La suerte está echada. Con el ‘dado’ de los Farnese Roma ha lanzado una apuesta, y ha ganado. Sangallo, Michelangelo, Salviati, Zuccari, los Carracci… son algunas las fuerzas que lo han hecho caer aquí, así. Una de las 4 maravillas de Roma que no eran mero asombro sino sobre todo placentera admiración, a medida del pueblo romano que las tenía a su alcance, en medio de la vida cotidiana.
4 maravillas de Roma
Espejo (miroir) en palacio Farnese
Fortuna y Locura se unen en este dado lanzado entre Campo dei Fiori y Via Giulia. La fortuna giñaba el ojo a los Farnese para, en un delirio de proporción, crear un cubo que parece no pesar. Una locura colocar los tímpanos semicirculares y triangulares sobre las ventanas, como hornacinas sobre las que se posa una presencia divina -arco y acento- permanente en piedra. Una locura del Renacimiento en Roma poner sobre los hombres el peso de la imagen de Dios. Es una locura que lo horizontal pueda culminar lo que se eleva en vertical, un suelo en el cielo con ese gran alero que lo desborda. En él, Miguel Ángel parece haber querido convocar la sombra selvática de la lunática Diana para completar la claridad apolínea del sol reflejado en sus perfectas arrugas y piel de ladrillo y travertino. Es la locura que une armónicamente contrarios.
Fachada del palacio Farnese de Antonio da Sangallo el joven y Miguel Ángel.
“Por esto el pueblo dice que las 4 maravillas de Roma son el dado Farnese, el cémbalo Borghese, la escalera Caetani y el portal Carboniani.”
Según nuestra imagen de Roma si alguien nos preguntase por las 4 maravillas de la ciudad habríamos indicado el Coliseo, San Pedro, el Panteón… lugares que vienen inmediatamente a nuestra imaginación al pensar en Roma. Sin embargo, cuando a inicios del siglo XIX Giuseppe Antonio Guattani recoge lo que ‘el pueblo dice’ nuestros ojos reciben la invitación a ver la ciudad de una forma distinta. En cierta manera, es una forma de verla con gafas de loca o así me parece. La maravilla no es sólo para quedarse boquiabierto, es para admirar disfrutando, y también, en cierta manera para ‘admirarnos’. Sería un ‘miroir’, un espejo en el que descubrir lo que somos o arrebujarnos con lo que nos gustaría ser. Admirable locura de espejo mágico.
Erasmo de Róterdam en su Elogio de la Locura escrito a inicios del s. XVI mientras pasaba unos días en casa de Tomás Moro pone estas palabras en boca de la locura: «yo soy la deidad que regocija a los dioses y a los hombres… os he visto a todos tristes y taciturnos… Me habéis visto y vuestro humano aspecto se ha trocado: vuestros ojos han centelleado de alegría; vuestras frentes se han desarrugado, y me habéis acogido con una sonrisa cariñosa.»
La loca, obra de Giacomo Balla en la Galleria Nazionale d’Arte Moderna de Roma
«En mi frente traigo mi nombre y mi cara dice lo que soy… No sé disfrazarme, mi fisonomía es el traslado fiel de mi alma.»
Estos 4 lugares serían el rostro y el nombre de Roma, sin disfraces. Son la fisonomía que refleja el alma de la ciudad. Lugares vivos, implantados firmemente en las venas y la carne de Roma. No se trata de las ‘mirabilia’ descritas en las guías, lugares en las primeras posiciones de la lista de un viajero. Son 4 lugares que admiran al pueblo de Roma, por ejemplo, a todos los que pasan cotidianamente ante el portal Carboniani.
No es su grandeza o la cantidad de decoraciones lo que maravilla sino la locura de hacerlo todo de una pieza, o así se creía. Es la locura temeraria que intenta lo imposible, que crear formas y espacios de una pieza, queriendo tocar el límite de las posibilidades que encierra la naturaleza. Llegar a ese límite es la locura que nos maravilla haciéndonos salir de la apatía o la mirada taciturna. Se iluminan nuestros ojos al contemplar ese portal que se nos presenta no como un desafío imponente sino como una puerta que se entreabre al misterio de la piedra.
