Las estatuas son lugares reales en los que escuchar la voz de tantos y responder. Las antiguas reuniones, sobre todo en los foros, cuando se publicaban noticias o edictos, pasaron a hacerse habitualmente entorno a estas estatuas, sobre todo en época barroca. Imágenes mudas a las que todos podemos dar voz. Rostros desdibujados que como un actor pueden personificar nuestras historias y la historia menuda de la ciudad.
Roma entorno a Largo Argentina, como escenario para actores con máscaras de piedra. Forman una auténtica compañía llamada il Congresso degli Arguti. Y nos los encontramos en rincones muy especiales de Roma.
Las estatuas hablantes son el alma de Roma, su espíritu, el sal y el vinagre del pueblo romano. Existían incluso antes de que existieran como estatuas hablantes. Existían en la astucia, en la sagaz ironía de Horacio, Marcia, Juvenal o de Ovidio y Catulo. Vivían en la sátira, en las tomaduras de pelo tan propias del animus del pueblo romano.
Estatuas hablantes. Roma, escenario y actriz.
Abate Luigi. Una estatua parlante que es todo un personaje barroco.
En piazza Vidoni, a la sombra de Sant’Andrea della Valle, nos encontramos con este personaje togado.
Situado al inicio en el desaparecido Vicolo dell’abate Luigi, ahora se encuentra en este rincón de la ciudad, sombrío y recogido. Con su solemne sobriedad se ha quedado solitariamente contemplando nuestro paso.
En esta Roma en donde las estatuas hablan, en donde no sólo se muestran en los Museos sino que comparten la vida cotidiana de la ciudad, abate Luigi ha sufrido también los avatares del vandalismo. Varias veces ha perdido la cabeza, literalmente, a pesar de su compostura.
Giuseppe Tomassetti compuso estos versos que podemos leer en el pedestal de esta estatua hablante:
“Fui dell’antica Roma un cittadino
Ora Abate Luigi ognun mi chiama
Conquistai con Marforio e con Pasquino
Nelle satire urbane eterna fama
Ebbi offese disgrazie e sepoltura
Ma qui vita novella al fin sicura.”
Vida nueva al fin segura es la que se nos muestra en piedra. Con nuestras palabras, con los trozos de papel en los que mostramos nuestras cuitas y esperanzas, está su aliento. Vida segura que permanece, testigo del tiempo y de que, a pesar de los avatares, Roma con su eternidad lo protege.
Marforio. Estatuas hablantes con cuerpos monumentales.
Otra estatua hablante que forma dúo con Pasquino es el famoso Marforio. Actualmente está en la entrada del palacio Nuevo de los Museos Capitolinos, en plaza del Campidoglio. Durante la ocupación francesa de la ciudad (1808-1814) Napoleón empezó a llevarse muchos tesoros artísticos de Roma. Fue entonces cuando Marforio interrogó a su compañero ‘parlante’: «¿Es verdad que los franceses son todos unos ladrones?» Y Pasquino le respondió: «Todos no, pero sí Bona Parte»
Madama Lucrezia. Estatuas hablantes que encarnan Roma.
Esta estatua quizás representó orginariamente a una sacerdotisa de Isis. Muy cerca, en la zona de Campo Marzio -via della Gatta también lo recuerda- había un grandioso santuario dedicado a esta diosa. La ‘Madama’ a la que se refiere, es un personaje posterior en la vida romana. Esta estatua pasa a representar la hermosa y trágica historia de Lucrezia d’Alagno, el gran amor del rey de Nápoles Alfonso V, el Magnánimo. Una mujer hermosa y determinada que, viviendo aquí cerca, había sido toda una institución en el barrio.
Desde que el rey se enamoró de ella con sus 18 años en un encuentro casual en 1443, su influjo en la corte de Nápoles fue inmenso. Tal era el amor y la determinación que Lucrezia durante un peregrinaje a Roma solicitó con gran elocuencia al papa Calixto III la anulación del matrimonio entre Alfonso y María. Vanos fueron sus esfuerzos y a la muerte del rey, sin ser citada si quiera en su testamento, volvió a Roma en donde pasó sus últimos años de vida.
