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La fuente ‘Castigliana’, la castellana, ya no está en Roma. Su agua no brota en la plaza que está ante San Pietro in Montorio. Es una de las ausencias de Roma que más presente tengo en mi vida cotidiana. ¡Qué alegría que los alumnos de 2º y 3º de primaria del Liceo Cervantes hayan contribuido a re-crearla!

Ausencias de Roma en una fuente

Giovanni Fontana y Lope de Vega

La Castellana hace brotar del recuerdo las palabras del poema ‘Ausencia’. Ambos son casi contemporáneos. El poema de Lope de Vega es de 1609 mientras que la fuente fue construida por Giovanni Fontana entre 1612 y 1614, poco después de haber terminado para Paolo V el famoso ‘Fontanone’, muestra final de todo un trabajo de restauración del acueducto de Trajano.

Más tarde, el papa Alejandro VIII, a finales del siglo XVII, creó el mirador ante esta enorme fuente. Una fuente-pared que necesitaba ‘apoyarse’ sobre un espacio horizontal, en un lugar para admirar la ciudad, descansar y refrescarse. Una isla en medio de laderas pendientes, perfectas para molinos. Basta con que nos acerquemos al Liceo Cervantes para darnos cuenta de lo que eran las cuestas en el Gianicolo.

Un poco más abajo, los reyes de España ya habían creado a inicios de siglo otro rellano, dando un espacio suspendido a las alturas de San Pietro in Montorio y su convento. Una nueva plaza que buscaba una fuente entorno a la que jugar. Luego llegaría una columna con una cruz que aún indica hasta donde se cruza el mundo del convento franciscano con el resto de la ciudad.

No existiendo la actual carretera construida en tiempos de Pio IX, la forma más ‘cómoda’ para subir hasta esta plaza era ir ascendiendo poco a poco desde la antigua via Cupa, oscura. El via crucis y escaleras actuales siguen el recorrido de un tramo de esta senda de montaña abierta entre los laureles, acanto y rocas del Gianicolo.

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Un castillo de arena

La Castigliana es la encarnación de ese fantasma que se me aparece todas las veces cuando hablo de Roma y digo un ‘ya no’ o un ‘había’. Somos medium intentando evocar lo que no está. Y así, esta fuente es una dulce voz cuya boca no podemos besar, una fuerte torre construida sobre tierna arena:

Ir y quedarse, y con quedar partirse,
partir sin alma, y ir con alma ajena,
oír la dulce voz de una sirena
y no poder del árbol desasirse;

arder como la vela y consumirse
haciendo torres sobre tierna arena;
caer de un cielo, y ser demonio en pena,
y de serlo jamás arrepentirse;

hablar entre las mudas soledades,
pedir prestada, sobre fe, paciencia,
y lo que es temporal llamar eterno;

creer sospechas y negar verdades,
es lo que llaman en el mundo ausencia,
fuego en el alma y en la vida infierno.

Con la ausencia de esta fuente hablo dentro de una plaza que ha quedo muda. Tan indigente, sediento, pido en préstamo algo más de paciencia para seguir contemplando esta penuria, la destrucción que parece no tener fin. ¿Quién sabe si en ese monte de transfiguraciones en donde se manifiestan las bellezas escondidas del duro suelo brotará una fuente cantarina? Se puede vivir con el dolor de lo perdido cuando ese dolor es precisamente lo único que parece recordarnos que existió. No hay dolor pasado, siempre duele en presente.

La fuente ahora se nos representa como una herida, fuego en el alma, insoportable e irremediable condena por lo perdido. Parece insoportable que los cañonazos de 1849 acaben con su vida y para siempre: un infierno. Una fuente de la que no brota la esperanza es la ausencia, la sombra de la espera.

Sin fuente no hay agua

Es una perogrullada, pero hay veces en que lo más obvio se nos escapa. Las fuentes se hacen para dar agua, el agua necesita un cuerpo de piedra para que nos podamos encontrar con su líquido. No sólo la lluvia, no sólo los ríos, no las botellas, abundante pero cercana y limpia: una fuente. Ahora, sin ella, falta el centro, en cierto sentido el por qué de esta plaza pensada en 1605, en tiempos de Felipe III. Un rellano para estar, contemplar y escuchar el agua, con grandes muros que contuvieran esa terraza sobre Roma. Ahora su espacio vacío echa de menos el correr del agua, un ombligo entorno al que dar vueltas en este cuerpo extendido en la colina. Dentro está el Templete y fuera, ahora, sólo estoy yo, sin una vera.

Ahora, como una casita de enanos surgidos de las minas profundas bajo tierra del Montorio, el ‘mons aureum’, se ve una especie de seta. A falta de una fuente se abre en la plaza un tunel de aireación para refugios antiaéreos. El agua se derrama en tiempos de abundancia mientras que bajo las bombas y en guerra sólo podemos aspirar al aire necesario.

Una de las fuentes monumentales más hermosas: Acqua Paola

El agua Paola es tan ligera que pasa por no tener sabor. Viene desde unos 50 km de distancia, del lago de Bracciano, pero parece no ‘contaminarse’, sin sales ni sabores de la tierra que la recibe o por la que pasa. Aún hoy en día, algunas zonas de Trastevere o en algunos períodos de sequía, se sigue utilizando esta agua, a pesar de que no sea muy querida por los romanos, acostumbrados a tener abundantes y buenas fuentes en toda la ciudad. Eso sí, ‘tener en la cabeza el agua Paola’ es sinónimo de tener poca mollera, como si nos faltasen sales minerales.

Las Castigliana parecía un yacimiento que hacía salir agua abundante de alguno de los antiguos manantiales que llenaban el Gianicolo. Puesta en línea con el Templete, a la altura de su cripta, hace brotar los misterios que aquella encierra. La fuente sacaba a la luz, desvelaba en nueva apocalipsis lo que vio mientras corría oculta, los reflejos de su paso por una gruta, la memoria de Pedro, fina arena de oro, cribada por un castillo y unos leones que la elevan y dejan brillando en nuestras manos.

Sin esa agua, sin su correr y cantar, la memoria queda encerrada en el claustro, entre las columnas circulares del Templete, en un yacimiento secreto que podemos encontrar bajando, pero que no viene fresco hasta nuestras manos. Ahora buscamos lo que antes era un regalo, un derroche.

Me alegra beber,
siento decirlo,
cuando te echo de menos
en tu ausencia
al menos.

Maral y María nos hacen entrar en un mundo que existe aunque no lo veamos. Las llaves para entrar en ese mundo, abriendo los muros del siglo XVII, son cada letra de la antigua inscripción. María y Maral nos ha traído con su arte, de nuevo, una fuente que encierra el tiempo como una pompa, una fiesta que se derrama, como una piñata, en Roma.

Una fuente desaparecida. Domingo 12/12 a las 11.00 en la Plaza de San Pietro in Montorio.

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