Portal Carboniani del palacio Sciarra – Colonna en via del Corso
Sin embargo, ¡cuántas veces pasamos a su lado sin mirarla! Es también el signo que acompaña la locura: muchas veces no queremos verla, ni escucharla. Y ella también se esconde en esa indiferencia que es al mismo tiempo su condena. Maravillas escondidas que nos invitan al silencio como la loca del cuadro de Balla. ¡Cuánto me gusta ese cuadro! Cada vez que voy al GNAM recibo su visita. Se presenta ante esa puerta que imagino sea la de nuestra casa común. Ella ya está entrando, no necesita permiso, pero al mismo tiempo pide la discreción de mi silencio: como Pedro por su casa.
Maravillosas locuras cotidianas
Hay locuras que tienen máscara de cotidiana sencillez. Incluso una escalera, la lenta y necesaria ascensión hasta las salas, dormitorios, cocinas… puede ser una de las maravillas de Roma. Quizás por ello este portento prosaico parece aún más una exageración, un derroche de materia. Es la locura repetición, innecesaria, igual y siempre nueva. La de quien por querer no se cansa de dar o recibir siempre lo mismo. La locura nunca es tacaña en sus manías. Magnánima, sin saturación, una escalera que es oceánica locura en sus consecutivas olas peldaños.
Escalera Caetani. En 1776 el palacio fue vendido a la familia Ruspoli que son los actuales propietarios.
Como cientos de menhires horizontales estos escalones son bloques únicos de 3 metros de mármol para celebrar con tal derroche lo que va más allá de la razón. La necesidad de no andarse con miramientos, esfuerzos cuya razón práctica se pierde ante la locura de la repetición lapidaria. De esta forma quedan fijos cientos de escalones tantos como hitos y palabras quisieras dejar en quien por ellos pasa. Locura poética es que al menos un verso se repita en todas las generaciones.
El lenguaje de estas piedras sin inscripciones es tan locuaz como las manos de aquella mujer -la locura siempre borra la edad- en el cuadro de Balla. Una nos pide el silencio, la otra la suspensión del juicio o la espera de una mano, de un brazo que aferrar por debilidad o emoción, inicio de un baile en el que sumir o exaltar. Mania – Locura gobierna sobre los espectros, sobre los que ya no están en este mundo aunque grandes piedras parezcan querer retener su memoria anclada al tiempo. En esta maravilla cada paso tapiado parece quedar y ser pasado. Están allí, bajo una losa, un escalón, memoria decantada, para que no entren en el mundo de los vivos, para que no se escapen corriendo al mundo del olvido.
Música de gigantes
Palacio Borghese es un enorme clavicémbalo. En Roma podemos encontrar nuestra loca de la casa ocupada en encontrar al gigante capaz de tocar este maravilloso instrumento. Nos quedamos cerca del río, donde antes estaba el puerto de Ripetta, pues creo que sería el mejor lugar para escuchar su música.
Un clavicémbalo cuyas cuerdas resuenan en el espacio del baño de Venus. El agua del río parece aflorar atravesando venas ocultas y rendijas para acercarse a este rincón en el que Venus, rodeada de amores, se está desnudando. Un lugar en el que las cuerdas ‘pizzicate’ (pellizcadas) dejan un fresco sonido juguetón de agua salpicada. Es la locura un juego regido por Amor.
Con esta maravilla de Roma imaginamos la música de la ciudad, en una orquesta dirigida por el Tíber. Música de agua que a veces se queda estancada ante las riadas de gente. Por cierto, Händel residió en el palacio Ruspoli. Dejó sus pasos también en la escalera y quien sabe si se imaginó como un gigante tocando este maravilloso clavicémbalo. El ‘caro Sassone’ como lo llamaba Corelli también participó de la maravillosa locura que Roma deja en lugares como éste. Es más, la música la alimenta, voz de agua entre amores, con razones que sólo el corazón entiende.