En esta mujer y su historia se identifica Roma y esta esquina junto a la basílica de San Marco: elocuente, hermosa, amante de reyes y desheredada al mismo tiempo. Mujer a la que poetas, diplomáticos y eclesiásticos rinden pleitesía y honores. Y, al mismo tiempo, prisionera de su historia, traicionada por su familia, sumergida en las corrientes de la política y las leyes. Su nombre en esta estatua hablante es un triunfo que da voz a los que luchan aunque no lleguen al corteo final ni pasen por los arcos de triunfo, sin facciones que recordar.
Pasquino. Su fama lo precede. La estatua hablante por antonomasia.
«-Povero mutilato dar destino;
come te sei ridotto!-
diceva un cane che passava sotto
ar torso de Pasquino.-Te n’hanno date de sassate in faccia!
Hai perso l’occhi, er naso… e che te resta?
Un avanzo de testa
Su un torso senza gambe e senza braccia!Nun te se vede che la bocca sola
Con una smorfia quasi strafottente…-
Pasquino borbottò:- Segno evidente
Che nun ho detto l’urtima parola!»
Hasta un perro siente compasión ante esta estatua mutilada, sin ojos, nariz, brazos… Su voz es arma y esperanza. Su boca, con un gesto de desdeño, se transforma en la muestra de un orgullo que le lleva a decir que ‘aún no ha dicho la última palabra’. Y la última es suya.
Babuino. Una estatua hablante cantarina.
Otra de las estatuas hablantes más famosas y que da nombre a la calle en la que se encuentra es el Babuino. Relajado, feo y distendido, nos espera a la entrada del precioso café Tadolini. Antiguamente la pared se llenaba de ruidosas palabras que luchaban por quedarse en ella. Es la diferencia entre el hablar y el ruido de mil voces que no escuchan. Y es que para que existan las estatuas hablantes es necesario dejar que su voz resuene, que se pueda entender, que haya un tiempo. Y siendo estatuas, un espacio. Se pasó del hablar a sonidos ininteligibles y luego a un silencio de ‘majo desnudo’ que le queda un poco extraño.
La fuente que tiene a sus pies lo salva. Se convierte en una voz cantarina de la ciudad hablándonos de bosques primitivos, de seres en los que lo racional no parece lo más importante. Un ánimo tranquilamente salvaje que no se avergüenza de sus facciones y nos recuerda el sabor de tierra y bosque que aún aflora en Roma.
El ‘Facchino’. Palabras de agua.
El Facchino es una escultura ‘reciente’ pues fue realizada a mediados del s. XVI. Se inspira en la popular figura del acquarolo, personaje que recogía el agua en las fuentes públicas y la revendía a módico precio entre los vecinos. Situada muy cerca de Via del Corso, con el tiempo, se cargó también de palabras que, como el agua, recibía y llevaba para disfrute de la gente.
Era también símbolo de un mundo goliardo, de las ‘osterie’ y representaría a uno de tantos taberneros. De ahí que, unos famosos versos en lenguaje romanesco, la harán famosa, denunciando la costumbre de aguar el vino:
Il fraudolento oste
in fin de vita se la vidde brutta
e disse ar padreterno:
«Signore, si me sarvi da l’inferno,
l’acqua vennuta la risverso tutta».
Be’, so’ quattrocent’anni e ancora butta.
El tabernero fraudulento
terminando sus días sintió miedo
y dijo al padre eterno:
«Señor, si me salvas del infierno,
el agua vendida, la devuelvo toda.»
Pues bien, han pasado cuatro cientos años y aún echa.
2 Comentarios
Interesantísimo,muchos datos culturales que no conocíamos de Roma antigua.La voz de los sin voz.
Hola, José: Y siguen esperándonos para que le demos la nuestra. Me alegra mucho que hayas disfrutado leyendo… y espero que puedas venir pronto para saludarlas. Gracias y hasta pronto.