Barrio Monti en Roma
Para perderse y encontrarse
El barrio Monti en Roma era una zona no muy conocida para mí. En mi cabeza lo llamaba ‘’el de encima del Coliseo’’. Sabía que estaba allí, había leído y escuchado sobre él pero nunca me había lanzado a explorarlo. Con el tiempo y con la suerte, eso ha cambiado. Como dice un buen amigo: ‘’cada uno tenemos nuestra Roma’’. En la mía, el barrio de Monti es un lugar silencioso, donde siempre es de noche, donde la oscuridad y la Luna potencian los sentimientos. Donde un enorme Coloso se asoma sobre el desnivel para vigilar el barrio, iluminado y poderoso.
Conociendo el barrio Monti en Roma
Monti está al lado opuesto de Trastevere. O, más cerca, del Palatino. Se podría decir que la via dei Fori Imperiali separa el Foro Romano y el barrio de Monti en Roma. Ahora, gracias a mi experiencia en la ciudad y la interacción con los romanos, de quienes siempre aprendo nuevas cosas sobre la Ciudad Eterna, sé que Monti es un barrio en todos los sentidos. Un barrio en lo físico pero también en lo personal, donde su gente siente una hermandad y el placer de tenerla, de compartir un lugar como Monti en la vida diaria con los vecinos. Y, también, cómo no, el placer de pertenecer y compartir -opinión de los habitantes de Monti- un barrio de Roma mejor que Trastevere. Rivalidades históricas.
Sin embargo, a la hora de conocer el barrio de Monti, esta vez el rival he sido yo mismo. Me di cuenta de ello en un segundo. En un instante cuando me dije a mí mismo «¿por qué no he estado aquí antes?’»
Acababa de llegar a Roma. Con mis nuevos jefes, organizamos una cena de bienvenida. Ellos escogieron el lugar, en Monti, en una de las calles con el encanto tan específico del barrio. Nunca había ido. Busqué cómo llegar al restaurante y supe que tendría que bajarme en la parada de metro Cavour, en pleno Monti.
Llegué con bastante antelación, así que decidí dar un paseo por las calles cercanas. La primera la hice sin cruzarme con nadie, sólo con una señora que estaba abriendo su restaurante para las cenas. Apenas giré en el primer desvío, me encontré con una plaza abarrotada de gente en pequeños grupos que compartía una cerveza, un vino y una buena charla. Era la Plaza de la Madonna dei Monti. Me gustó mucho su fuente central. En la plaza había una iglesia preciosa, pero no me di cuenta. La conocería unos meses más tarde, al amancer. Con la noche de nuevo como protagonista.
Monti y su habitante más especial
La hora de mi cita se acercaba así que caminé hacia el local donde tendría lugar. De nuevo el silencio, sólo roto por mis zapatos golpeando los sanpietrini, era el único que se hacía sentir a mi alrededor. Las calles de Monti parecían saludarme tímidas por primera vez, temerosas de romper el hielo.
La cena fue deliciosa en compañía y en sabor. A la vuelta, rechacé la oferta de uno de mis jefes de llevarme en coche a casa. Volvería en metro. Cuando bajé, seguro y tranquilo por las escaleras de la parada, las barras metálicas de la puerta cerrada me frenaron en seco. Leí un cartel que decía que la línea de metro cerraría a las 21:00 durante varios meses con motivo de unas obras. «¿Y ahora?» A caminar.
Me paré un momento para situarme. Estaba al lado del Coliseo. El hecho de saberme tan cerca de mi fiel amigo me hacía confiar en que sabría orientarme sin problemas. A decir verdad, no sabía muy bien por donde llegar al Coliseo, así que hice lo que suelo hacer en estos casos: empecé a andar. Pensando que me había perdido, metí la mano en el bolsillo para recurrir al comúnmente adorado «dios Google». Saqué el teléfono. Antes de desbloquearlo, miré al frente para no tropezarme con nada… tuve que pararme. Ningún objeto me golpeó. Pero algo sí lo hizo, aunque no físicamente. Al final de la calle en la que me había metido, al final de un pasillo formado por sus dos lados, se mostraba grandioso el Coliseo iluminado. «¿Por qué no he estado aquí antes?» No sé cuanto tiempo estuve allí parado. Sólo sé que nunca agradeceré lo suficiente aquellas benditas obras en el metro. »Qué bueno conocerte, Monti».