico de stelle
se pija er gusto de buttalle via» (Trilussa)